La primera vez (la única hasta hoy) que Alberto Fernández le habló a una plaza repleta caía la noche del 10 de diciembre de 2019 y sólo había sido Presidente por pocas horas. Pasaron muchas cosas desde entonces, pero pocas estaban en sus planes. La pandemia dejó sin agenda y sin calle a su gobierno durante un año y medio y eso se notó en las urnas con el peso de un ultimátum colectivo. Su regreso a ese lugar viene a cerrar ese paréntesis inesperado y a relanzar la gestión y también su proyecto político.
La toma de judo que ejecutó con éxito el peronismo a partir del domingo a la noche es una oportunidad, que se siente como la última, de comenzar una remontada de cara al 2023. Por eso este segundo discurso ante la multitud que se perdía en el horizonte de la avenida de Mayo y las diagonales sonó como una reformulación de aquella propuesta inaugural: si antes le pedía a los críticos que le señalen los errores, ahora les dice que pueden desafiarlo en internas si creen que pueden hacerlo mejor que él.
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El presidente está convencido de que no hay lugar para el peronismo por fuera del Frente de Todos. Cerca suyo señalan, entre otros factores que decantan en esa dirección, la reunificación de la CGT con un fuerte mensaje de apoyo al gobierno; el resultado electoral de los dirigentes peronistas que compitieron por afuera, como el cordobés Juan Schiaretti y el chubutense Mariano Arcioni; y el descongelamiento de su vínculo con Cristina Fernández de Kirchner luego de la crisis que se desató después de las primarias.
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El acto en Plaza de Mayo dio respuesta a la pregunta que se hacía la oposición: ¿por qué festejan? Lo dijo Fernández y lo retomaron otros dirigentes en sus redes: “El triunfo no es vencer sino nunca darse por vencido”. Hablaba de sostener la unidad, incluso cuando se tensiona demasiado. Por si no queda claro, se lee en la consigna de la convocatoria: “Todos unidos triunfaremos”. El domingo se disipó, al menos por un tiempo, el temor más grande: que se rompiera el Frente. Por eso la celebración.
Este 17 de noviembre se hizo, en definitiva, el acto que no había podido concretarse un mes antes, con la confluencia de todos los sectores del Frente en Plaza de Mayo para escuchar un mensaje del presidente sobre el futuro del país. El día de la militancia pudo llenar el vacío que había dejado el día de la Lealtad, y eso quizás puede darnos una clave para pensar la naturaleza de esta coalición peronista, que debe recorrer con voluntad la distancia extra que impone la desconfianza mutua entre los distintos actores.
Fernández reescribió con su discurso ese pacto de convivencia, que hasta ahora contemplaba, implícitamente, un veto de CFK. El anuncio ya tenía el visto bueno de la vicepresidenta, que dejó de lado sus resistencias iniciales a la propuesta después de tener varias conversaciones con su compañero de fórmula. No lo ve solamente como un gesto hacia adentro, para contener aventureros. Cree que también es una señal a la sociedad que permitirá disputar con más chances la presidencia en 2023.
Se trata, después de todo, de una oferta que tiene incluida en sí misma una trampa, una cláusula dentro de una cláusula. Si Alberto Fernández no hace un buen trabajo en los dos años que tiene por delante, ningún candidato del peronismo llegará a las elecciones con chances. Si, por el contrario, el presidente logra sacar al país de la crisis en lo que resta de este mandato, de forma tal que el Frente de Todos sea competitivo en 2023, será difícil negarle el derecho a buscar la reelección. De cualquier manera, falta un siglo para eso.