Sólo podrá hacerse una lectura acabada de la movilización del domingo a Plaza de Mayo (y de su contraparte que tendrá lugar esta tarde) una vez que sepamos cómo actuará el gobierno después de tal muestra de fuerza. Como sucede con el dinero, el poder es causa y efecto; puede multiplicarse por sí mismo si se le da buen uso o desvanecerse sin dejar nada detrás, en caso contrario.
La recuperación de la calle por parte del peronismo es otra oportunidad para un gobierno que no termina de encontrar su eje. Si se explota ese caudal político y se lo conduce en el sentido adecuado, puede funcionar como un formidable combustible para que el Frente de Todos recupere la iniciativa política y encabece un proceso de reconstrucción nacional con características populares y de desarrollo.
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Si no lo hace, si no puede o no sabe cumplir con la misión que recibió en 2019, que implica como condiciones mínimas la recuperación del poder adquisitivo de los salarios y ordenar el desbarajuste macroeconómico que dejó el gobierno de Cambiemos, la movilización de las bases históricas del peronismo impactará como un búmeran en el gobierno cuando los reclamos se hagan más bulliciosos que los apoyos. No falta tanto.
El discurso que, desde un camión, hizo Hebe de Bonafini fue incendiario pero no representativo de la concurrencia de la marcha, a la que asistieron incluso funcionarios muy cercanos a Alberto Fernández, como Gabriel Katopodis y Santiago Cafiero. El propio mandatario, que estuvo reunido en Olivos con Juan Manzur, cambió varias veces de idea durante la jornada y finalmente decidió no asistir. Tampoco irá hoy.
Serán inevitables, al final de la jornada, las comparaciones entre las dos convocatorias peronistas en días pegados, un cotejo que podría haberse evitado con un poco más de cintura o un mecanismo aceitado de deliberación hacia el interior del Frente de Todos. No deberían ser tenidas muy en cuenta, sobre todo porque habrá muchísimos que asistan a las dos jornadas, sin preocuparse por ninguna aparente contradicción. Lo bien que hacen.
A fin de cuentas, entre el domingo y el lunes, cientos de miles de argentinos y argentinas se volcaron a la calle a dar su apoyo a este gobierno y a aquello que representa, a pesar de todo. Ese es el dato más importante y el que debería ayudar al Frente de Todos a encontrar un norte entre tantas contradicciones y la voluntad para avanzar en ese sentido. Se trata de establecer prioridades, algo que todavía aparece en la columna del debe.
En los últimos días hubo manifestaciones elocuentes del G20, el papa Francisco, algunos de los empresarios más importantes de la Argentina y decenas de miles de personas en la calle que, de una forma u otra, apuntalan el rumbo que propone este gobierno. No es usual. Tampoco es normal que eso no se vea reflejado en la agenda política y mediática, donde se sigue fingiendo demencia y desviando la conversación a indignaciones triviales.
Todavía más llamativo es que ese gobierno no utilice ninguna de las herramientas que tiene a disposición para modificar tal panorama, que le resulta evidentemente perjudicial en términos electorales y de gestión cotidiana. Pero lo verdaderamente inédito sería que después de semejantes muestras de apoyo, el rumbo político se siga guiando por esa agenda ficticia, maliciosa y absolutamente disociada de los problemas reales y urgentes.