Un acto ético

17 de diciembre, 2022 | 19.53

Hace unos días se dieron a conocer unos escandalosos chats, en los que un grupo que forma parte del poder real planeaba estrategias oscuras para impedir la investigación del viaje realizado por sus integrantes a la estancia del magnate inglés Joe Lewis.

El contexto de las “operaciones” en que se difundieron esos chats, teniendo en consideración las funciones y responsabilidades de los participantes del encuentro, permite caracterizarlo como un grupo de tareas del lawfare: los jueces Ercolini, Cayssials y Yadarola, el fiscal general de Caba, Mahiques, el ministro de Justicia y Seguridad de Caba, D’ Alesandro, el ex miembro de la SIDE, Bergot, el publicista Reinke, el presidente del Grupo Clarín, Jorge Rendo y el abogado del multimedios y sobrino de Héctor Magnetto, Pablo Casey.

Tal como había asegurado Cristina hace unos meses, su condena a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos estaba escrita y firmada de antemano. Minutos después de ser condenada, la lideresa del pueblo tomó la palabra.

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En esa alocución, Cristina decidió dejar de lado las apreciaciones jurídicas y pasó a caracterizar al Poder Judicial como "un partido judicial, una mafia, un estado paralelo". Esa afirmación tiene el valor de un axioma, es decir, una proposición  sobre la cual descansan varios razonamientos. Significa que, asumido un punto de partida, las reflexiones posteriores son consecuencias lógicas que se deducen de esa premisa.

Dicho de otro modo, Cristina afirmó que hay un Estado paralelo, un poder mafioso compuesto por el grupo Clarín, el partido judicial y un sector   de la política. A partir de ese axioma se desprenden las siguientes consecuencias:

No hay democracia si hay proscripción de la lideresa del pueblo, consecuencia del accionar de ese poder.

 No hay democracia si en su interior existe un poder mafioso, aunque cuente con un barniz institucional.

No hay democracia si se la rebaja a ser sólo un procedimiento formal de elección de representantes, con el agravante de relativizar la libertad de elección por tratarse de una subjetividad colonizada por los medios de comunicación corporativos y sus discursos de odio, a los que obedece inconscientemente.

Ante la existencia de un poder mafioso como Estado paralelo es imposible gobernar.

Cristina, viviendo en carne propia la injusticia del partido judicial, afirmó: “Me quieren presa o muerta” y mostró un camino.

En un gesto profundamente político, la lideresa no aceptó el lugar de objeto denigrado, demonizado y maltratado por el mafioso Estado paralelo y habló como sujeto político. Con la valentía que la caracteriza, encarnando una vez más la rebeldía apasionada de lo popular, Cristina desafió al poder mafioso: mirándolos a los ojos les dijo “no soy mascota de nadie, renuncio a todo cargo”.

En un acto rebelde que se traduce como una libertad singular, ella elige y asume el riesgo de ir presa, antes de aceptar la condena de un poder antidemocrático e indigno que pretende proscribirla y torcer la voluntad popular del movimiento que conduce.

 Cristina como conductora del movimiento nacional y popular muestra con su ejemplo la insumisión y orienta la ruta emancipatoria: sin Cristina no se puede, con Cristina sola no alcanza para vencer a la mafia.

 La lideresa, con su acto, pone en juego una energía emancipada para defender la democracia. Llama a militar el No al terrorismo infiltrado en la democracia y a organizar políticamente la soberanía popular contra la mafia disfrazada de orden republicano, que históricamente en el país no respeta la voluntad popular. En la soberanía del pueblo radica la apertura de lo político.

A Cristina no le importan las tapas de Clarín; la lideresa confía en la inteligencia colectiva y el amor del pueblo. Ella cree en la soberanía como la más eficaz de las resistencias y la mayor potencia democrática. Ella sabe que cuando esa energía popular se juega y se pone en acto, las fuerzas conservadoras se debilitan.

 La toma de posición de Cristina fue una verdadera decisión, un acto ético que le devuelve dignidad a la política. A “la jefa” ya la juzgó la historia.