El peronismo ante una encrucijada: reinventarse o ceder el futuro

"El peronismo se enfrenta a nuevos desafíos en un contexto de cambios tecnológicos, geopolíticos y económicos. La capacidad de adaptarse y proponer soluciones innovadoras será clave para retomar el liderazgo y ofrecer un futuro más inclusivo a los argentinos."

18 de marzo, 2023 | 21.23

El 6,6 por ciento de inflación en el mes de febrero que se dio a conocer esta semana y los primeros cálculos para marzo, que muestran nuevamente una tendencia al alza, impactan en la línea de flotación de la candidatura presidencial de Sergio Massa, esgrimida con más entusiasmo por otros socios del Frente de Todos que por el propio ministro de Economía. La falta de alternativas le da sobrevida a un proyecto que, desde el primer día, se sabía improbable.

Aunque quiera hacerse el distraído con la responsabilidad que le toca, el presidente Alberto Fernández también acusa el deterioro de la economía doméstica de la mayoría de los argentinos. Si no hay un cambio rotundo en la tendencia, dejará en diciembre un país con mejor PBI y más empleos que cuando asumió pero con la misma cantidad de pobres. Un resultado mixto que otros podrían vender como un puntito inteligente en años difíciles, lujo que el peronismo tiene vedado.

El sueño de una nueva postulación presidencial de Cristina Fernández de Kirchner, a esta altura, lo sostienen solamente aquellos cuyo destino electoral está atado a la atracción gravitatoria que ejerce la vicepresidenta, incluso después de haber sido sometida a ocho años de desgaste mediático, político y judicial. Otros se probaron o se prueban el traje, sin mover el amperímetro. Las especulaciones transcurren a años luz de la calle, candidatos sin votos que apuestan a sacarse la grande.

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El déficit electoral del oficialismo es consecuencia de un vacío político y no al revés. Hoy nadie, en el Frente de Todos, puede explicar, por la positiva, por qué debería la sociedad renovar el voto de confianza que dio en 2019 y fue defraudado por una dirigencia que no estuvo a la altura de las circunstancias. Aunque todos se animan a pegarle al gobierno (no faltan motivos válidos), curiosamente falta alguien que plantee qué haría diferente y cómo haría para no chocar con los mismos obstáculos.

La expresión de deseos sobre que “CFK es un programa en sí mismo”, ensayada hace una semana en Avellaneda como un atajo que permita saltear ese trámite, se topa rápidamente con sus propias limitaciones. Por un lado, remite a otra campaña en la que se decía que el candidato era el proyecto. Eso no terminó bien. Por el otro, a esta altura, no termina de quedar claro cuál es, hoy, ese programa: ¿el de Massa, al que la vicepresidenta apoya y promueve en silencio? Parece insuficiente.

Sin una propuesta explícita que interpele a la sociedad, el peronismo le entregará, por segunda vez en ocho años, el poder a un espacio político cuya principal identidad reside en la voluntad es verlo reducido a la mínima expresión, amaestrado o directamente inexistente. Prácticamente una invitación al suicidio político, un sacrificio en el altar de sus perseguidores, donde el papel de chivo expiatorio recaerá, como siempre, en las clases medias y populares, ajustando con aguante.

En ese sentido, aunque todavía en estado muy preliminar, es una bocanada de aire fresco la propuesta del ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis, de establecer un fondo soberano, capitalizado a partir de la explotación de recursos estratégicos y que permita hacer inversiones que garanticen mejores condiciones estructurales para las generaciones venideras. Otras propuestas que surgieron estos años, como la implementación de una renta básica universal, se inscriben en la misma lógica.

Sucede que la Argentina se encuentra a las puertas de un triple salto mortal hacia adelante, que cambiará de manera irreversible, para bien o para mal, el destino del país. A nivel local, la ventana de oportunidad que se abrió para la explotación de esos recursos transformará la estructura económica y terminará, al menos en el mediano plazo, con la restricción externa, lo que a su vez debería traer consigo un alivio al problema endémico de la inflación.

Por supuesto: no se trata de una realidad políticamente neutra. El marco normativo, las capacidades de control estatales y la existencia, o no, de un plan estratégico determinarán si esa riqueza quedará en pocas manos o servirá para desarrollar la Nación. El gobierno que salga electo este año tendrá a su cargo decisiones que pueden marcar el destino de cincuenta millones de personas durante décadas. El caso Edesur nos recuerda, por estos días, lo difícil que resulta revertirlas.

En segundo lugar aparecen los cambios a nivel geopolítico, que redibujarán los contornos de lo posible a medida que se vaya dejando atrás esta era y nos adentremos en la próxima, sea cual sea. El final del ciclo de hegemonía neoliberal post Guerra Fría y el desplazamiento del centro de gravedad político, económico y cultural desde el Atlántico Norte hacia el Pacífico causarán movimientos sísmicos en todo el planeta. Para bien o para mal, los argentinos no estamos exentos.

En ese desplazamiento, instituciones que hoy aparecen en nuestro horizonte como objetos inamovibles, por caso el FMI, pueden volverse obsoletas paulatinamente, a medida que el dólar deje de ser la medida de todas las cosas, proceso que la enorme mayoría de los expertos considera irreversible. El enfrentamiento, frío, tibio o caliente, entre Estados Unidos y China traerá nuevas oportunidades y peligros. Se puede hacer cualquier cosa menos no estar preparados.

Adicionalmente a las novedades en el plano local y geopolítico, existe un tercer desafío, de índole existencial: la inminente revolución tecnológica empujada por el avance de la inteligencia artificial ya no es una promesa sino un proceso en curso, a toda velocidad. Se trata de un cambio copernicano en las reglas de juego que probablemente afecte a la humanidad más que ningún salto desde que por primera vez se comenzó a cultivar la tierra y con ello se fundaron ciudades y gobiernos.

Puede sonar exagerado pero durante los próximos meses y años seremos testigos privilegiados de un proceso que va a transformar el mundo laboral, la educación, la salud, la ciencia y la tecnología. Se van a destruir millones de puestos de trabajo y surgirán, con el tiempo, otros tantos, de la mano de tareas, oficios y profesiones que todavía no existen. Vamos a vincularnos con las máquinas en una simbiosis que hoy todavía nos resulta impensable. Está a la vuelta de la esquina.

Este futuro, al mismo tiempo lejano e inmediato, que cabalga en la incertidumbre entre la utopía y la distopía, significa una oportunidad, acaso la última, para que el peronismo pueda reinventarse una vez más y romper con la abulia en la que se sumergió durante los últimos tres años de gestionar una crisis tras otra mientras se resolvían rencillas internas a cielo abierto. La chance de volver a ponerse en sintonía con la época, como supo hacer tan bien en 1945 y en 2003.

Nuevos tiempos requieren nuevos relatos que identifiquen los nuevos problemas y propongan nuevas soluciones. El que pueda dar en esa tecla podrá despegarse de la mediocridad general de la política argentina y el peronismo, por historia, por doctrina y por su propia naturaleza camaleónica y proactiva, está mejor preparado que nadie más para hacerlo. Más aún: es el único que puede torcer la balanza para que la disyuntiva de esta época termine en liberación y no en más dependencia.

Para eso, resulta necesario que aparezcan dirigentes dispuestos a salirse de su zona de comfort. Que dejen de perder tiempo explicando por qué las cosas no salieron bien, o añorando otras épocas doradas que ya no van a volver, que no pueden volver, o privilegiando la rosca chiquita para acomodarse un poco mejor de cara a una derrota que ya ni siquiera intentan evitar, o hacer de cuenta que intentan. Que puedan mirar a la sociedad a los ojos y hablarle de lo que se viene.

El futuro trae consigo inmensas oportunidades para todos los argentinos. Es hora de que alguien lo diga y explique qué hay que hacer para aprovecharlas en lugar de ver, otra vez, cómo se la llevan otros. Que se ponga al frente. Que les muestre a los jóvenes que lo que viene no tiene por qué parecerse a lo que ya pasó. Es más: que no va a parecerse. Que ya pasamos el punto de no retorno. Para bien o para mal. Y está en nosotros mismos el poder para que la moneda caiga de un lado o del otro.

Si el peronismo logra hacerse el vehículo de estos cambios, si consigue detectar las necesidades de esta época y convertirlas en nuevos derechos, podrá ofrecerle a la sociedad algo que no van a poder, nunca, darle las alternativas que se despegan por derecha: la perspectiva de un futuro mejor que incluya a todos. Para eso, necesita asumir una metamorfosis, una más de las tantas que ensayó en su larga y rica historia. Convertirse en algo distinto a lo que es ahora.

Porque el peronismo en los últimos años ha renunciado a algunas de sus características más valiosas. Se ha vuelto poco imaginativo, ortodoxo. No piensa por afuera de los parámetros establecidos. No elige opciones que no estén en el menú. Y se ha vuelto conservador en el sentido más triste y patético de esa palabra, porque no se atreve a asumir como propios ciertos debates que naturalmente le corresponden, y en esa renuncia termina abrazado a este status quo desolador.

Durante demasiados años, para el peronismo discutir una reforma laboral fue tabú, a pesar de que resulta a todas luces evidentes que el mercado de trabajo en la Argentina está roto y que la informalidad es el principal creador de desigualdad. Nadie puede sorprenderse, entonces, que los más perjudicados por ese sistema empiecen a buscar soluciones en otra parte, aunque vengan de la mano de mercachifles peligrosos. Cuando caigan en el error, puede ser demasiado tarde.

Lo mismo sucede con el sistema previsional o el régimen fiscal. Están rotos y la gente, después de años de privaciones e inseguridad, está dispuesta a acompañar a cualquiera que prometa cambiarlos antes que a un espacio que no ofrece nada diferente. A las reformas de mierda que propone la derecha no se le puede oponer la inmovilidad; es necesario mostrar ideas nuevas, positivas, progresivas, que le devuelvan a los trabajadores los derechos que fueron perdiendo durante décadas.

Por supuesto, es más fácil tratar de ir poniendo parche sobre parche en vez de animarse a dar un debate de fondo, que seguramente implicará tocar intereses y privilegios para beneficiar a las mayorías. Es una tarea difícil y el éxito no está garantizado, pero si no la acomete el peronismo, lo va a hacer otro y el resultado será peor para todos. Las oportunidades perdidas pesan sobre los hombros de los dirigentes que no están a la altura de las circunstancias.

Estamos al borde de una verdadera revolución. Para el país, para el mundo y para la humanidad en sí misma. ¿Qué va a hacer el peronismo ante ese escenario? ¿Sostener su posición timorata y conservadora, aferrado a un orden establecido que se cae a pedazos? ¿O ponerse al frente de esos cambios y asegurarse que sean para mejor y que la sociedad argentina, bien conducida, pueda surfear esta ola y nos lleve a todos, sanos y salvos, hasta la orilla?