El principal enemigo, mejor dicho enemiga, de la gran prensa nacional, es la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y, por extensión, “el kirchnerismo”. El machaque es constante y permanente, la doble vara para analizar los hechos también. La obsesión llega al extremo de convertir a estos medios en caricaturas de sí mismos. Un lector habitual de diarios puede jugar el juego de predecir las tapas del día siguiente frente a cualquier hecho que involucre a Cristina, pero medios como el magnettista Clarín o el ultramacrista La Nación siempre logran superarse a sí mismos y subir la apuesta hasta el ridículo.
La secuencia histórica también se repite. Se inventa un hecho de presunta corrupción y se publica. Enseguida el juez amigo –que no es sólo el juez, sino que le siguen los camaristas amigos y los casadores amigos– levantan el guante y arman y continúan las causas. Cada etapa habilita una profusión de artículos, crónicas mordaces y airadas opiniones de columnistas de pelambre. Los multimedios explotan la secuencia, la prensa gráfica da letra y la audiovisual multiplica. Todo con mucho escándalo y estigmatización del adversario político.
Pero nada dura para siempre, el derecho se puede torcer y retorcer, sin embargo llega el momento en el que se necesita de los hechos. Así, después de años de proceso, miles y miles de fojas y miles y miles de dólares de honorarios para los abogados aparece la inevitable “inexistencia de delito”. Si se quiere encontrar flagrancia allí está la sucesión de causas armadas por el extinto juez Claudio Bonadio, el león del lawfare.
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Y cuando la ausencia de delito finalmente aparece truena la indignación contra “la justicia”. Es el momento en el que la prensa construye la genealogía de los jueces que fallaron conforme a derecho, todo profusamente acompañado con fotos personales y artículos de “quienes son”, no sólo ellos, sino también sus hijos, sus parientes y sus amigos, operaciones que en cualquier país con un sistema judicial decente serían caratuladas como “amedrentamiento y amenazas”, léase aprietes públicos, sobre quienes no responden a la voluntad de los dueños de los medios. Alguna vez deberá terminarse con tanta impunidad.
Pero la guerra de la prensa contra la principal enemiga no termina en lo judicial, es multidimensional. Desde el minuto cero, cuando Cristina anunció la candidatura de Alberto Fernández, comenzó la tarea de desgaste, de exaltación de cualquier diferencia propia de una coalición heterogénea, y la construcción de la ficción del presidente títere y de Cristina Cruela Devile moviendo los hilos en las sombras. En general la vicepresidenta no contesta.
Sería absurdo dedicar su existencia a contrarrestar la hojarasca cotidiana. Sólo interviene cuando ya es demasiado o simplemente cuando se cansa de las mentiras en primera plana. Este sábado contestó en sus redes. Sabe que sus contenidos se transforman enseguida en cadena nacional. No necesita reportajes ni declaraciones. Esta vez el tema fue la búsqueda de acuerdo con el FMI y lo que dijo fue bien concreto. Frente a la sucesión de publicaciones en las que se le reprochaba su presunto silencio sostuvo simplemente que en 2020 el Congreso sanciono una ley, con virtual unanimidad en ambas cámaras, que manda que cualquier acuerdo con el FMI debe contar con aprobación legislativa y, en consecuencia, no depende de su opinión. Agregó además la elementalidad de que la facultad para negociar el acuerdo la tiene el Presidente, casi una verdad de Perogrullo. ¿Qué tituló inmediatamente el tándem mediático magnettista-macrista? Que la vicepresidenta había tomado distancia de la responsabilidad de un acuerdo con el Fondo. Podría creerse que los medios tienen dificultad para comprender textos, pero se sabe que no es así, es sólo un capítulo más de la real malicia cotidiana con la que tamiza cualquier intervención de la titular del Senado.
La realidad de los hechos es, como siempre, bien diferente a la caricatura mediática. El gobierno del Frente de Todos debe hacer frente al mega endeudamiento con el FMI que heredó del macrismo. Entre 2022 y 2023 deberían pagarse vencimientos por casi 45 mil millones de dólares, entre capital e intereses, dinero que simplemente no está y dato que conducirá a un inevitable acuerdo de refinanciación. Esta voluntad quedó expresada no sólo en las palabras, sino en los hechos. Desde diciembre de 2019 el peronismo en el gobierno pagó todas las cuentas. Su voluntad nunca fue de ruptura, sino de pago de las obligaciones externas, aunque estas obligaciones se hayan tomado para sostener la continuidad del macrismo en el poder y para cubrir la salida de los capitales especulativos que se valorizaron en 2016 y 2017, es decir en “pagarle a los bancos”, como sinceró Mauricio Macri.
Vale recordar además que el único “hecho revolucionario” el kirchnerismo lo consiguió pagando. Fue cuando a principios de enero de 2006 le canceló al FMI todo lo adeudado y se liberó de su tutela, es decir de la voluntad de los mandantes del Fondo de imponer la política económica interna, la distribución del ingreso entre las clases sociales a través del tipo de cambio y de inducir el alineamiento del país con las políticas del Departamento de Estado. Luego de ese pago y recuperación de los grados de libertad de la política económica, la economía continuó creciendo hasta 2011, cuando apareció el límite estructural de la restricción externa y se frenó la expansión. A partir de 2015 el macrismo inició su “contrarrevolución”, un proceso acelerado de endeudamiento que reconstruyo entre 2016 y 2017 la dependencia con el capital financiero internacional y que se perfeccionó, tras la crisis externa de los primeros meses de 2018, con el regreso al FMI y otra vuelta de tuerca de endeudamiento, dato festejado por la derecha política, la gran prensa y el empresariado, que siempre vieron en el organismo una garantía de no retorno a las odiadas “políticas populistas”.
Pero la situación presente es muy distinta a la de 2006. Para empezar no existe la posibilidad de sacarse de encima al FMI pagando en efectivo lo adeudado. No es lo mismo 10.000 millones de dólares que 45.000, ni reservas creciendo frente a reservas mínimas. El imperativo de acordar con el Fondo es hoy financiero. A la economía no le faltan dólares reales, le faltan dólares financieros. En los primeros 9 meses del año el superávit de la cuenta corriente cambiaria fue de 6.600 millones de dólares y el superávit comercial de los primeros 10 meses fue de prácticamente 14.000 millones. A pesas de estos saldos y del giro de los DEG del FMI, apenas se juntaron reservas internacionales por algo más de 2.600 millones. La diferencia se fue en pagar deuda y en sostener el tipo de cambio, es decir en financiar la dolarización de excedentes. Si bien como en toda recuperación las importaciones crecen más rápido que las exportaciones, se está lejos de una restricción externa “real”, en cambio sí se está dentro de una restricción externa financiera. Si no se acordase con el FMI lo que ocurriría sería una profundización de este proceso en tanto se aceleraría la salida de capitales y se frenaría la entrada. El debate de la forma que asumirá el acuerdo y sus consecuencias será la sensación del verano.-