Los fracasos recurrentes de enunciados universales, el poco apego a los mismos que profesan quienes los formulan en el ámbito internacional y las disfunciones sistémicas que indican el agotamiento de categorías o concepciones que seguimos considerando acríticamente, nos impone volver sobre determinados postulados y cotejarlos con lo que hoy nos presentan como inexorables.
Polibio y sus concepciones
Es alarmante contemplar la persistencia de fenómenos cuya caracterización común es la injusticia, la profundización de las desigualdades, el envilecimiento desprendido de las consecuencias que provoca y las vidas humanas en juego, cuyo valor se deprecia día a día.
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Las relaciones de poder se establecen en base a la violencia de la más diversa naturaleza, que es la que predomina en el plano internacional. En tanto las organizaciones e instituciones creadas, supuestamente, para lograr cierto equilibrio no cumplen otro rol que legitimar -por acción o ignominiosa omisión- esa violencia y neutralizar todo esfuerzo por hacer prevalecer elementales sentimientos humanitarios.
Las operaciones de tierra arrasada, y con ello la de su población, que lleva adelante Israel contra Palestina desde hace ya muchos años y que actualmente atraviesa un nuevo capítulo, pone de manifiesto una concepción de “solución final”, que rememora las prácticas más deleznables que incipientemente se registraban en Europa cien años atrás y que, paradójicamente, tenían por víctimas -no únicas, pero más recordadas- a los judíos.
Cuánto más repudiable resulta, entonces, cuando se advierte que ese objetivo se recicla ahora por mezquinos intereses coyunturales de disputas políticas domésticas, para proveer sustentabilidad a un gobierno y para eludir responsabilidades teñidas de corrupción a un gobernante; y que ello, efectivamente, les brinda mayor popularidad.
Los éxodos forzados hacia el Continente europeo de quienes padecen en África los efectos de un estado de guerra permanente, expulsados por las políticas neocoloniales depredatorias de sus territorios y de saqueos constantes de sus riquezas, que se llevan adelante por intervenciones armadas -incluso de ejércitos mercenarios financiados por esas Potencias- o por insidiosas injerencias desestabilizantes de sus gobiernos, impulsan corrientes migratorias de personas desesperadas que no encuentran -si alcanzan su destino- receptividad material ni emocional.
Cada tanto conmueve alguna fotografía, como la que esta semana mostraba a un buzo español rescatar de las aguas del Mediterráneo a una criatura de dos meses a punto de ahogarse, pero esa conmoción no se queda gravada a fuego en la conciencia colectiva. Que, como ya ha ocurrido en situaciones semejantes, pronto es ganada por un “racionalismo” xenófobo que pone en la “irresponsabilidad” de las víctimas y en la necesidad de preservar el “ser nacional” europeo y sus comprometidas condiciones materiales de existencia, la razón que justifica priorizar lo propio haciendo caso omiso de toda otredad, aun de la que evidencia un punto límite entre la vida y la muerte, literalmente.
En nuestro Continente experiencias similares abundan, siendo de las más visibles aquellas que se orientan a la Meca imperial. Como el cierre de la frontera sur de EEUU o el confinamiento en virtuales campos de concentración de una infancia con rasgos de pueblos originarios que, por casualidad o persistencia, han logrado ingresar al gran país del Norte que se autoerige en campeón de la democracia y defensor de los derechos humanos.
Dando cuenta del desprecio real de esos mentados valores, de una desconsideración absoluta ante emergentes resultantes de sus propias políticas colonizantes y, además, de una ciudadanía que respalda ese tipo de conducta, lo que no morigeran algunas expresiones en apariencia más contemplativas de las tragedias humanas que subyacen a esas masas inmigrantes.
Polibio (210/200 a.C. – 118 a.C., se estima), destacado historiador griego cuya teoría de la sucesión cíclica de los regímenes políticos se basa en la degeneración de los mismos, que conlleva a una repetición que las enmarca en seis fases, que consisten en las contracaras de uno y otro régimen: monarquía/tiranía, aristocracia/oligarquía y democracia/oclocracia (esta última podría hoy asimilarse a “populismo”) y que, con la crisis de esta última, se volvería a la monarquía.
Sin prescindir de su valioso aporte a la historiografía y a la filosofía política, como tampoco de su declarado propósito de realzar y explicar el predominio mundial de Roma -de quien cayera prisionero en el 169 a.C.-, ni con su cita adscribir a su pensamiento, es interesante recordar su teoría teniendo a la vista los sucesos mundiales y determinadas variables que se repiten -con las peculiaridades de cada instancia temporo/espacial- marcando tendencias relevantes en la historia de la Humanidad.
Sueños ganados por las pesadillas
Las idealizaciones que se forjaron entre los siglos XVIII y XX, conformando doctrinas que alentaban expectativas de cambios sociales desde concepciones reformistas a revolucionarias proyectadas universalmente, no lograron consolidarse ni convalidarse.
El bien común cedió inexorablemente ante la codicia sin límites de los poderosos que, conformados en corporaciones, controlan los Estados centrales y orientan sus políticas de dominación.
Así el liberalismo democrático fue demostrando sus estrechos márgenes recipendiarios de los ideales enunciados, en términos de “libertad, igualdad, fraternidad”; y los presupuestos indispensables de enclaves coloniales para dar sustento al desarrollo de los países centrales, en los que -si bien con rangos más elevados- tampoco se volcaba en el conjunto de la población, sino que consolidaba a las elites que marcaban su rumbo.
El marxismo, en sus diferentes manifestaciones, constituyó un factor fuertemente disruptivo del devenir social y de las relaciones de producción existentes, contribuyendo con notable fuerza a la interpretación de la Historia y a la comprensión de las reglas que presidían la “normalización” (y normativización) de un Mundo en el cual la riqueza generada por la explotación del trabajo humano -incluso en condiciones análogas a la esclavitud-, era acaparada deparando una concentración que daba por resultado el sojuzgamiento y la pobreza de las mayorías populares.
En esa confrontación el Capitalismo occidental logró reciclarse al compás del deterioro paulatino del llamado socialismo real, confluyendo en la noción de un “pensamiento único” favorecido por la caída de la bipolaridad reinante desde mediados del siglo XX. Proceso, en que se exhibieron como figuras protagónicas en los años 80’ Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II. Dando paso a la expansión de un Neoliberalismo, que supo aprovechar el proceso de Globalización y el poderío militar que -más que el económico- es condición del predominio mundial.
Sistemas agotados
Las democracias formales en Occidente se han ido vaciando de los dogmas que las presentaban como un sistema que, si bien imperfecto, era el mejor para una convivencia comunitaria respetuosa de los derechos esenciales.
Perdiendo aceleradamente niveles aceptables de representatividad de sus representaciones políticas por antonomasia, los Partidos, como de participación e interés efectivo de la población en la actividad política.
Las formaciones socialdemócratas en las que concluyeron o se reconfiguraron las “izquierdas”, no han dado respuestas a antiguas y nuevas demandas sociales, ni parecieran ser capaces o tener, realmente, voluntad de hacerlo, en función de las reconversiones ideológicas que demuestran.
Los movimientos “progresistas” suelen quedar a mitad de camino entre las potencialidades de representación iniciales, para conjugar y sintetizar los reclamos populares, y la efectiva consolidación de una organicidad que se traduzca en una concepción hegemónica y una conducción de razonable unicidad para disputar poder.
Se nota un predominio de lo individual por sobre lo colectivo, un desencanto con los ideales pregonados que no guardan correspondencia con las actitudes de quienes los declaman ni con las posibilidades de su concreción práctica que indica la realidad.
Una realidad intervenida no sólo por los poderes fácticos, sino por relatos mediáticos que responden a sus directivas y un bombardeo de información de todo tipo magnificado que aturde, más que informa, no dando tiempo de procesarla y que en nada ayuda a desarrollar un pensamiento crítico, sino que lleva a envolverse en mayor confusión.
En ese contexto cobran cada vez más protagonismo los emergentes totalitarios, mostrados crudamente como tales -levantando viejas consignas racistas y antidemocráticas- o trasvestidos de un “republicanismo libertario” hipócrita que, sustancialmente, no se diferencia de esos otros.
De crisis y cuentos
La “crisis como oportunidad” es una frase muy repetida, pero que ofrece serias dudas acerca de la veracidad que encierra. Está claro y ampliamente comprobado que una crisis importa padecimientos, sacrificios y pérdidas de toda clase, aunque no lo está que de ella se salga fortalecido, mejorado y con un futuro promisorio al alcance de la mano si se sabe aprovecharla.
La crisis actual con una peste que invade al mundo entero es, ante todo: dolor, muerte, frustración, empobrecimiento, desigualdad que se incrementa exponencialmente, derrumbe de las Economías con efectos mucho más perniciosos en los países dependientes o periféricos por cuya recuperación no se exhibe otra razón que asegurar el cobro de las deudas contraídas, la continuidad de su rol en la división internacional del trabajo, la preservación de mercados cautivos y de proveedores de bienes primarios sujetos a intercambios asimétricos.
Con sólo apreciar la indecente acumulación de vacunas contra el Covid-19, por parte de los países centrales, en cantidades que multiplican sobradamente sus poblaciones, la resistencia a la liberación de patentes que permitan un abastecimiento general, las multimillonarias ganancias que a pocas personas ha redituado la comercialización de esos productos, poco puede esperarse de bueno de esta crisis.
El comportamiento observado por los Organismos multilaterales, no únicamente los crediticios o financieros, frente a la pandemia y otros tantos males que aquejan al Mundo, restan aún más credibilidad a concepciones optimistas sobre las salidas de situaciones críticas y abonan la creencia de constituir una frase de circunstancia que, incluso, puede ser engañosa, para resignarse a no explorar otros caminos que los que se nos presentan.
Tercera Posición ¿cuánta vigencia cabe asignarle?
La manera en que se desenvuelven las sociedades, la pérdida de entidad real -en sus enunciados dogmáticos y en la receptividad de sus destinatarios- de las democracias imperantes, el alarmante abandono de concepciones comunitarias, el acrecentamiento de los lazos de dependencia en las relaciones internacionales y el comportamiento de los Estados, son datos relevantes para considerar la existencia o no de propuestas universales superadoras para la Humanidad en su conjunto.
Es francamente posible que asistamos a un momento de quiebre histórico, a partir del cual se abran otras alternativas ecuménicas, que nada garantiza se verifique a corto plazo ni que redunde en una mejora sustantiva.
Lo que sí se presenta como más urgente, y a nuestro alcance, es la reconsideración actual de ciertas categorías políticas, sociales, económicas y culturales que hemos venido admitiendo -y también, en algunos casos olvidando- en el devenir de la vertiginosidad de nuestra cotidianeidad.
En un mundo que dejó de ser bipolar, entendido así por la confrontación entre dos grandes hegemonías internacionales (EEUU y URSS), da la sensación que hablar de una “Tercera Posición” carecería de sentido.
Esa postura enunciada con carácter doctrinal por Perón tuvo especial influencia -o cuanto menos total correspondencia- con la conformación del movimiento de los “Países No Alineados”, que perseguían la autodeterminación de los Estados nacionales, una real soberanía en la administración y aprovechamiento de sus recursos naturales, como en las decisiones sobre el modo de organización política.
Ese postulado del peronismo con proyección internacional, se sostenía en dos presupuestos que permitieran hacer posible romper con el encuadramiento -o alineamiento- en una de esas alternativas. Consistían, en una primera etapa de fuerte consolidación nacional y una segunda que conjugara regionalmente un potencial mancomunado desde donde relacionarse, sin distinciones, con los demás países y bloques existentes.
La multipolaridad que hoy se reconoce, como la Globalización que -en buena medida- ofrece la convicción en la perduración de cambios estructurales en la interrelación de Estados y mercados, no es óbice para plantearse otro modo de interactuar en ese campo y la reconsideración de los criterios que deben prevalecer para esa integración.
No hay “un regreso al Mundo” del que nunca nos fuimos, ni hacer primar una proposición de aislamiento de suyo imposible, sino de replantear cómo, desde dónde y con quiénes privilegiaremos vincularnos o distanciarnos todo cuanto sea posible.
Es cada vez más evidente que los Organismos Internacionales son funcionales y están al servicio de intereses que no son los propios de los países del Tercer Mundo, término que aún hoy mantiene sentido en cuanto resulta común a ese conjunto. Por lo cual, no será allí en donde hallaremos reparo.
Las aspiraciones plasmadas en doctrinas capaces de unificar proposiciones ideológicas universales superadoras, no se advierten actualmente; ni siquiera en los enunciados Neoliberales, que cubren con pragmatismos inconsistentes postulados carentes de todo contenido doctrinal o filosófico, constituyendo exclusivamente estrategias de negocios y de expoliación sin apego a ningún dogma que trasunte un pensamiento sistémico que exceda de las apetencias contingentes.
En la elaboración teórica de Polibio cobra relevancia no sólo determinar el cuándo y cómo en el desarrollo de los acontecimientos, sino la interpretación de las categorías formales del pensamiento que revelan. Acordándole especial importancia a las Constituciones Políticas, analizando su origen, evolución y composición; por entender, que de la estructura política surgen todas las intenciones y proyectos de los actos, y allí reside la causa suprema tanto de los éxitos como de los fracasos.
Las vicisitudes que afronta la Argentina exigen desprenderse de categorías, principalmente eurocéntricas, que prevalecen en nuestra práctica política y nos desfavorecen para alcanzar básicos estándares de autodeterminación soberana. Robustecer el pensamiento nacional y reformularlo -en cuanto fuera menester- en función de las nuevas circunstancias, sin atenerse a los dictados de las usinas internacionales del neocolonialismo, y propender a instalar una estructura política que responda y se asiente en los intereses nacionales, antes y por encima de cualquier otra proyección fuera de nuestras fronteras.