La perspectiva de una segunda ola de coronavirus en Argentina de la mano de cepas más virulentas y agresivas que ya circulan de manera comunitaria en la Argentina encuentra al sistema de salud en una situación diferente a la de hace un año. El personal, casi en su totalidad, ya está vacunado. Existe un mejor conocimiento sobre la enfermedad y más experiencia. Se construyeron hospitales, se agregaron camas y se compraron respiradores. Ya no escasean los insumos básicos, máscaras, guantes o tests, o al menos no hay motivos atendibles para ello.
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Sin embargo, para los trabajadores, en muchos aspectos, será un año más difícil. Al agotamiento físico y mental acumulado durante 13 meses de combate contra la pandemia, muchos sin vacaciones y salteando días de descanso, deben sumarse otros factores que harán de los próximos meses los más duros de su guardia: la posibilidad cierta del colapso del sistema de salud, las complicaciones de una vida que volvió -prácticamente- a la normalidad, que a su vez trae aparejada consigo el crecimiento de otras enfermedades y la falta de personal son solamente algunos de los problemas que deberán afrontar.
El 95 por ciento de los trabajadores de la salud categorizados como prioritarios para el operativo de vacunación ya recibió al menos una dosis de la vacuna y casi el 60 por ciento ya recibió las dos. Además, el gobierno decidió exceptuarlos del régimen que demora la segunda aplicación doce semanas, por el mayor riesgo al que están expuestos. De todas formas, las nuevas cepas ya mostraron cierta capacidad de evadir la respuesta inmune que producen las vacunas, y si bien la efectividad para evitar la muerte o manifestaciones graves de la enfermedad es casi perfecta, pueden producirse contagios y síntomas.
El aumento de la capacidad del sistema de salud argentino para absorber casos de coronavirus, gracias a la construcción de hospitales modulares, la inauguración de otros cuyas obras habían sido abandonadas durante la gestión de Juntos por el Cambio, el refuerzo de las terapias intensivas y la compra de respiradores, es un esfuerzo que da sus frutos ahora. Hoy, el país cuenta con un 50 por ciento más camas de cuidados críticos que hace un año. Eso permitió evitar el colapso sanitario durante todo el 2020. Será difícil mantener la situación en cauce durante este otoño e invierno.
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Los motivos de un posible colapso
Eso responde a dos causas. Por un lado, la mayor virulencia de las nuevas cepas, surgidas en distintos lugares del mundo (Manaos, Gran Bretaña, California, Sudáfrica), que están arrasando como un tsunami con la capacidad hospitalaria de todos los países de la región: en Brasil, Chile y Paraguay no hay camas de terapia intensiva libres. Uruguay puede estar en la misma situación tan pronto como esta semana. Además, a diferencia del año pasado, cuando las restricciones estrictas redujeron la circulación de otras enfermedades y también el número de accidentes, hoy esas estadísticas están prácticamente a niveles normales.
El descongelamiento de las actividades trae aparejado para el personal de la salud otro problema, o varios: adaptar su vida no solamente a cubrir sus lugares en la primera fila de la lucha contra la pandemia sino también a las vicisitudes de la nueva normalidad. Los que tienen hijos en edad escolar, deben hacer tiempo para cumplir con el exigente calendario del sistema de presencialidad incompleta. Los que usan transporte público deben viajar hacinados, como antes del coronavirus. Son cuestiones que harán más difícil su labor profesional.
Hasta la compleja realidad económica argentina es una fuente de problemas. Achicados los gastos extraordinarios por la pandemia, la mayoría perdieron los beneficios y bonus salariales que cosecharon el año pasado (los que tuvieron la suerte de recibir esos estímulos). Pero además, la devaluación del dólar blue a fines del año pasado hizo que para muchos médicos extranjeros que vivían en la Argentina para enviar remesas a sus países de origen el tipo de cambio dejara de resultar conveniente, por lo que en los últimos meses se vio un éxodo de profesionales que resultan muy difícil de reemplazar.