La derecha es neoliberal y neocolonial

06 de febrero, 2021 | 19.00

No tiene mucho sentido la queja por la “politización” de la pandemia: es imposible que un fenómeno de impacto moral y alcance global como el Covid pueda ser pensado al margen de la política. Su tratamiento político-mediático en nuestro país es extraordinariamente ilustrativo de la lucha política que se desarrolla entre nosotros.

       La “vacuna rusa” ha sido el punto más alto de la furia de los medios y de la oposición contra el actual gobierno. En estos días, sin embargo, el furor experimentó un ajuste, un perfeccionamiento; el grupo Clarín dice a través de sus editorialistas: “el problema no es la vacuna rusa, es el gobierno”. El viraje coincide con el hecho de que la revista científica “The Lancet” reconoció hace unos días los buenos resultados de las pruebas realizadas con la Sputnik. Seguir sosteniendo la afirmación de Carrió a propósito del “envenenamiento” de la población intentado por el presidente contra millones de compatriotas condenaría a quien lo hiciera a compartir el estatus de delirante que día a día consolida la ex diputada. Hay que cambiar el disco. Pero sugestivamente el ataque a la vacuna se ha desplazado hacia un ataque a Rusia. A los argentinos tendría que preocuparnos la cercanía diplomática con Rusia, puesto que nuestra cultura es “occidental y democrática”. Haría falta un largo rodeo para criticar esta simplificación absurda de la mirada sobre el mundo, que tenía un sentido durante la guerra fría pero sacada de ese contexto huele demasiado a podrido. Sin embargo hay una conexión entre aquellas circunstancias y las actuales. Esa conexión está en Washington, en el Departamento de Estado allí radicado. Putin comparte con Brezhnev no la ideología sino la colocación geopolítica de la Rusia actual, adversaria a la de Estados Unidos y de respaldo a muchos de sus enemigos declarados – Irán y la Venezuela de Maduro entre ellos- además de inclinada a una sólida alianza con China. Para esconder púdicamente la actitud colonial, la derecha argentina esgrime la cuestión de la democracia y de los derechos humanos. El argumento se coloca como título pero no se desarrolla mucho, lo que es lógico porque cualquier camino llevaría a la pregunta sobre cómo funcionan estas cosas en Estados Unidos.

       El modo en el que se desarrolla la pelea política en torno de la pandemia tiene algunas características interesantes. A las grandes corporaciones mediáticas y a sus columnistas de la política partidaria les ha sido imposible mostrar éxitos importantes de los países “occidentales y cristianos”, como los llamaba la dictadura. El reino de la libertad de mercado no sale bien parado de ningún análisis crítico en estos días. Basta con mirar rápidamente el ominoso espectáculo de la manipulación de las vacunas por parte de los laboratorios privados más importantes del mundo, entre ellos Pfizer, con el que el gobierno argentino se negó a firmar el convenio para la aplicación de su vacuna. Recientemente el presidente Fernández estableció vínculos con la canciller alemana Merkel para facilitar el vínculo de ese gobierno con el de Rusia para acelerar los tiempos de la llegada de la vacuna de ese origen y sortear las condiciones leoninas de los laboratorios “occidentales”.  Las vacunas no son solamente recursos alternativos para el tratamiento: constituyen el escenario de una “guerra” estratégica. No la guerra entre “Occidente y Oriente” sino entre el mundo de la concentración económica absoluta y colocada por sobre cualquier razón humanitaria y aquellos que por las más diversas razones resisten la aplicación de esa lógica mercantil al tratamiento de la emergencia global. ¿No llama la atención que el gobierno argentino acceda rápidamente a la vacuna rusa y al mismo tiempo intensifique sus relaciones con los gobiernos de Alemania y Francia? Es decir que Argentina no se está yendo del “mundo occidental”, se está moviendo por fuera de la lógica excluyente de cualquier potencia mundial, está defendiendo su interés nacional.

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       El maestro Aldo Ferrer llamaba “densidad nacional” a la capacidad de cada país de ubicarse en el mundo globalizado a partir de sus propios intereses y necesidades. En el interior de esa densidad nacional, casi podría ser en su corazón, está lo que el mismo científico llamaba “pensamiento crítico”. ¿Crítico de qué?: de la asunción de la prédica de las grandes potencias como la guía de la propia conducta nacional. Ningún país se desarrolló sobre premisas tales como “achicar el Estado es agrandar la nación”. Ese es el mensaje del centro para los países neocoloniales; en los países hoy desarrollados del mundo, invariablemente el Estado jugó y sigue jugando un papel central. Con la inversión en infraestructura, con la protección legal, con la política económica… y hasta con la guerra. No hay capitalismo sin estado. El capitalismo es, en más de un sentido, producto del Estado.  Por eso en el mundo de hoy hay dos fenómenos que se superponen pero que no son iguales: el neoliberalismo y el neocolonialismo. El neoliberalismo es la soberanía universal de los mercados, el neocolonialismo es la capacidad del imperio de imponer en el mundo las ideas y las políticas que convienen a su propia “densidad nacional”

       Por eso la politización de la pandemia pasa centralmente por el lugar que cada nación y cada región ocupa en esta nueva fase del capitalismo global que, sin duda, se abre. Si tenemos que juzgar las características de esta nueva fase, por los hechos internacionales de estos últimos meses, no hay duda de que será una fase de lucha hegemónica entre potencias y de crisis de las actuales condiciones de producción y apropiación de las rentas. Nunca el predominio de las grandes corporaciones globales y sus soportes estatales ha mostrado de modo tan claro su radical incompatibilidad con los derechos humanos –empezando por el más elemental, la vida- como en estos días. Nunca ha sido tan pertinente la pregunta sobre si este estado de cosas es el único pensable y el único posible. Tal vez la explosión de formas radicalmente irracionales sea una parte central de este proceso. La gente de mi generación nunca había visto a masas de personas en todo el mundo manifestarse del modo actual, orgulloso de su ser “de derecha”. Ser de derecha es la comprensión de la libertad como carencia de todo compromiso colectivo que no sea el que une a las personas más cercanas.  Y es esa autocomprensión como seres libres de todo compromiso lo que ata a estos sectores con el mensaje ideológico de los grandes medios de comunicación. Eso es lo que revela el misterio de la influencia política de Carrió aún en sus más extravagantes posiciones. La afinidad consiste en el individualismo más extremo.

       Y el punto común de encuentro de las pasiones antipolíticas y antisociales es el de la pérdida de toda autoestima nacional, el goce en todas las frustraciones y los retrocesos nacionales así como la ignorante admiración por aquello que le han enseñado a pensar como “el mundo occidental”. La derecha argentina es claramente neoliberal y neocolonial.