No hay discurso de CFK que no sea interesante. Ella siempre concita atención. Por encima del ruido político, su voz se destaca. Además, cumple con un papel asignado por sus adherentes y detractores: el de portentosa madre nutricia de los debates y combates nacionales.
La defensa del cristinismo a sus argumentos no es una incógnita a enfocarse, se explica sola. A esta altura, el ataque irritado a su figura tampoco merece mucha disección. Pero en los diarios del fin de semana, esos lienzos donde las clases dominantes pincelan el significado de los hechos, asoman contornos de una grave anomalía en desarrollo. La caracterización sincronizada de CFK, a partir de su “clase magistral” en Chaco, como “opositora” a su propio gobierno, en camino a ser abiertamente calificada de “golpista”.
Los que hasta hace poco no advertían matiz alguno entre Alberto Fernández, Sergio Massa o ella misma, presentando a un Gobierno de coalición como exclusivamente “kirchnerista” en sus portadas o zócalos, ahora se preocupan por denunciar que el kirchnerismo se cruzó a la vereda de enfrente “de un inquilinato en llamas”. La oposición a Fernández tendría, además de la de Juntos por el Cambio y los llamados “libertarios”, una nueva y peligrosa pata que sería la kirchnerista o la cristinista.
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Escena que devuelve una imagen lastimada de un presidente, ya no sólo por la pandemia, la guerra, el comportamiento codicioso de las corporaciones y el obstruccionismo legislativo macrista, sino –y principalmente- por el maléfico desplante de su irracional socia y –esa agrupación siempre bajo sospecha- bautizada como La Cámpora.
Toda la historia parece encajar en la descripción, hasta que alguien se toma en serio el análisis de sus partes y la trama pierde su atractivo morboso. Primero que nada: este es un gobierno de coalición. Por definición, una coalición une a líderes o grupos diferentes bajo un propósito común. Es un gran frente, integrado por personas, partidos e instituciones que pueden ser sindicales y hasta empresarias.
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No todos piensan igual, hay distintos proyectos, que pueden coincidir en casi todo, en una parte, en lo más grande o en lo más chico, durante un momento o todo el tiempo del mundo. No están obligados a pensar lo mismo, ni con la misma intensidad, como ocurre en un partido leninista. No hay un dogma a seguir disciplinadamente, ni la expulsión rige como castigo. Esa es la naturaleza de una coalición.
Como la de Juntos por el Cambio, en definitiva.
¿Cuáles son las diferencias entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner? Sobre el modelo de largo plazo, ninguna: los dos pretenden un país capitalista con producción, trabajo y consumo, que no sea el de la especulación y la exclusión del macrismo neoliberal. ¿En qué difieren, entonces? En el método y en la jerarquización de lo que consideran más urgente, después de que la principal urgencia entre todas las urgencias, la que los convenció de unirse, sacar al macrismo del gobierno, se cumplió hace más de dos años.
En el Chaco, CFK no puso en duda la continuidad de la coalición. Enmarcó las diferencias en una cancha, la del debate entre socios de un gobierno del que no abjura, cosa lógica, porque este gobierno es la consecuencia de varias decisiones políticas, además de la suya y la de Fernández. También está la de Sergio Massa, la de la CGT, la de las dos CTA, la de los movimientos sociales, la de entidades que nuclean a las pymes y otros partidos, muchos de ellos progresistas, que no querían que Macri reeligiera, condición primera para poner a la Argentina de pie.
Bueno, ahora hay una diferencia profunda en el plano económico, que no comenzó el día que se firmó el pacto con el FMI; sino antes, pero estuvo solapado por la absorbente excepcionalidad de la pandemia. Es un debate complejo, que podría resumirse -en razón del espacio- en dos teorías: hay que crecer para distribuir o hay que distribuir y crecer a la vez. No parece ser un tema sencillo y, mucho menos, banal. Que no está saldado.
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Pero esa discusión no necesariamente le pone fin a la coalición. Tal vez sí, o no, a un plan económico o a un ministro. Pero los integrantes del frente saben que si la amplia unidad lograda por el Frente de Todos se disuelve en el aire, hay serio riesgo de que retorne la derecha más salvaje a hacer lo que antes no pudo. Por lo tanto, poner a CFK como “opositora” o “golpista” es tan injusto y descabellado como plantear que Alberto Fernández sigue las políticas de Macri.
Son señalamientos carentes de lógica, con ningún anclaje en la realidad, ni siquiera forzando argumentos, aunque haya una racionalidad perversa intentando traficar semejante despropósito como “análisis político” desinteresado. A simple vista, los autores de la patraña son los mismos que glorificaban al vicepresidente Julio Cobos cuando puso en vilo al país votando contra su propia presidenta, la noche de la 125.
¿Por qué Cobos era en aquel entonces un estadista a lo Kennedy y CFK hoy una “jefa tribal”, como dejó dicho en columna dominical un prestigioso experto en Comunicación Política de la Universidad Austral; o “una persona que confunde falta de educación con sinceridad”, como la describió el dueño de un multimedio donde el secretario de Asuntos Estratégicos del Ejecutivo es columnista, con foto de perfil?
Casi todos ellos, en función del trato prejuicioso que dispensan al kirchnerismo y sus figuras, con acceso ilimitado a las plataformas de opinión para contribuir a convertir aquello que debería ser una conversación social en un monólogo sectario, antidemocrático y peligroso. Porque a pesar de sus sesudos devaneos arriban siempre a la misma conclusión, primitiva y desprovista de imaginación: este país sería mejor “sin” peronistas, “sin” populistas, “sin” camporistas y “sin” kirchneristas. Es decir, “sin”, que es una preposición que señala una falta. Algo que fue suprimido, o que debería estarlo para que Argentina vuelva a ser un gran país.
Cualquiera que consulte la historia nacional, podrá enterarse que tenemos una larga tradición en materia de ideas totalitarias promovidas como geniales por los dueños de casi todo, también de la vida ajena. Tierra pródiga en carne y legumbres, nuestra monstruosa producción de dictadores y genocidas a repetición durante el siglo pasado no va en zaga. Algunos deberían replantearse sus categorías para repensar la política argentina. O volver a pensar, sin pereza. Con eso bastaría.