Durante un discurso en el George W. Bush Presidential Center de Texas, el ex presidente Bush confundió la invasión de Irak con la de Ucrania al referirse a una guerra “brutal” e “injustificada”. El lapsus generó risas en la audiencia y una sonrisa en el orador, quien justificó el error por su avanzada edad y agregó “Irak también”.
Bush, responsable de invadir un país soberano miembro de la ONU con la justificación de mentiras armadas por sus propios servicios, destruir su economía, impulsar un conflicto que lleva 20 años y un millón de muertos según los cálculos de la Universidad de Brown, puede sonreír y dormir tranquilo. Del mismo modo que su sucesor Barack Obama pudo informarle al mundo que ordenó secuestrar, asesinar y arrojar el cuerpo al mar a un sospechoso como Bin Laden, reeditando el método de los vuelos de la muerte, sin correr el riesgo de que le quiten su Premio Nobel de la Paz.
Para eso sirve reemplazar el análisis político por la indignación selectiva: para que Bush y Obama den discursos en institutos serios sobre la libertad, la democracia y coso mientras Vladimir Putin es considerado un monstruo sediento de sangre y los millonarios rusos, a diferencia de los norteamericanos, puedan ser tratados de oligarcas por nuestros medios serios.
El ministro de Economía Martín Guzmán afirmó el martes por la noche que no habrá aumentos en las retenciones a las exportaciones ya que “para poder darle continuidad a la recuperación económica, la Argentina necesita dólares”. Dos días después, el presidente Alberto Fernández le pidió al Congreso una suba de esas mismas retenciones para frenar la inflación ya que, con buen criterio, considera que es la mejor herramienta para desacoplar precios internos y externos: “Necesito que la oposición entienda y acompañe”. Apenas unas horas más tarde, el ministro de Agricultura, Julián Domínguez, contradijo al presidente y descartó cualquier nuevo incremento de los derechos de exportación. Por si quedara alguna duda, explicó que habló con el presidente, el jefe de Gabinete Juan Manzur y la portavoz Gabriela Cerruti. No sabemos si la oposición acompañará al presidente en un proyecto rechazado por sus propios ministros, pero podemos afirmar que estamos frente a un gobierno amplio y plural que, como el poeta Walt Whitman, contiene multitudes.
El censo nacional generó un enorme frenesí en las jaulas terraplanistas. Se trata en realidad de una vieja costumbre ya que el censo anterior, el del 2010, fue calificado como “censo del miedo” por algunos periodistas independientes como el ineludible Mario Mactas. En aquel momento los colegas de Mactas nos alertaban sobre el peligro de hordas de criminales disfrazados de censistas que aprovecharían la situación de indefensión ciudadana para quedarse con nuestros bienes. No por imaginarios los miedos de nuestra oposición dejan de ser atroces.
Como ocurrió con las vacunas, que eran un veneno y además no alcanzarían para todos, algunos desde la oposición de Juntos por el Cambio y nuestros medios serios, dos colectivos que cada día cuesta más diferenciar, denunciaron el censo por vulnerar nuestra intimidad a la vez que se indignaron porque los censistas no llegaron a todos los hogares, es decir, no pudieron vulnerar la intimidad de todos. Esa #IndignaciónCapicúa responde al tenaz corrimiento de la oferta opositora hacia el terraplanismo.
Es improbable que Javier Milei, la nueva esperanza blanca fabricada por los medios, llegue a presidente, del mismo modo que no llegó a gobernador el falso Ingeniero Blumberg o se desvanecieron en el aire otros inventos como Jorge Sobisch o el rico heredero De Narváez. En realidad, la función de los personajes como Milei es otra: correr la frontera de lo decible y banalizar el discurso de odio, lo que disciplina a los candidatos de derecha y los obliga a alinearse. Es por eso que escucharemos cada vez más aullidos terraplanistas de acá a las elecciones del 2023.
Para muchos, el recuerdo de aquel “censo del miedo” está ligado al fallecimiento de Néstor Kirchner. Menos de diez años después del “que se vayan todos”, del descrédito de la política y del sueño efímero de las asambleas barriales, el pueblo lloró a un ex presidente velado en la Casa Rosada. Esa multitud paciente, agradecida y triste, también nos enseñó que el odio masivo hacia el kirchnerismo, hacia Néstor y Cristina, era otra de las tantas ficciones de nuestros medios serios.
La realidad volvió a fallar.
Imagen: Falsos censistas de La Cámpora se preparan a ajusticiar opositores (cortesía Fundación LED para el desarrollo de la Fundación LED)