Las señales abundan, los ejemplos son muchos y los peligros crecientes. Nadie podría suscribir con certeza un certificado de defunción, pero el eclipse sistémico oscurece el horizonte y nos alerta sobre un fin probable de las que hasta hoy parecían realidades inalterables.
¿A qué mundo aludimos?
En general tenemos una tendencia a universalizar situaciones, comportamientos, creencias, principios, valores y prácticas sociales, en función de lo que exhibe Occidente y desde la sesgada perspectiva que nos proponen los medios hegemónicos de los países centrales.
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Advertirlo -si se comparte esa percepción- lleva, inexorablemente, a verificar que esa tendencia es falaz y claramente incompleta, por dejar afuera de ese universo a una parte nada desdeñable -más aún, mayoritaria en dimensiones geográficas y humanas- de ese ente abstracto y totalizador que conduce a generalizaciones tanto o más falaces.
Sin embargo, como contrapartida y hasta con cierto grado de contradicción relevante, también verificamos que ese “universo” pareciera estar bajo la égida exclusiva como excluyente del Capitalismo, sea éste liberal/Neoliberal o de Estado, ante la ausencia de toda otra alternativa que lo confronte como “Sistema” económico y, fundamentalmente, de ideas de organización social y de valores fundacionales.
Sin prescindir de esta última constatación, a los fines de esta nota y por conformar un terreno algo más firme en cuanto a datos de realidad “real” -valga la redundancia- en la que podemos desenvolvernos, habré de ceñirme a Occidente a sabiendas que reflexiones de este tipo podrían proyectarse o, sino indudablemente, impactar más allá de esos confines.
La paulatina y hoy vertiginosa descomposición de los Estados nación que abarca a todos sin excepción, más allá de su envergadura y del lugar prevalente que ocupen, incluso como “Potencias”, es una cuestión que cobra cada vez más significación.
Los Estados se empequeñecen hasta llegar en algunos casos a una virtual desaparición, frente a las grandes Corporaciones Transnacionales y su poder decisorio creciente sobre vidas, haciendas y Naciones. Y hay algo más, no se conforman con condicionar las políticas, buscan y con frecuencia consiguen cooptar, colonizar u ocupar las instituciones del Estado, a la par de transformar y empobrecer el imaginario social.
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Sin utopías, con escasas ideas y pocas convicciones
El escenario político se muestra cada día más precario, considerando los afanes de muchos de los protagonistas que no exceden de mezquinos intereses personales, consignismos panfletarios, anacronismos ostensibles, chicanas que no arriman ni por asomo a un debate o un discurso confrontativo sustancioso.
Sin idealismos retrospectivos, con conciencia de que las luchas del Poder y por el poder siempre han exhibido determinados grados de inconsecuencias, inevitables pragmatismos y egoísmos inherentes a la naturaleza humana, da la impresión de que en la actualidad cuesta encontrar algo más que esos rasgos como signos de época. O quizás, más exactamente como final de ciclo.
La dicotomía “izquierdas”/”derechas” hace tiempo no me convence como categorías definitorias para la política, especialmente en tierras del Tercer Mundo. A pesar de lo cual, en una primera aproximación facilitarían una descripción, dentro del arco ideológico, de posturas parcial o totalmente antagónicas en las cuales el factor popular marcaría la inclinación en uno u otro sentido.
Ahora bien, en nuestro país como en otros tantos esas categorizaciones llevadas a lo concreto muestran un amplio campo en el cual es difícil sino imposible distinguir las pertenencias a unas u otras, sumado a la confusión que le agrega el uso de denominaciones que no se corresponden con los postulados tradicionales o emblemáticos que pudieran haberlas identificado originariamente.
A pesar de los reparos que me produce, y sin desistir de la crítica que formulo, es necesario reconocer que en esas pujas de derechas e izquierdas se sintetizaron, centralmente en el siglo XX, las tensiones entre capitalismo y anticapitalismo como enfrentamientos sistémicos, recurriéndose desde uno y otro lado al concepto de democracia.
Una democracia concebida de muy diferentes maneras, a menudo expuesta al riesgo de distanciarse seriamente de sus propios postulados -liberales, burgueses, socialistas, marxistas- con radicalismos que podían desembocar en autoritarismos o totalitarismos extremos.
En cualquiera de sus variadas presentaciones los modelos propuestos constituían idearios demarcatorios de fuerzas políticas, representaciones de voluntades que tanto acordaban identidad como determinaban oposiciones y, en alguna medida, establecían límites que ordenaban a su interior.
La idea de Estado moderno se asociaba a la de Nación, su organización institucional a la democracia en cualquiera de sus versiones y su funcionalismo se presentaba por encima de todo otro ente local o foráneo.
Poco de todo eso hoy se preserva, se pregona y se proyecta, como resultado de los fracasos de un socialismo real que no pudo conjugar los enunciados revolucionarios con una praxis que satisficiera anhelos humanos más terrenales y palpables; que eyectó, a su vez, con mayor fuerza un pensamiento único, globalizado, despersonalizado, deshumanizante y que devolvió al Capitalismo imperante su rostro más salvaje, posiblemente el que hace a su más profunda y verdadera esencia, en la que el afán de lucro y acumulación ilimitada necesariamente conduce a mayúsculas desigualdades como a una total desaprensión por el medio ambiente.
Esta vez sí, con el desenfado y la impudicia de constituirse en un estadio de gobierno mundial por encima de todo Estado, incluido el del Imperio que se presenta como signado por un “destino manifiesto” de adueñarse del Plantea entero.
El Corporativismo capitalista transnacional no exime de responsabilidades a los ejecutores de las acciones imperialistas, ni a sus socios (“aliados” o “sirvientes”), pero cambia el eje para la definición de las ecuaciones de construcción de poder.
El movimiento inercial de las democracias occidentales les hace ir perdiendo todo anclaje social, desprovistas de niveles de representación mínimamente aceptables y carentes de programas aptos para neutralizar el sometimiento de sus estructuras institucionales a los mandatos de aquellas Corporaciones.
El ámbito de la política se convierte en un campo de juego menor, sin reglas básicas o en donde justamente carecer de ellas es la regla. El corrimiento permanente de una a otra fuerza partidaria o dentro de una misma, sin miramientos ni temor por incurrir en indisimulables incoherencias, es favorecido por la ausencia de ataduras dogmáticas o límites doctrinarios que, a su vez, habilita a cualquier aventurerismo “antisistema” cargado de opacidades y de personajes con más sombras que luces.
Todo se consume, nada se transforma
La política no seduce ni sus operadores parecieran preocupados por seducir salvo en tiempos electorales, como tampoco la agenda política responde o se corresponde con las inquietudes ciudadanas, muchas de ellas guiadas -ligadas o guionadas- por los medios de comunicación.
El “Pueblo” como categoría ha sido sustituido por la “gente” como híbrido poblacional vinculado a todo tipo de consumos, masivos cuando se los entrevera con demandas de distinta índole (por seguridad, por libertades “libertarias”, por castigos ejemplificadores, por necesidades insatisfechas -razonables o no-), que acrecienta la sensación de orfandad social y de inexistencia de lazos comunitarios que sustenten una conjugación con la idea de Nación y el sentimiento de Patria.
Ha ido desapareciendo la distinción entre lo público y lo privado, no solamente en cuanto al reconocimiento de las singularidades de cada ámbito sino por un desentendimiento de las más básicas reservas y protección de la intimidad que es ofrecida también como objeto de consumo.
El formato “Gran Hermano” se destaca como síntesis empobrecedora de la vida en sociedad, con una audiencia descollante a la que se invita a escudriñar en las miserias humanas como a una partidización detrás de conductas miserables, discriminadoras, estigmatizantes, que fungen de prototipos actitudinales y eventualmente acreedores de notoriedad aprovechable para futuros promisorios de los participantes.
Tragedias como el deleznable crimen del joven Fernando Báez Sosa a manos de un grupo de otros jóvenes actuando en manada y guiados por una sensación de superioridad de clase, es explotado comercialmente desde la esfera mediática promoviendo las peores reacciones sociales, alentando criterios de venganza más acordes con violencias compensatorias del tipo “ojo por ojo, diente por diente”, que ya hace mucho fueron superadas y desestimadas como mecanismos de sanción penal de un Estado en el ejercicio monopólico de la fuerza en forma legítima, justificada y sin ánimo vindicativo.
Agitar esa clase de comportamientos facilita inclinaciones hacia otras acciones colectivas, que pueden conducir a “linchamientos” virtuales o reales -que se han registrado frente a delitos menores (robos o arrebatos circunstanciales)- entendidos como “actos de justicia” popular.
En una entrevista publicada por Página 12 (edición impresa del 10/2/2023), la abogada Claudia Cesaroni -especialista y de larga trayectoria en materia de antipunitivismo- cuestiona con sólidos fundamentos la existencia de condenas a cadena perpetua a las que califica de “una muerte en vida”. Destacando que el máximo de 20 años de prisión efectiva para esa pena fue ampliado en 2005 a 35 años, por efecto del homicidio de Axel Blumberg y, luego -en una etapa de sesgo punitivista-, a 50 años en el 2017; y marcando una clara distinción de los crímenes comunes -por más crueles o especialmente reprochables que sean- de los delitos de genocidio derivados del terrorismo de Estado.
Señala también las respuestas espasmódicas del Estado ante ciertos sucesos de especial repercusión pública, como la ausencia en la promoción de un debate necesario en orden a la penalización de los delitos y el modo de ejecución de las condenas con fines de resocialización, conjuntamente con una estricta tutela del derecho de defensa, del debido proceso y de los derechos humanos comprometidos de víctimas y victimarios, como de las respectivas familias.
En la mediatizada tramitación de aquel proceso judicial ocupó un lugar estelar Fernando Burlando, abogado de la querella, que ya comenzó a despuntar en su lanzamiento político ligado a los sectores más reaccionarios de la oposición, invocando una repentina conciencia de la necesidad de un mayor y más directo compromiso con la cosa pública, un latiguillo recurrente del despertar a la política de quienes repentinamente cobran notoriedad en áreas por demás disímiles (deportivas, artísticas, profesionales) y que, motu propio o convocados desde algún Partido, actúan en consecuencia,
Una nota de Guillermo Lavecchia (publicada en Tiempo Argentino el 8/2/2023) recordaba que el perfil de “implacable justiciero” atribuido a Burlando, por su desempeño en este caso, contrasta con el rol que le cupo en otros casos, entre los más resonantes, la defensa de “los Horneros”, cuatro de los homicidas de José Luis Cabezas (el periodista de la Revista Noticias asesinado por una nota suya sobre el empresario Alfredo Yabrán).
Un destino incierto que no nos es ajeno
Las agendas públicas deben considerar los intereses, preocupaciones y reclamos ciudadanos tanto como el humor social, pero también deben ser orientadoras en torno a esas y otras tantas cuestiones, a la par de incorporar temas de trascendencia común que quizás no son percibidos o interpretados en su real magnitud para el destino del país y de quienes lo habitamos.
Un punitivismo meramente reactivo prescindente del sentido y efectos en su aplicación práctica, la banalización de las conductas estigmatizantes que empujan a discriminaciones inaceptables y que se plantean como modelos a emular y más todavía si se manifiestan como propuestas políticas, lejos están de poder generar un mejor vivir en comunidad.
Si además la centralidad de esas propuestas va acompañada de hacer caso omiso de conductas corporativas antisociales, invisibilizando la enorme magnitud y capacidad de daño de producen cuando intervienen ilícitamente las instituciones del Estado, cuando evaden responsabilidades tributarias, cuando explotan irracionalmente los recursos naturales, cuando provocan desabastecimiento y encarecimiento de bienes o servicios esenciales, cuando endeudan al país o fugan capitales mediante maniobras en apariencia legalizadas pero delictivas, entonces cualquier cauce será factible para el descontento popular y para aventuras de improvisados liderazgos.
Renunciar a la búsqueda de nuevas alternativas y a involucrarnos en debates señeros, conformarnos con una democracia degradada que sólo nos convoca periódicamente a emitir un voto y a pensar que allí se agota la participación cívica o popular, no hará sino coadyuvar a sepultar toda esperanza de un mundo mejor, más justo y resistente al proyecto de las Corporaciones que pretenden adueñarse de todo, incluso de nosotros.