Del intento fallido de magnicidio al “diálogo político”

Las fuerzas políticas de derecha no miran con simpatía la propuesta de diálogo político que ha lanzado el gobierno del frente de todos. No es muy difícil de comprender esa posición.

11 de septiembre, 2022 | 00.05

Las fuerzas políticas de derecha no miran con simpatía la propuesta de diálogo político que ha lanzado el gobierno del frente de todos. No es muy difícil de comprender esa posición: puede desconfiar de una determinada iniciativa política aquel sector político que se favorece con su negación. Quien rechaza el diálogo tiene necesariamente en su cabeza otro territorio más apto para resolver a su favor los diferendos. Si el lugar del diálogo político lo ocupa el incesante flujo desinformativo de las grandes cadenas mediáticas -sistemáticamente alineadas con los gobiernos de Estados Unidos y sus aliados de “occidente”- se entiende que los políticos-estrella de esa constelación y habituales partícipes de ese ruido seudoinformativo se sientan más cómodos en ese terreno que en el de la conversación pública con sus adversarios.

Menos comprensible es la reacción adversa a la promoción de ese diálogo que circula en el frente de todos y sus adyacencias. En este caso, el rechazo a la propuesta se enlaza con la absoluta desconfianza en la conducta de sus adversarios en el interior de un escenario de diálogo. Como el argumento que esgrime la derecha para su rechazo es exactamente el mismo en términos simétricos, podría aparecer una paradoja: como no confiamos en la conducta de nuestros adversarios coincidimos con ellos, “nada de diálogo”. Para el caso, dos antagonistas que no coinciden públicamente en nada se ponen de acuerdo en rechazar el diálogo. Por eso es muy importante la discusión en el interior del frente, porque puede dar lugar a una legítima controversia en materias generales (el lugar del diálogo en la vida política democrática) tanto como específicas (a través de qué caminos queremos llegar al tipo de sociedad que imaginamos y deseamos). Dicho de otro modo: ¿cómo se enfrenta la ofensiva anti-política, anti-derechos y negacionistas?, ¿cómo se ensancha la propia base de apoyo como no sea a través del convencimiento a su favor de millones de argentinos?

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Fácilmente puede imaginarse el tenor de la respuesta más habitual a estos problemas: la cuestión no está en las palabras sino en la vida cotidiana y particularmente en el nivel de ingresos de las clases subordinadas del neoliberalismo. Parece un argumento fuerte. Tiene de su lado una grande e ilustre tradición política que -proveniente del marxismo economicista y del populismo peronista- creen que la clave del derrumbe del neoliberalismo (o del propio capitalismo) solamente es pensable como una reacción popular y masiva contra la situación económico-social. Ese determinismo puede -y a la vez necesita- de la prescindencia de los argumentos, de la información y, en última instancia, de las palabras. La realidad social, piensan algunos, es tan transparente para la política, como el cuerpo de un hombre enfermo para la medicina. Demás está decir que la historia política está colmada de experiencias que niegan estos enfoques; alcanza con recordar que una de las páginas más gloriosas del movimiento obrero argentino-el “Cordobazo” de 1969 lo protagonizó el segmento que disfrutaba los mejores salarios de esa época, el de los metalúrgicos y los mecánicos. ¿No habrán tenido algo que ver en aquellas gestas las discusiones, las asambleas, los panfletos, los discursos de combate? La palabra, al fin de cuentas.

¿Cómo pensamos el renacimiento de la democracia (de los votos y de las libertades conculcadas por la barbarie terrorista) hace muy poco menos de cuatro décadas? Es cierto que la nuestra es una democracia limitada por la concentración inaudita de los recursos, por la impunidad que se desprende del poder económico y por la existencia de los bien llamados “sótanos de la democracia” (curiosos sótanos, en algún caso, que moran en suntuosos edificios y usan toga). Pero justamente por eso hay que dialogar. Por supuesto que el diálogo es como el tango: hacen falta dos. Pero si no hay dos, el camino no es retirarse y que no haya ninguno. Por el contrario, hace falta que el rechazo del diálogo quede expuesto públicamente como la expresión de un sector político y no se diluya en la imposibilidad práctica del diálogo. Y además no debe descartarse que pueda lograrse que surjan actores impensados e impensables en otras circunstancias. Que se pueda empezar a romper con el modo filo-terrorista de hacer política.

Justamente porque el atentado mortal contra la vicepresidenta y líder de la principal fuerza política argentina introduce en la escena un aspecto crítico: si no se preserva un lugar para el diálogo (que es un lugar para la política) estamos expuestos a enormes amenazas. Y quienes hemos vivido ya bastante con la experiencia del terrorismo de estado no tendríamos que darnos el “derecho” de no militar por una solución pacífica y política de la gravísima crisis en la que nos encontramos. El país vive una grave crisis orgánica (socioeconómica, jurídica y política) al mismo tiempo que en el mundo se dan situaciones que podrían llegar a converger en una excepcional oportunidad para nuestro país, en la creación de condiciones materiales inmejorables para una política de unidad nacional, integración regional y transformación drástica del poder a escala mundial. Pero esa oportunidad será tal si se actúa con mucha inteligencia y mucho patriotismo. En caso contrario se convertirá en una reproducción ampliada de nuestro atraso, de nuestra dependencia colonial y nuestra “ingobernabilidad” política.

Hay quien teme que la ocasión de un diálogo pueda debilitar el nervio transformador en el interior del campo popular. Que pueda servir para “adecentar” a ciertas derechas y darle certificado de probidad democrática a gente que ha mostrado su ausencia de compromisos en esa materia. No parece demasiado sensato ese temor. El núcleo duro de la derecha clasista y violenta, ése al que hay que terminar de desenmascarar ante millones de ciudadanos y ciudadanas, no está en condiciones de dialogar. Ahora bien, ¿con quién dialogaríamos entonces? De eso justamente se trata, de correr el cerco, de restarle homogeneidad a un bloque social que crece más cuanto más inestable y peligroso se vuelve el clima político nacional.

El campo popular no tiene nada bueno que esperar del progresivo recalentamiento del clima político, inexorable si no se le oponen iniciativas políticas amplias y creadoras. Ciertamente estas iniciativas están bloqueadas por lo que se conoce como “la grieta” argentina. Pero esa grieta es solamente una forma que ha adoptado el conflicto político argentino y no una fatalidad como se suele considerar. ¿Quiere decir entonces que el antagonismo político argentino podría ser disuelto por una “conversación entre damas y caballeros? Nada de esto hay en el objetivo de estas líneas. El antagonismo argentino es tan viejo como la patria y no desaparecerá antes de parir un país diferente, es decir justo, libre y soberano. A este objetivo no se llega apoyando siempre un mismo camino, una misma táctica, una misma retórica. Ninguna de las fuentes político-ideológicas del campo popular, ninguno de sus grandes líderes participó en esa visión esquemática de la vida política. Más bien fueron diversos tipos de sectas las que lo prohijaron y desaparecieron sin dejar rastro. “La única verdad es la realidad”, esta enigmática frase que Perón rescató de la tradición aristotélica parece hoy una guía política eficaz. Se la puede interpretar como una fuerte advertencia contra el voluntarismo político y contra los esquemas políticos o teóricos que permanecen incólumes frente a cambios bruscos de la realidad. No es un llamado a la resignación con el estado de cosas. No es un argumento para justificar el miedo. Es la condición misma de la política. Su carácter cambiante, su naturaleza más profunda. Su condición de práctica que se coloca por fuera y por encima de dogmas y de frases hechas.

En Argentina hemos sufrido un intento de magnicidio, en la persona de Cristina Kirchner. No tenemos del derecho de seguir pensando exactamente igual que antes de este parteaguas histórico, el primero por su gravedad en toda la historia independiente de Argentina. Está en juego la democracia. Está en juego la patria.