De a uno en fila, como ocurre con los actos coordinados, Elisa Carrió, Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y hasta Gerardo Morales salieron a despegarse de Mauricio Macri. Es un salto con red: con el año electoral en curso, los dueños del poder y del dinero cambian de piel, habilitan la sucesión, y ven al "pacto social" como una plataforma de lanzamiento del próximo gerente del sistema.
Macri ya fue.
Aquí no ha pasado nada.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Total normalidad.
Picó en punta Larreta, que ya decidió ser candidato a presidente. Es su deseo, pero también se lo impone el calendario: sin reelección en la ciudad, su mejor chance es apuntalar el salto a la escena nacional con la vidriera y los millones que provee la intendencia porteña.
Su problema es Macri, que pide revancha. No en vano tituló su libro Primer Tiempo, a modo de aviso y provocación.
Macri intuye que no está invitado al pretendido “acuerdo nacional”. Lo mismo corre para Cristina, aunque la vicepresidenta se autoexcluyó cuando mandató al presidente para que pusiera la mesa. Son situaciones y perspectivas distintas: Cristina ya abdicó a la primera Magistratura en función de un armado electoral y no tiene intenciones de repetir en el cargo. Macri sí. O al menos busca imponer que eso quiere, para retener el poder en su espacio a modo de salvaguarda judicial.
A primera vista, Macri no debería temer por su libertad personal. Mientras el Poder Judicial siga colonizado por los poderes locales y extranjeros a los que Macri sirvió, es improbable que se investigue a fondo su latrocinio. Pero la protección al CEO no se extiende de manera automática a los integrantes de su directorio. Gustavo Arribas, por caso, teme correr la suerte de los chivos expiatorios en la causa que investiga el espionaje ilegal.
Compinches y socios desde los tiempo de Boca, el ex jefe de la AFI carece de padrinos políticos y aliados dentro del PRO. Por el contrario, Larreta, Vidal y Diego Santilli, entre otros, lo detestan por haber husmeado en sus vidas y finanzas personales.
Sin custodios internos ni archivos secretos como reaseguro -precaución que tomaron algunos de sus subalternos, ya reacomodados en la Ciudad- Arribas se encomienda a la protección de su mentor.
Así las cosas, Macri se propone resistir el pase a retiro azuzando la polarización con entrevistas y tuits guionados por su histórico escudero, Marcos Peña, que retuvo capacidad de daño. En especial en las redes, donde el ex jefe de gabinete mantiene intacto su ejército de trolls.
Con el aparato mediático de su lado, la oposición política y económica pasa rápido del blindaje a la ofensiva, mientras que el gobierno -carente de narrativa- corre la agenda desde atrás. Es lo que dejó como moraleja el episodio Guernica: las topadoras fueron una sobreactuación a gusto de la derecha, que impuso una insólita teoría sobre la supuesta aversión oficialista por la propiedad privada.
Si la estrategia del oficialismo es vaciar al macrismo asumiendo su agenda -como interpreta Sergio Berni-, es de esperar que se fastidie su base electoral, que lleva tiempo mirando cómo los goles se gritan en la tribuna de enfrente. La hinchada oficialista, como lo expresó fuerte y claro el pasado 17 de octubre, sabe que la cosa no está para lujos. Se conforma con poco: corazón y pases cortos. Y no meter adentro las que van afuera.
Es lo mínimo que se espera de un presidente arquero. También que ordene al equipo, como sugirió en su carta Cristina. "En la Argentina el que decide es el Presidente -escribió la vicepresidenta-. Puede gustarte o no lo que decida, pero el que decide es él. Que nadie te quiera convencer de lo contrario. Si alguien intentara hacerlo, preguntale que intereses lo o la mueven" explícitó la vicepresidenta, en un doble mensaje de respaldo público y aviso interno: ya no vale usarla como excusa cuando el gobierno queda en offside.
Experto en dar el paso a tiempo para evitar quedar fuera de juego, Sergio Massa presentó el viernes su próxima plataforma electoral: Proyectar. La presentación estuvo regada de consignas a tono con el mentado “pacto social”. “Dialogar”, “Ampliar” y “Perfeccionar” formaron parte de la sopa de letras que Massa usó para llamar a “un gran acuerdo nacional”, en el que se imagina con un rol estelar, en caso de que Roberto Lavagna abjure definitivamente de la invitación presidencial a presidir la mesa.
Entre los presentes en el acto massista había funcionarios del gobierno oriundos del Frente Renovador y rectores de las universidades bonaerenses. Uno de los presentes fue Claudio Ambrosini, titular del Enacom. Sobre su mesa de trabajo hay un expediente que quema: la reglamentación de la ley que regula las telecomunicaciones como servicio público y esencial.
A casi dos meses del decreto que declaró un nuevo status para las telcos, el Gobierno negocia con las compañías la readecuación del sistema de conectividad y de tarifas. El plazo para un entendimiento vence a fin de noviembre. Es de esperar, entonces, que se aceleren las operaciones de las empresas en la opinión pública para fortalecer sus posiciones. Una de esas compañías, de hecho, hizo correr esta semana que evalúa abandonar el país por el “lastre” que Argentina implica en sus balances globales. En el gobierno consideran que es un blef, pero sería útil que elabore una estrategia para utilizar en caso de que llegara a publicarse ese título de alto impacto.
Gobernar, también, es comunicar.