Sergio Massa terminó bien la semana: pudo celebrar que su iniciativa para adelantar la actualización del mínimo no imponible por el impuesto a las ganancias fue rápidamente adoptada y puesta en práctica por el gobierno y que Tigre dejó afuera a River en el Monumental y accedió a las semifinales de la Copa de la Liga. Como hace rato no sucedía, pudo sostener, durante varios días, un protagonismo en la agenda política, por sí solo y no como tercero en discordia del divorcio del siglo.
Además del tema de ganancias, que apunta al corazón histórico de su electorado, fue noticia por una cena con el pleno de su equipo de consulta en temas económicos y por su exposición en el encuentro de la Cámara de Comercio de Estados Unidos en Argentina, donde dijo (sin faltar a la verdad) que no se ve presidenciable. La parte que no dijo es que cree que en dos meses puede ser otro el cantar. Y que si se abre la oportunidad, él va a estar preparado para tomarla.
Sesenta días. Ese es el plazo en el que se juega el destino de Martín Guzmán, según los escenarios que traza el presidente de la cámara de Diputados. La inflación y las revisiones del fondo van a ser la vara que determinará el desenlace. Pasado ese tiempo, anticipa, si no hay resultados concretos en el primer ítem y/o aparecen problemas a la hora de afrontar el segundo, la continuidad del ministro de Economía será insostenible. En ese caso, Massa está dispuesto a asumir el desafío, si cuenta con amplio respaldo del presidente y la vice.
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Él suele repetir a sus interlocutores que desde la presidencia de la Cámara de Diputados no se puede aspirar a un cargo superior, por las características del rol, que lo obligan a priorizar la conciliación con otros espacios antes que un perfilamiento más adecuado para una campaña presidencial. Un salto al ejecutivo, en un engranaje clave como el control del área económica, le permitiría adoptar rasgos más funcionales a una eventual candidatura y capitalizar con ese fin todos los éxitos que pueda exhibir en esa gestión.
El asado del martes, prolijamente filtrado a la prensa, fue una manera de blanquear esas aspiraciones, mostrando la silueta que podría tener un económico que trabaje bajo su conducción, al frente de un ministerio que unifique todas las facultades necesarias para coordinar el andar de la economía. Junto a Malena Galmarini recibió a los economistas a quienes escucha: Martín Redrado, Diego Bossio, Marco Lavagna, Miguel Peirano, Lisandro Cleri y Martín Rappetti. Faltó, por motivos personales, Guillermo Mitchell.
La cena tuvo un protagonista más, que no estuvo presente pero participó en su armado, llamando personalmente a algunos de los invitados para asegurarse de que no falten: el exministro de Economía Roberto Lavagna, que recompuso en los últimos meses su relación con Massa, herida de gravedad cuando el tigrense abandonó la avenida del medio (y la candidatura presidencial del economista) para conformar el Frente de Todos en la campaña de 2019. Activo a sus 80 años, también tuvo últimamente varias charlas con el presidente Alberto Fernández.
El martes fue la primera vez que Massa juntó a todos desde antes de la pandemia, aunque no deben sacarse conclusiones lineales. Entre los asistentes, por caso, Peirano no está interesado en asumir nuevamente un rol público, y Redrado preferiría ser él mismo el convocado para encabezar el ministerio. Durante la comida hubo críticas fuertes contra Guzmán pero principalmente contra los planes económicos que presentaron en los últimos días los referentes opositores en la materia, a los que calificaron como inviables.
Aunque había matices entre las opiniones de los comensales, se llegó a cierto consenso de que los mayores peligros para la Argentina aparecen en el corto plazo, pero que si se logra bordear el abismo de la escasez de divisas durante los próximos meses, del otro lado se abren oportunidades únicas para que Argentina deje atrás su restricción histórica gracias a un incremento histórico de la capacidad exportadora que se va a apoyar en Vaca Muerta, la minería, la industria del software y la modernización del complejo agroindustrial.
En el plano de lo político, Massa abriga otra certeza: su futuro inmediato está atado al Frente de Todos. Lo dejó claro en la AmCham, donde había en el público unos cuantos que esperaban que dijera otra cosa: “La coalición de gobierno no tiene disputa de liderazgo, pero tiene disputa de programa y hay que vivirlo con naturalidad”, señaló. También tiene en claro que su rol no puede limitarse al de intermediario entre Alberto Fernández y CFK, por eso decidió avanzar con proyectos propios, como el de ganancias.
Al mismo tiempo, está convencido de que, hoy, el límite más importante que acota el margen de maniobra económico está dado por la política y la inestabilidad alimentadas las polémicas públicas dentro de la coalición oficialista, que atentan contra la formación de expectativas favorables. Por eso, se imagina como un prenda de unidad entre el presidente y la vice. Una cosa deja en claro: no asumiría la conducción económica sin el apoyo explícito de ambos.
Su aporte a la calma en el plano interno fue la suspensión, al menos por el futuro inmediato, del Congreso del Frente Renovador que iba a celebrarse el mes pasado en Mar del Plata y que iba a ser el escenario de un pedido de los dirigentes para que él se lanzara a la presidencia y Galmarini a la gobernación bonaerense. El horno no está para bollos o no hay agua en la pileta, depende a quién se consulte. Lo cierto es que, por ahora, no habrá congreso partidario ni operativo clamor. Las candidaturas, si llegan, sabrán esperar.