Es casi imposible pensar en el peronismo sin que aparezca, aunque sea furtivamente, la imagen de la plaza del 17 de octubre. Porque nació en una instancia que implicó el involucramiento de su base de apoyo cuando su líder había sido detenido. Por eso el peronismo siempre, salvo en su faceta menemista que abandonó casi todo vestigio del programa original, apeló a la conjunción de la acción política desde el Estado, confiando en sus recursos y capacidades para transformar la sociedad, con la movilización social y la militancia.
Cuando a inicios del siglo XXI, la racionalidad tecnocrática parecía haberse convertido en la fuerza hegemónica para llevar adelante una acción de gobierno, el llamado “giro a la izquierda” emergió como una instancia inesperada en la acción política de la región, abriendo instancias de participación e incidencia de diversos movimientos políticos incluso al interior del mismo Estado. Esta posibilidad desplegó una gran cantidad de acción y generó, no cabe duda y en nuestro país fue muy notorio, un interés por la política de parte de sectores que creían que era una etapa culminada en sus vidas; o bien en jóvenes que ni siquiera se habían acercado a ella hasta ese momento, convencidos de su “corrupción intrínseca” que medios y difusores, le habían transmitido todos esos años. Era un opción evidente que en el menemismo como en el macrismo la política era para pocos. Es cierto que al calor de la campaña electoral el macrismo se vio casi empujado a estimular cierta participación en actos de campaña, pero nunca decidió que su fuerza política se construía a partir de activar a actores sociales. La selección de candidatos buscados en distintos espacios de la sociedad civil, es casi quirúrgico y siempre con énfasis individual, antes que estimulando la representación social; la opción es por el individuo. El gobierno de Alberto Fernández ha continuado esa identidad peronista: la elección es por personas, pero que tienen tras de sí una representación social y política. Esto genera dos situaciones que pueden ser contradictorias; por una parte vincular al conjunto de la organización o movimiento, en las políticas del gobierno, pero también implica que esa sumatoria no estará exenta de conflictividades. Quienes creen que esos procesos son meras cooptaciones, jamás analizan lo que esas participaciones resultan en el posterior desarrollo del trabajo estatal y sus múltiples dimensiones. Incorporar actores sociales a la gestión pública y en general a una coalición política robustece a ambas instancias, pero trae aparejado una labor mucho más artesanal para conducirlos. Se amplía una base de apoyo, pero que demanda consensos y conducción todos los días.
El sábado el grupo Agenda Argentina realizó un nuevo foro, llamado esta vez Hablemos de Transformaciones, continuación de aquel que realizará hace algo más de una año con la presencia de Alberto Fernández candidato y llamaron Hablemos de Ideas. Agenda es un espacio amplio y diverso, compuesto por alrededor de 20 grupos políticos, que a su vez se sienten parte del Frente de Todos. Escribo esto y supongo que debo mencionar que formo parte de uno de eso grupos y que participé en el foro del sábado. Pero lo importante fueron algunos hechos: asistieron funcionarios políticos nacionales provinciales y municipales y una gran cantidad de militantes, mas de 3.000. La virtualización sigue siendo un proceso nuevo y de aprendizaje; por lo pronto permite reducir distancias y en este caso el matiz federal fue mucho más notorio que en foros presenciales, anteriores. No es, por cierto, el único ni más importante escollo de centralismo que debemos superar, pero cuánto aporta que una reunión pueda tener voces de toda la geografía. Si algo vino para quedarse con esta pandemia, parece que las conectividades virtuales son una de ellas. Decía la relevancia que en el peronismo tiene hacer parte a la militancia y a la acción colectiva; esa que es algo más que una costumbre genera también ciertas prácticas como son las mesas compartidas entre funcionarios y referentes sociales y la militancia en general: gobernadores/as, ministras/os, legisladoras/es, intendentas/es y directores/as de diversas agencias estatales se sentaron a discutir los desafíos claves que enfrenta hoy el gobierno; los derivados de la pandemia y aquellos que la preceden, no pocos, fruto de los cuatro años del gobierno macrista. Hay una cultura política que reduce las distancias funcionario/militante al punto que, como expresó Santiago Cafiero en el cierre, es necesario no escindir esos roles para quienes les toca hoy ejercer la función pública; porque la militancia política hace al programa, a los fines que quiere perseguir un gobierno. El neoliberalismo suele impugnar la militancia acusándola de ser generadora de seguimiento incondicional a los líderes y pérdida de voluntad individual. Es gracioso que lo diga gente que se reverencia ante políticas económicas cuyo fracaso para el conjunto de la sociedad es notoria; tecnócratas con un nivel de dogmatismo ideológico poco envidiable. Porque no solo fracasan al generar pobreza. Fracasan en sus propios términos cuando son generadores de más inflación y endeudamiento. Ese dogmatismo es el que los lleva a mantener distancia con los actores sociales porque la política sólo se concibe como receta diseñada por sus expertos y no una producción social.
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La militancia no es dogmatismo, es trabajar la política en los territorios. Los saberes técnicos son imprescindibles; no es su reemplazo lo que persigue la acción militante al involucrarse en un gobierno. Es la necesidad de mantener el diálogo permanente entre Estado y sociedad; es mantener las políticas públicas necesarias para superar la exclusión con personas que la sostienen en el territorio; es profundizar canales de comunicación muy especialmente cuando los grandes medios decidieron jugar como actor político opositor. Con lo específico de cada mesa, de eso se habló el sábado.