Si existen funcionarios que todavía albergan la esperanza de que Alberto Fernández encare esta nueva etapa de su gobierno desde un lugar de mayor distancia con la vicepresidenta, el acto de esta tarde en Plaza de Mayo echará una palada de tierra sobre su entusiasmo. El mandatario esta vez cederá protagonismo a Cristina Fernández de Kirchner y también a Luiz Ináçio Lula Da Silva (y al Pepe Mujica), en un evento que tendrá la impronta política y estética del kirchnerismo y cuyo eje principal no podrá alejarse mucho de la persecución judicial y mediática que recayó sobre las dos personas que compartirán el escenario con él. Los intentos de impulsar una nueva dirección desde la Casa Rosada, el siempre vaporoso albertismo, deberán esperar a otra ocasión. Quienes proponen esa vía se preguntan hace rato si la ocasión llegará en algún momento. La mayoría ya acepta que no, pero no por eso dejan de empollar esa idea peregrina.
Resulta que el candado que diseñó CFK en mayo de 2019, cuando cedió el lugar más importante de la boleta para dar lugar a la creación de una coalición panperonista, sigue funcionando intacto. La unidad sigue siendo la única opción racional para todos los socios del Frente de Todos que tienen una cuota de poder (los demás pueden hacerse escuchar con discursos altisonantes pero a la hora de tomar decisiones no están invitados a la mesa). A pesar de los recelos y reproches mutuos a nadie le conviene romper, por eso el nudo no se rompe. La maniobra es tan efectiva que también la condiciona a ella misma. Es posible que sólo por eso funcione: tiene la forma de una garantía que alcanza a cada uno por igual. La plaza de este 10 de diciembre, más que un relanzamiento del gobierno, será un recordatorio de las raíces del compromiso que exactamente dos años antes los llevó a la presidencia. En búsqueda de la identidad perdida.
En el delicado equilibro que debe, necesariamente, transitar este gobierno acuciado por urgencias en todos los frentes, el acto de esta tarde también deberá leerse como contrapeso de la participación de Fernández en un foro global “por la democracia” convocado por el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, y de las negociaciones en curso con el Fondo Monetario Internacional. El peronismo hace bien en no espantarse ante ciertas contradicciones pero el pragmatismo tampoco puede ser excusa para dejar de lado su contrato electoral. Ni la unidad ni los actos alcanzan para recuperar la confianza del electorado que se fue desde 2019 ni para contener al que todavía acompaña pero exige un poco más para 2023. A esta altura es evidente que el cuco de la derecha no resulta suficiente para ganar elecciones sin una propuesta que sintonice con las demandas populares y mire al futuro.
No se puede gobernar dejando a todos contentos pero eso no significa que haya que gobernar dejando a todos descontentos. El equilibrio es una herramienta, no un fin en sí mismo. El pragmatismo es una necesidad, no un rasgo de carácter. La presencia de Lula debe funcionar también como un recordatorio: cada derecho que se conquista, cada avance de la sociedad puede estar en riesgo si se pierde el poder. Ante el avance de una oposición con cada vez menos tapujos, ganar las próximas elecciones, retener la presidencia para sostener y profundizar un modelo económico sustentable, tiene que ser la primera prioridad del Frente de Todos. El peronismo no va a ser electoralmente competitivo hasta que una mayoría considerable de los argentinos, de todos los estratos sociales y en todo el territorio nacional, mejoren de forma considerable su calidad de vida. El tipo de cambios que no se pueden hacer pidiendo permiso.
La plaza de esta tarde puede funcionar efectivamente como un relanzamiento del gobierno si Fernández decide, finalmente, adoptar ese rumbo y convencer a la gente que es el camino correcto. Puede, en caso contrario, ser una escala más de una deriva que difícilmente termine bien, otra oportunidad perdida para torcer la dirección de la historia. Para terminar, de una vez, con las crisis recurrentes que parecen una maldición sobre el país. A la sociedad argentina no se le puede pedir más paciencia. Ya tiene claro que sin Cristina no se puede, pero que con ella no alcanza. Que sin unidad no se puede pero que sólo con unidad no alcanza. Que sin acuerdo con el FMI no se puede, pero sólo con el acuerdo no alcanza. Va siendo hora de hablar de la incógnita de esa ecuación, de lo que falta para que alcance. Hoy habrá una plaza llena esperando escuchar esas palabras. Es una oportunidad; uno nunca sabe cuando pasó la última hasta que no es demasiado tarde.