Alberto Fernández preferiría que los cambios en el gabinete pudieran hacerse sin demasiado ruido. Los ve como un ajuste de tuercas lógico en un equipo que lleva casi un año de trabajo en el peor de las condiciones, más que como un acontecimiento político en sí mismo. Sin embargo no podrá evitar las especulaciones y segundas lecturas cuando todos los focos apuntan al gabinete, sobre todo después de la carta de Cristina Fernández de Kirchner que puso en palabras lo que muchos, incluso el Presidente, pensaban: hay figuras que no supieron adaptarse al ritmo que demandan la doble crisis de pandemia y recesión. El Presidente ya tiene sobre su escritorio varias opciones de recambio para su staff de ministros y secretarios de Estado, algunas de las cuales ya están en marcha.
“No hay que apurarse. Estamos esperando que Alberto decida”, aseguran en la Casa Rosada. A pesar del secretismo habitual en estas situaciones, los colaboradores más cercanos del Presidente admiten que es necesario mover algunas piezas y que ya se tomaron decisiones al respecto, aunque se esté esperando el momento más preciso para hacer los anuncios. Se sabe: en una coalición tan diversa como el Frente de Todos, cada enroque hace carambola. Por eso, no alcanza con identificar a los “funcionarios que no funcionan” sino que su reemplazo debe inscribirse en una ecuación política compleja. quedará, cuando se concreten los cambios, el gabinete para un año electoral.
Esa alquimia a varias bandas le pesa, particularmente, a una de las ministras más señaladas a la hora de apostar por recambio: la titular del área de Desarrollo Territorial y Hábitat, María Eugenia Bielsa. Dirigente con peso propio y una larga carrera antes de aterrizar en el gabinete de Fernández, Bielsa no cuenta, sin embargo, con el respaldo de ninguna de las columnas que sostienen el Frente de Todos: no tiene buenos lazos con el Instituto Patria, ni con La Cámpora, no con el Frente Renovador, ni con los movimientos sociales ni con los sindicatos, y tampoco forma parte del equipo chico del mandatario. Esa orfandad la deja colgando de un pincel.
Para peor, el área que encabeza aparece en el foco de la crisis. Las malas condiciones habitacionales de muchísimos argentinos quedaron en primer plano durante la pandemia; las tomas de terrenos volvieron a poner en agenda la cuestión; los alquileres estuvieron entre los costos de vida que más aumentaron este año. A ese estado de situación se contrapuso un ministerio que “nunca terminó de arrancar”, según consignan en la Rosada. Ponen como ejemplo el caso del Renabap, que tiene a cargo la integración urbana de más de 4000 barrios populares, un proyecto que comenzó en la gestión anterior pero Fernández adoptó como propio pero que no tuvo progreso en estos meses, a pesar de esa decisión política.
En un primer momento, se evaluaba transferir todo el ministerio de Hábitat bajo la órbita de Obra Pública, a cargo de Gabriel Katopodis, uno de los ministros mejor conceptuado por su trabajo y su cercanía histórica con el Presidente. Esto finalmente se descartó para no “degradar” el área, aunque la secretaría de Integración Sociourbana pasó al ámbito del ministerio de Desarrollo Social, encabezado por Daniel Arroyo. El reemplazo de Bielsa, finalmente, recaería en el intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi. La noticia podría hacerse oficial antes del fin de semana, pero El Destape pudo corroborar que algunos colaboradores de la ministra ya comenzaron a vaciar sus despachos.
No es el único cambio que se evalúa en el primer piso de la Casa Rosada. Fernández tiene “cinco o seis opciones” sobre la mesa, que no involucran solamente a ministros sino secretarios de Estado y directivos de órganos descentralizados de primera línea. La decisión final la maneja junto a su círculo más estrecho, que incluye al jefe de Gabinete, Santiago Cafiero; a la secretaria de Legal y Técnica, Vilma Ibarra; al secretario general de Presidencia, Julio Vitobello y al vocero Juan Pablo Biondi. Es probable, según deslizan en el gobierno, que los anuncios no se hagan todos juntos sino que se den a cuentagotas. Más como un ajuste de tuercas que como un acontecimiento político.