Coronavirus: Estrategias para combatir un fuego inextinguible

La pandemia causa estragos y no parece haber reacción oficial. Resulta imprescindible encontrar nuevas herramientas para anticiparse a los contagios.

19 de septiembre, 2020 | 19.00

Al parecer, la Argentina se ha dado un nuevo contrato social que consiste en actuar como si no fallecieran, todos los días, más de 300 habitantes del suelo de este país por una causa evitable. Con el correr de los meses, mientras los casos trepaban, el énfasis del Estado para combatir la pandemia se fue desvaneciendo en fade out. Así, las sugerencias llegaron para reemplazar a las normas y la responsabilidad individual primó sobre el bienestar colectivo. El futuro es incierto pero es voluntarismo creer que las cosas van a mejorar si nada cambia para que mejoren.

Resulta evidente que Alberto Fernández no encuentra un tono adecuado en el espectro que va desde su actitud inicial, cuando la pandemia acaparaba prácticamente el cien por ciento de la agenda pública, demorando proyectos necesarios durante meses, y la que tiene ahora, con el tema tan en un tercer plano que sale de foco. No pudo evitar los extremos. Es imprescindible que se aventure en ese espacio intermedio y encuentre un mensaje que permita emprender el largo camino de salida de la crisis económica sin dejar de cumplir con el mandato constitucional de cuidar la vida de sus representados.

En el mundo, el coronavirus muestra su peor cara: segundas olas y rebrotes dejan en claro que no existe una solución correcta y que las herramientas que sirvieron en un primer momento pueden resultar perjudiciales ahora. Eso no puede ser una excusa para no hacer nada. Tampoco el contraejemplo de Donald Trump y Jair Bolsonaro, que crecieron en las encuestas tras desentenderse de la pandemia y delegar la tarea impopular de gestionar restricciones en los gobiernos locales: en las últimas elecciones, la Argentina rechazó la praxis de gobernar según estudios de mercado.

El enorme esfuerzo que hizo el gobierno nacional para reforzar el sistema de salud quedará en nada si el coronavirus termina arrasando con la vida de decenas de miles. Las derrotas se recuerdan más por las pérdidas que generan que por el trabajo que se hizo para evitarlas. Las salas de terapia intensiva son solamente la última barrera antes de la muerte y en una pandemia nunca resultarán suficientes si no se ataca el problema en su raíz: evitando los contagios. Esa debería ser la tarea primordial ahora y hasta que llegue la vacuna y el Estado nacional es el encargado de que se haga.

“Cuando el napalm está quemándote, es demasiado tarde para apagarlo. El napalm debe combatirse donde se produce, en las fábricas”. Con esas palabras, el cineasta alemán Harun Farocki comienza su película “El Fuego Inextinguible” (1969), un memorable documento de denuncia contra el capitalismo y la Guerra de Vietnam. El mismo principio debería aplicarse en la lucha contra el coronavirus: cada persona que se infecta es porque el Estado está llegando demasiado tarde a evitarlo. Ahora son doce mil por día. Ningún experto puede aventurar que pronto no sean 15 mil. O más.

Este viernes, los infectólogos que asesoran al Presidente publicaron una carta abierta alertando por la evolución de la pandemia y destacando que “la responsabilidad individual no alcanza” para frenar los contagios. Hace dos semanas, la advertencia había sido de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva. El mensaje de los profesionales es claro y alarmante pero, al repetirse sin que exista una reacción oficial, se corre el riesgo de que pasen a formar parte del paisaje gris, igual que los partes diarios que cada día muestran cifras que hace poco nunca hubiéramos soportado.

Resulta inevitable cargar las tintas sobre la comunicación: no se le puede pedir a la sociedad que actúe de forma extraordinaria si el estímulo no es extraordinario también. La campaña de desinformación que llevaron adelante muchos medios noticiosos no puede justificar el fracaso; por el contrario, tiene que ser un factor a tener en cuenta a la hora de trazar las estrategias para llegar a cada una de las cincuenta millones de personas que viven en el país. La Argentina necesita un baldazo de agua que la saque del entumecimiento y le permita reaccionar a tiempo.

A esta altura, está claro que el Presidente sabe, o cree, que el botón rojo no funciona. En lugar de pretender que sí y jugar la estrategia sanitaria como si fuera una mala mano de poker, es hora de pensar nuevas herramientas. No es, en sí, una idea descabellada aflojar las restricciones y dejar un margen más amplio librado a la responsabilidad de cada cual, después de seis meses de pandemia. Hacerlo sin garantizar el derecho a la información para todos los argentinos, sin dar a conocer cabalmente los riesgos y cómo reducirlos, es irresponsable y no termina bien.

A Fernández le gusta, y repite en sus entrevistas, la frase que dice que el peronismo debe ser la voz de los que no tienen voz. Hoy, un repaso rápido de los portales y los canales de noticias da cuenta de una nueva normalidad, por las buenas o por las malas, le guste o no al virus. Los que no tienen voz son los trabajadores de la salud que arriesgan su vida cada día y los cientos de miles de argentinos que tienen que hacer el duelo de sus seres queridos a la distancia y en soledad. El Presidente no puede renunciar a ese compromiso. No debe perder la empatía con su pueblo.

“¿Cómo podemos mostrar las heridas que causa el napalm?. Si exhibimos las imágenes de las quemaduras de napalm, ustedes cerrarán los ojos. Primero cerrarán los ojos a las imágenes. Luego cerrarán los ojos a la memoria. Luego cerrarán los ojos ante los hechos. Luego cerrarán los ojos ante todo el contexto. Si mostramos una víctima, con quemaduras de napalm, lastimaremos tu sensibilidad. Si lastimamos tu sensibilidad, sentirás que intentamos atacarte con napalm y herirte a vos. Lo único que podemos hacer es darte una pista de cómo funciona el napalm”, dice Farocki.

A continuación, toma un cigarrillo encendido y lo apoya en su brazo. “Un cigarrillo arde a 400 grados. El napalm arde a 3000”. Y cuando está quemándote, es demasiado tarde para apagarlo.