Como todos los años, el 24 de marzo la cita fue en la Plaza. En estos tiempos tan crueles, precisábamos especialmente vestirnos de Patria, encontrarnos con los amigos, los compañerxs y amucharnos. Las veredas y las calles sin protocolo Bullrrich, ocupadas por banderas, cantos, risas y consignas. Una vez más pudimos comprobar que lo colectivo empodera, humaniza, demuestra que no somos capital humano, que no nos compran ni nos venden y no nos han vencido.
Cantamos, sí, cantamos porque somos militantes de la vida y el odio y el miedo no nos pertenecen. Nuestro sagrado “Nunca Más” fue profanado por las prácticas fascistas y la violencia política que no han sido derrotadas en cuarenta años de democracia, sino que, por el contrario, gozan de buena salud.
Así lo demuestran el intento de asesinato a Cristina en setiembre de 2022 y la operación mafiosa del 5 de marzo pasado, perpetrada por dos hombres que entraron a la casa de una militante de la agrupación HIJOS y que, luego de abusarla sexualmente y amenazarla, firmaron "VLLC ÑOQUI”. El pacto democrático está roto y es preciso refundarlo.
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Reiteradas veces hemos afirmado que las fuerzas nacionales y populares perdieron la batalla cultural frente al neoliberalismo. Es necesario agregar a esa formulación que el 10 de diciembre del 2023 la sociedad argentina eligió un presidente al que no le gusta el Estado, la democracia ni lo público. Quedó claro que más de la mitad de la ciudadanía no se siente representada, defendida ni protegida por el Estado. Y que para el 56% de la población, la fórmula Milei-Villarroel, su proyecto de ultraderecha y de la “memoria completa” no constituían una amenaza.
Como primera aproximación sobre la ruptura del pacto democrático y la entrada del fascismo al gobierno, dos fenómenos permiten comprender ese quiebre: el negacionismo social de la última dictadura, promovido por los sectores aliados al terrorismo de Estado del 76, y la impotencia del campo popular frente a los poderes económicos, jurídicos y comunicacionales cómplices de la dictadura que continuaron operando en democracia.
Estos dos fenómenos aportaron al progresivo debilitamiento del campo popular y habilitaron a las ultraderechas neoliberales que, paradójicamente, han pasado a representar las formas rebeldes, mientras que los sectores políticos que defienden al Estado y los derechos sociales han pasado a ser conservadores.
El daño que le hace al país este modelo anarco-capitalista y fascista todavía no podemos dimensionarlo en toda su magnitud entendiendo que, lamentablemente, esta oscura época dejará varias enseñanzas.
¿Qué hacer para fortalecer la democracia?
Por un lado, resulta imprescindible un debate al interior del campo popular sobre la continuidad entre la fracción civil y colaboracionista de la última dictadura y la emergencia de la ultraderecha libertaria. Una primera herramienta será, tal como pidió Estela de Carlotto en la plaza, una ley contra el negacionismo que sancione a funcionarixs que desestimen el terrorismo de Estado, los crímenes de aquella época y sus víctimas.
Por otro lado, se deberá dialectizar, desplegar, la formulación de la unidad. Luego de la nefasta experiencia de la libertad ilimitada, nada de lo ilimitado debe ser deseable. La consigna que circuló en el campo popular desde 2019 “unidad hasta que duela”, conduce a la confusión y el desorden. El límite es fundamental para ordenar el conflicto político.
Habrá que inventar nuevos caminos y pensar en cambios estructurales de la política teniendo en cuenta que la sociedad cambió, que presenta nuevos deseos y necesidades. El campo nacional-popular se volvió aburrido y conservador en las maneras de comunicarse con la sociedad. Precisamos salir de la “unidad básica”, hablarle a lxs “otrxs” y sólo el recambio generacional será capaz de producir una comunicación disruptiva.
Hace falta una dirección política nacional que sea joven, inclusiva, que respete la paridad de género, incluya a los distintos agentes del campo popular, la CGT, las dos CTA, los Movimientos Sociales, el PJ, los feminismos y las organizaciones de la cultura. El reformismo, el progresismo político como forma de los gobiernos populares cumplió su ciclo y esa modalidad insípida debe dar lugar a formas más irreverentes y contestatarias, capaces de encausar el enojo social generalizado con la democracia y el Estado hacia nuevas formas de creencia en la política.
De la derrota cultural se sale si las fuerzas del suelo nos planteamos seriamente que es imprescindible la victoria.