“Empezó el tiempo de la reconstrucción argentina”, prometió Alberto Fernández desde el salón Felipe Vallese del edificio histórico de la CGT. A esa hora, decenas de miles de autos habían participado de caravanas en todo el país en apoyo a su gobierno, espantando los fantasmas de siete meses de encierro y prepotencia opositora y ratificando el apoyo que el Frente de Todos había recibido un año antes en las urnas. Bisagra, volantazo, cambiar de página: llámenlo con el nombre que quieran. Lo que se abrió ayer para el peronismo es una nueva ventana de oportunidad, otra chance de hacerse con la iniciativa política y romper la inercia del estancamiento que, pandemia mediante, inhibe al oficialismo desde hace demasiados meses. Con la gente en la calle, todo resulta más sencillo. El mensaje fue unívoco, entre todas las tribus: “Pasalo a nafta”. Está todo por hacerse aún.
La ausencia, esperable, de Cristina Fernández de Kirchner, no alcanza para borronear las señales de unidad que mostró ayer la coalición de gobierno, renovando desde la gestión, y en un momento crítico, el pacto que se había firmado durante la campaña del año pasado. Al contrario de lo que asume el relato opositor y se transforma en sentido común a través de los medios de comunicación dominantes, que refieren a internas salvajes y rupturas inminentes, el Presidente no solamente pudo exhibir la solidez del armado que lo llevó a la Casa Rosada sino que además comienzan a verse los frutos del esfuerzo silencioso para ampliarlo. La presencia telemática del gobernador cordobés Juan Schiaretti en el acto en la CGT selló el regreso del peronismo de esa provincia a la estructura nacional por primera vez desde el conflicto por la 125. Esa, quizás, fue la noticia más importante de la jornada.
La masividad de la convocatoria a salir en caravana, a pesar de la falta de sponsor oficial, no pudo sorprender a nadie excepto que algún opositor trasnochado se haya creído por un momento el camelo de que el peronismo había perdido su capacidad de movilización. No estaba dado, en cambio, el cuidado para no contagiarse ni contagiar entre quienes salieron a manifestarse, pero lo que pudo verse a través de las cámaras de televisión y en las redes sociales, durante las más de diez horas en las que los autos, camiones y colectivos tomaron las calles del centro porteño, fueron escenas de muchísimo cuidado, incomparables a los amuchamientos psiquiátricos de los banderazos anti, quema de barbijos incluída. A diferencia de aquellas, no se corroboraron ayer mensajes de odio ni fueron atacados los móviles de televisión de canales de signo contrario. Un verdadero alivio.
Es cierto que el gobierno se cuidó de no sponsorear públicamente esta marcha sobre ruedas convocada por el Frente Sindical para el Modelo Nacional, opositor a la actual conducción cegetista. Pesaron varios factores, entre ellos la pandemia y la amistad del Presidente con el titular de la central obrera, Héctor Daer. Pero de manera subterránea, la movilización fue alentada desde la quinta de Olivos y el Instituto Patria: entre los autos que llegaron al centro por la tarde hubo varias caravanas organizadas por distintos intendentes del conurbano, desde Mayra Mendoza en Quilmes hasta Juan Zabaleta en Hurlingham, que no habrían participado de una movida de estas características sin el visto bueno de la jefatura política. Así se terminó gestando esta suerte de operativo clamor que fue tan numeroso y contundente que logró disimular el papelón mayúsculo de la fallida celebración virtual.
El resultado le permite al Presidente mostrar músculo pero sobre todo demostrarse a sí mismo que la potencia sigue intacta. Si durante su segundo gobierno CFK se jactaba de haberle devuelto la autoestima a los argentinos, podríamos decir que ayer los argentinos le devolvieron la autoestima a un gobierno que venía vapuleado, por la pandemia y por la crisis económica, pero sobre todo por un establishment que parecía haberle tomado el tiempo. Desde que Fernández asumió el 10 de diciembre, y cada vez más a medida que se volvía evidente que no dejaría de lado la alianza con su vice, la derecha trabajó para acortar el horizonte de lo posible. En ciertas ocasiones, obligándolo, incluso, a volver sobre sus propios pasos. Ayer quedó claro que existe el respaldo para no tener que retroceder de nuevo y una demanda explícita de su electorado para que el gobierno siga avanzando.
Fue notorio el contraste entre el clima de la manifestación de ayer y el que encontró unos días antes cuando asistió (de manera virtual) al Coloquio de IDEA. Sacando a Menem, que era un habitué, ese foro no había sido visitado por ningún presidente peronista. La gentileza de Fernández no fue retribuida por sus anfitriones, que durante su exposición dejaban en el chat interno comentarios poco adecuados para un invitado y mucho menos para un mandatario. “Lamentablemente, su palabra está tan devaluada que no es creíble”, escribió, por caso, Alejandro Gawianski, de H.I.T. Por su parte, el acaudaladísimo Héctor Poli, de Pluspetrol, comentó, en el mismo sentido: “El Presidente dice cosas que Cristina contradice. El problema de desconfianza es que él no se planta frente a Cristina Fernández. Parece que manda ella. Por eso no le puedo creer”.
Las recetas que propusieron los hombres de negocios en un documento que publicaron al concluir los dos días del foro no difieren mucho del manual neoliberal que viene proponiendo la derecha en la Argentina desde la década del 90 y que formaban parte del libreto que fracasó rotundamente en el gobierno de Mauricio Macri, una cantinela que habla de seguridad jurídica, reducción del gasto social para no tener déficit fiscal, de garantizar la autonomía del Banco Central, bajar los impuestos, eliminar las “distorsiones” para exportar (léase retenciones al agro), mejorar la competitividad (léase salarios a la baja y desregulación) y realizar una reforma laboral que reduzca la litigiosidad y los costos del empleador. Además de ser groseros y desconocer las reglas más básicas de hospitalidad, los ejecutivos argentinos carecen de imaginación.
Estamos, entonces, en una situación crítica para la economía argentina, que requiere tomar medidas de fondo para sentar las bases de un nuevo modelo económico que genere crecimiento de forma sostenida. Existen dos propuestas casi antagónicas: la que presentaron los empresarios en IDEA y la otra, que forma parte de la plataforma de campaña del Frente de Todos. Por lo visto, parece difícil que el establishment apoye un camino que no sea el que proponen ellos. Si Fernández decide, finalmente, transitar el otro, deberá contar con que continúe la resistencia que tuvo hasta ahora cada vez que quiso explorar esa alternativa. De ahí la importancia de la manifestación de ayer. Para avanzar con un programa económico progresivo, el gobierno va a necesitar un apoyo social contundente. Ayer quedó demostrado que ese apoyo existe y espera una señal del Presidente.
Este 17 de octubre, en las calles y en las redes volvió a quedar claro que en el corazón popular hay lugar para cuatro nombres: Perón, Evita, Néstor y Cristina. Cada uno de ellos se ganó ese sitio transformando vidas. No se trata de administrar sino de impulsar transformaciones profundas, reconocer derechos, proponer sueños cada vez más grandes. ¿Agregará el pueblo, en algunos años, un quinto pedestal en ese panteón para hacerle un espacio a Alberto Fernández? Es una oportunidad que la historia le ha dado a muy pocos y que ahora está en sus manos. Si decide tomarla, si tiene el coraje de dar ese paso, si está dispuesto a dejar de ser un administrador de conflictos para comenzar a ser el líder que el país necesita en este momento crítico, ayer quedó claro que hay una sociedad dispuesta a acompañarlo. De eso se trata la lealtad.