El imaginario neoliberal cala hondo en la dirigencia, más concretamente en el “círculo rojo” del trípode integrado por las clases política, empresaria y comunicacional. Sólo así se explica la duda que entraña la pregunta “¿Y qué pasa si sale bien?”.
Dediquémosle un solo minuto a la cuestión empezando por otra pregunta ¿Por qué saldría bien lo que siempre salió mal? ¿Por qué un ajuste encarnizado cargado sobre las espaldas de los más débiles conduciría a la felicidad y a la armonía social? La primera respuesta lleva casi sin escalas a los años 90, a los tiempos del voto cuota, cuando la sola estabilidad económica sostenía el apoyo político, cuando el 20 por ciento de la población excluida no importaba, porque 80 por ciento son más y así funciona la democracia. Al parecer las clases dirigentes todavía creen en la posibilidad de llevar adelante un proyecto de país dejando afuera del sistema, de la civilización, a una porción creciente de la población. Es probable que el círculo rojo no lo advierta todavía, pero a pesar del júbilo de las ultraderechas globales con el Presidente liberal libertario, la billetera no sigue a los halagos. A pesar del RIGI “entreguista”, las inversiones no se desesperan por venir a llevarse lo que se regala. Quizá el capital global vea algo que las clases dirigentes locales no ven, un probable mar de fondo de inestabilidad social y política a mediano plazo.
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La segunda pregunta es ¿hasta cuándo puede durar el encantamiento de la población con su elección de 2023? ¿Hasta que un motochorro desesperado la acribille en el conurbano para robarle dos pesos? ¿Hasta que no se pueda circular por las rutas destruidas por falta de mantenimiento? ¿Hasta que los cortes de luz se vuelvan interminables en el verano más tórrido? ¿Hasta que un jubilado se muera de hambre, por falta de medicación, de un palazo en la cabeza o ahogado en gas pimienta? ¿Hasta que los cortes de servicios se vuelvan masivos por falta de pago? ¿Hasta que los hambrientos invadan la última plaza? ¿Hasta que haya que construir muros cada vez más altos para separarse de lo feo? Quizá no haya que llegar a tanto, pero hacia allá vamos. Por ahora apareció la primera certeza, a solo nueve meses del cambio de gobierno, la paciencia social se terminó y el humor social alcanzó su punto de inflexión.
Debe recordarse, sin embargo, que buena parte de la sociedad comprendía que el escenario de 2023 demandaba una fuerte corrección. Estaba incluso dispuesta a un razonable sacrificio personal. Pensaba que era urgente ajustar a “la casta” y poner las cuentas en orden. Con el paso de los meses, en cambio, descubrió que el pato de la boda era ella, que la baja de la inflación que le cuentan por televisión, si se queda donde está, seguirá siendo de subas de entre el 50 y el 60 por ciento anual, y que su salario, si todavía lo tiene, comprará cada vez menos. Y lo que es todavía peor, empieza a caer en la cuenta de que lo más probable es que su situación, antes que mejorar, empeorará. Si se corre el velo del optimismo de los poderosos, en la sociedad comienza a gestarse un polvorín impredecible.
En el nuevo contexto un factor de estabilidad social inesperado sigue siendo la virtual ausencia de oposición. El rejunte ideológico en el que devino el peronismo sigue sin encontrar su norte. Se debate entre una presunta pureza doctrinaria de mediados del siglo XX y el paraíso perdido de la primera década del XXI. Los viejos liderazgos se resisten a morir, los nuevos tardan en nacer y en el medio bullen las disputas. Sin embargo, salvo los extremistas, casi no existen dirigentes que no se den cuenta de la necesidad de la “actualización doctrinaria”.
El libreto de la actualización está escrito y es hasta evidente, aunque falta mucho para que se transforme en el nuevo credo. El contenido de base es que en una economía sin moneda, el déficit fiscal importa. No porque se vuelva inflacionario al monetizarse, sino porque, como es superávit privado, compra dólares. Además no alcanza con decir Estado presente, sino que se necesita un Estado eficiente. Agrandarlo dejó de ser un fin en sí mismo. No se manda al garantismo al desván, pero se asume que la inseguridad afecta más a los más pobres. La tercerización de la distribución de la ayuda social en beneficio de algunas dirigencias, dejó de ser una práctica política aceptable. Y finalmente, por la simple heterogeneización del mundo del trabajo, las relaciones laborales del presente ya no pueden ser las mismas que las de la segunda posguerra.
Pero todavía hay mucha resaca del pasado, como los rezagos de “pinosolanismo” que, en el aprovechamiento de los recursos naturales subexplotados, solo ven amenazas de “saqueo” o de “flexibilización” ambiental, o el discurso del basualdismo antiempresa, que explica los malos resultados económicos como producto del accionar de empresarios aviesos, “oligopolistas y fugadores”, singulares y distintos a los del resto del mundo. Mucho de esto se escuchó en el acto de “Kirchner” de esta semana, en el que, efectivamente, no solo en los cantitos, volvieron a oponerse las viejas canciones a las nuevas. Resta dilucidar, sin embargo, si del otro lado efectivamente hay nuevas partituras, si la disputa musical es efectivamente por contenidos o si las diferencias están sólo en los niveles de escolarización de los contrincantes o en las más pedestres disputas por “los cargos” y “las cajas”. De lo que hay menos dudas es sobre dónde están los liderazgos reales del espacio. Si se dejan de lado los besamanos de la política, los dirigentes dramatizando adhesiones con frase de ocasión y sumisión en las redes sociales, la militancia de a pie se expresó con claridad. El hartazgo con “la casta” suena en todos lados.-