La última derrota del peronismo aceleró un proceso que, si bien larvadamente, viene de algunos años antes y que había sido parcialmente interrumpido por la eficaz estrategia electoral desplegada en 2019 por el Frente de Todos: nuevamente todo está en discusión.
Paradojalmente, tal situación no es algo nuevo para el movimiento popular más longevo y más transformador de la historia argentina. Puede decirse, exagerando solo un poco, que el peronismo gusta tanto del poder como de discutir acaloradamente, casi desde sus inicios, el mejor modo de obtenerlo. Tiene hasta chistes con gatos y sus modos de reproducción.
Por otra parte, admitamos que esta discusión es un despelote. Está desorganizada, descentrada en sus objetivos, carente de método y, quizás aquí sí haya algo novedoso, muy “intervenida” por actores externos al mismísimo peronismo.
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Esta última peculiaridad, por sí sola, ya nos dice algo sobre la vigencia de este actor de la política nacional. Que una parte importante de los analistas reclamen a los peronistas que “se renueven” y que “ofrezcan un proyecto de país claro hacia el futuro” es un signo potente de que gran parte de los intelectuales, formadores de opinión y periodistas no conciben pensar una Argentina donde el peronismo, simplemente, haya dejado de tener un rol y un propósito.
Esto sólo debiera hacer que la dirigencia y especialmente la militancia deje de flagelarse con el actual estado de la situación. Pensemos un minuto: ¿cuántos escritos, libros, columnas radiales, podcasts o el soporte que prefieran vieron últimamente de estos mismos analistas exigiéndoles estas cosas al macrismo? O incluso, si preferimos experiencias políticas con más tradición e historia: ¿quién le pide hoy algo al radicalismo? Nadie. Ni los propios radicales casi que se piden nada.
¿Alcanza lo anterior como argumento único de que el peronismo tiene aún algo para ofrecerle a la Nación? Por supuesto que no. Porque vigencia no es sinónimo de futuro. Entonces es cierto que muchos de esos reclamos son desafíos que el peronismo, efectivamente, debe atravesar y saber responder. Pero a mal puerto irá este momento de reflexión si las premisas para realizarla están formuladas por aquellos que actúan como “sommeliers de peronismitud” sin adscribir a esta identidad e incluso sin mantener más que tenues amarres estéticos o idealistas con el campo nacional y popular realmente existente. Hay una mala noticia para los cultores del “tal cosa debiera ser así”. Las cosas son como son, con sus virtudes y sus defectos, y si querés que cambien tenés que hacer algo para cambiarlas además de opinar sobre los otros. Capaz ir a una unidad básica a tomar mates y escuchar además de hablar como para empezar.
Así que pasemos piadosamente por alto esta inflación de exigencias externas y empecemos por el principio:
La primera pregunta que nos tenemos que hacer los peronistas es si seguimos convencidos de que los valores que forman nuestra identidad siguen siendo pertinentes para la construcción de una Nación. Si seguimos pensando que es mejor un país con justicia social que sin ella, que es mejor la solidaridad que el egoísmo, si seguimos sintiendo que no se puede ser feliz en soledad. Si la respuesta es afirmativa, si esa posición moral es firme, todo lo demás es secundario. Sostendremos esos valores aunque hoy estemos en minoría y buscaremos los mejores caminos para cambiar esa relación de fuerzas.
Segunda cuestión: la tan mentada autocrítica. Para empezar, hay que separar entre aquellos que pretenden que la autocrítica que hagamos sea abandonar nuestros valores, sueños e ideales, supuestamente adaptándonos a estos tiempos, de aquellos que con honestidad pretenden, bajo ese rótulo, que examinemos críticamente nuestro accionar en los últimos tiempos. Para los primeros ni cabida, para los segundos escucha atenta e invitación a asados, debates, encuentros y abrazos y el compromiso de cambiar lo que haya que cambiar haciéndolo. Y basta de esta trampa que solo desmoraliza, inhibe y retrae, porque además de corregir los errores tenemos que sostenernos en los éxitos, que fueron varios.
La tercera cuestión a abordar es si los peronistas pretendemos seguir siendo un movimiento de alcance nacional o nos resignaremos a una confederación inestable –y políticamente cada vez menos potente- de “peronismos provinciales” que, con suerte, comparten lista el día de la elección. Esto podrá ser conveniente a niveles provinciales, pero claramente es un demérito a la hora de pensar un país. No se trata, en esta etapa, de tener “un programa”, se trata de construir un proyecto. Ese proyecto tendrá como basamento una tradición, una historia y estará, necesariamente, “situado” en ella. Pero si uno quiere ir para adelante tiene muchas más chances de chocar si va mirando para atrás.
Cuarto: el mundo vive cambios cada vez más acelerados. Puede decirse que post-pandemia hay un nuevo quiebre global de certezas y de paradigmas. La emergencia impetuosa de una internacional reaccionaria, la pérdida de confianza en la democracia como sistema y cierto retroceso en los procesos de globalización son solo tres ejemplos de estas modificaciones recientes ¿Tendrá el peronismo, como supo tener a lo largo de su historia, la capacidad de “leer” estos tiempos sin resignar sus objetivos más profundos de justicia social, independencia económica y soberanía política?¿Podrá volver a encontrar una promesa de futuro y construir una alternativa de poder viable al desastroso rumbo que hoy tiene nuestro país?
Los desafíos son inmensos. Requieren de convicción, creatividad, claridad y una dosis importante de arrojo y valentía. Porque el viento sopla en contra. Pero tan grandes como los desafíos es la recompensa: una Argentina donde quepan todos.