Tanto los voceros en materia sanitaria de Javier Milei como su plataforma electoral vienen planteando una idea de Salud Pública que pretende poner al sistema en un estado de competencia salvaje entre hospitales públicos, una aberración que ya fracasó en los años ´90 en diferentes partes del mundo, pero fundamentalmente en el gobierno de Margareth Thatcher en el Reino Unido de Gran Bretaña, donde el sistema de salud es históricamente sostenido por el Estado.
Allí hicieron competir entre sí a los hospitales creando un pseudo mercado, y a algunos los terminaron quebrando. Además, los problemas de acceso y de calidad de atención se agravaron, aumentando las muertes infantiles por infecciones intrahospitalarias y dejando a miles de discapacitados sin acceso a la Salud Pública. Tan es así que a comienzos de este siglo el premier Tony Blair debió cambiar el paradigma de la competencia salvaje por la idea de la cooperación.
Frente a esas experiencias –sobre las que la bibliografía y los estudios técnicos abundan– no cabe duda que la propuesta efectuada por los libertarios locales no sólo atrasa 30 años, sino que nos conduce hacia un abismo sanitario de ineficiencia e inequidad, que desorganiza un sistema que funciona bien y dio una respuesta altamente positiva ante la crisis y tensión que el sistema sanitario argentino tuvo que enfrentar en la pandemia de Covid-19.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Por si todo esto fuera poco, en el ADN de los equipos de salud de nuestra Argentina está presente la solidaridad y la construcción del bien común, pero nunca la competencia salvaje del sálvese quien pueda. Ellas y ellos quieren salvar vidas. Para eso se prepararon, para eso se capacitan y para eso se levantan todos los días. No para competir descarnadamente con sus pares.
Nadie niega que es imprescindible mejorar la calidad y el acceso a los servicios en nuestro país, pero claramente la forma de hacerlo no es la competencia salvaje entre servicios públicos, o entre servicios públicos y privados, que ya fracasó en todo el mundo.
En nuestro país resulta indispensable pensar de manera colaborativa y transversal para la mejora de las organizaciones, y mucho más en el campo de la salud por la complejidad de los problemas que lo atraviesan.
Para cerrar brechas en el acceso a los servicios y mejorar su calidad, hoy existen muchas otras herramientas con las cuales trabajar, como son los programas nacionales de calidad, las ventajas de la salud digital, ubicar la opinión de los usuarios por encima de todo. En definitiva, trabajar en la cultura de las instituciones de salud.
Los planteos volcados en la plataforma de Milei abundan en evidentes contradicciones. Postulan el credo “del recorte del gasto público” al tiempo que prometen “mejorar los servicios públicos”, claro que apelando al arancelamiento de las prestaciones.
Las recetas libertarias no alarman por antiguas ni desconocidas sino por lo nefasto de sus resultados. La experiencia nacional e internacional indica que han funcionado como garantía para deteriorar las herramientas con que cuenta la ciudadanía para acceder a servicios de salud equitativos y de calidad.
La verborragia mediática del triunfador en las PASO aturde con planteos irreales como plebiscitar la ley de interrupción voluntaria del embarazo, votada por amplia mayoría del Congreso Nacional, buscando amplificar la confusión en una sociedad ya de por sí impactada por otras complicaciones y urgencias de su vida cotidiana.
En el mismo sentido del absurdo se inscribe la decisión de eliminar la obligatoriedad de educación sexual integral (ESI) en todos los niveles de enseñanza, lo que irremediablemente vendrá acompañado del incremento de los embarazos no deseados y de las infecciones de transmisión sexual.
Resulta difícil establecer un ránking en el compendio de disparates libertarios, pero en ese podio se ubica la pretensión de cerrar el CONICET, una institución desde la cual la ciencia y la tecnología aportan al desarrollo soberano de la Nación, y que en los últimos años en materia de Salud dio sobradas muestras del hallazgo de nuevas alternativas para hacer frente a enfermedades emergentes.
Retirar el presupuesto de los hospitales, hacer que los ciudadanos paguen por las prestaciones que reciben en ellos y volver a desjerarquizar el rol del ministerio de Salud nada menos que después de la pandemia –en el que quedó claro el rol cumplido por el Estado con la enorme inversión volcada en el sistema público de salud– es una medida inviable, inaceptable y que sólo traerá más enfermedad y dolor a los argentinos.
Como en tantas otras oportunidades, la salud pública en su conjunto –trabajadores, profesionales, promotores sanitarios, investigadores, docentes, estudiantes avanzados, decisores políticos, etc– estamos en guardia para detener este despropósito.