Una letanía falsa que suele repetirse como prueba de amplitud de pensamiento sostiene que todas las opiniones son válidas. En realidad, no sólo es falsa sino sobre todo tóxica. No todas las opiniones son válidas: las hay inaceptables, violentas, intolerantes, que atentan contra la convivencia democrática e impulsan la desaparición física del que está en la vereda de enfrente. No llegan a calificar de opiniones, son apenas eructos de odio.
A fuerza de querer dar muestra de amplitud de pensamiento o por simple fatalismo, nos habituamos a un nivel de amenazas explícitas- en particular en los medios serios- completamente inaudito. Lo que antes se murmuraba entre terrapanistas reunidos en algún sótano conspiranoico, hoy se declama en sets de televisión y se multiplica por las redes sociales.
CFK es chorra, asesina, bipolar, es nazi, es fascista, nos odia, el cajón estaba vacío, saqueó el país, La Cámpora tiene armas, vienen por todo, es peor que Hitler, asesinó a un fiscal, tiene un PBI o dos enterrado en la Patagonia, asesinó a Néstor, goza con el sufrimiento ajeno, es mala, mala, mala, es millonaria y vive de la tuya, quiere convertirnos en China, vamos hacia Nicaragua, Venezuela o incluso Sri Lanka y hay que frenarla como sea.
Quien martilló dos veces una pistola sobre la cabeza de la vicepresidenta no es un loco suelto, es alguien que escuchó la prédica constante de los medios serios y decidió terminar con esa dictadura tan atroz como imaginaria.
Las marchas masivas en apoyo a CFK y en defensa de la democracia organizadas en todo el país durante el feriado decretado por Alberto Fernández, no sólo volvieron a demostrar la centralidad política de la ex presidenta sino que señalaron explícitamente dos formas antagónicas de hacer política. Luego del período extraordinario de la pandemia que vació el espacio público de marchas multitudinarias, la calle volvió a ser el escenario en el que el sector nacional y popular impulsa sus reclamos y explicita sus apoyos. Del lado de enfrente de la grieta, la calle ya no es el lugar que aporta legitimidad- como ocurrió justamente durante la cuarentena, cuando marchar era virtuoso- sino que la trinchera volvió a situarse en los medios serios y las redes sociales.
La reacción de la oposición al atentado contra CFK sacó sus internas al sol. La izquierda representada mayoritariamente por el FIT no dudó en denunciar sin “peros” el intento de asesinato y marchó junto al resto de los manifestantes. La UCR dentro de Juntos por el Cambio, en su mayoría, rechazó también de forma explícita el hecho. El PRO, atareado en la defensa de su electorado más extremo- seducido por Milei y otros reaccionarios que se autoperciben liberales- prefirió los “peros” a los rechazos.
El ineludible Jorge Macri, intendente de Vicente López devenido ministro porteño, escribió en su cuenta de twitter: “Al revés de lo que cree el kirchnerismo, ahí donde se marcha con caños y trapos no está el pueblo.” No sabemos qué diablos serán los “caños y trapos” pero cumplen la tarea de denigrar una marcha popular e interpelar al antiperonismo. Así como cincuenta terraplanistas quemando barbijos en el Obelisco eran la república, centenares de miles de manifestantes no son el pueblo.
Apenas ocurrido el atentado, Martín Tetaz, economista independiente, apolítico y apartidario, devenido diputado de Juntos por el Cambio, afirmó que el responsable era un desequilibrado y que el hecho no tenía nada de político. Siguiendo esa explicación tan veloz como edulcorada, la ex Ministra Pum Pum y actual titular del PRO calificó el intento de homicidio en “acto individual” y criticó a Alberto Fernández por “jugar con fuego” al decretar un feriado “para movilizar militantes”. Por su lado, luego de advertir hace unos días en su cuenta de twitter que “son ellos o nosotros”, Ricardo López Murphy el Breve repudió “enérgicamente” el atentado contra CFK. Un jugador de toda la cancha.
“¿Nos quieren hacer callar?” se preguntó Luis Majul en respuesta a las críticas del gobierno hacia los discursos de odio. Hace tiempo que no escuchábamos una confesión de parte expresada con tanta claridad.
Varias almas de cristal denunciaron al gobierno por decretar un feriado o por no convocar a la oposición a la marcha del viernes en defensa de la democracia. Es una crítica peculiar teniendo en cuenta que esa misma oposición, o al menos una parte de ella, rechazó la convocatoria a una sesión extraordinaria en el Congreso para repudiar el atentado. El dilema de Juntos por el Cambio es que cualquier gesto de cooperación con el gobierno generaría la furia inmediata de su electorado más extremo, minoritario pero sobrerrepresentado en los medios y muy presente en las redes. Exigir el diálogo y rechazarlo es la resultante de ese dilema.
El periodismo situado en el territorio fantástico de Corea del Centro intentó imponer una extraña simetría: la violencia política sería la resultante de un aumento de la polarización generada por ambos lados de la grieta. Una especie de teoría de los dos demonios revisitada: por un lado, quienes sostienen que los de enfrente deben ser exterminados y por el otro, los de enfrente que con similar violencia persisten en seguir vivos. En realidad, como suele explicar el historiador Ernesto Semán: “Más que polarización, lo que hay en Argentina es una clara radicalización de la derecha”.
Con centenares de miles de manifestantes en la calle, muchos más que los que el sábado anterior se dieron cita alrededor del departamento de CFK, la marcha terminó sin desmanes. Que la infantería de la Policía de la Ciudad no haya actuado esta vez debe ser una coincidencia.
Por último, así como nuestros medios serios ven dictaduras por todos lados salvo en la última Dictadura, también denuncian una y otra vez actos contra la democracia salvo cuando ocurren.
Imagen: La oposición de Juntos por el Cambio marcha en contra de los discursos de odio (cortesía Fundación LED para el desarrollo de la Fundación LED)