Luego de dos años de pandemia y de conmemoraciones virtuales, este 24 de marzo la Plaza de Mayo volvió a desbordar de agrupaciones, sindicatos, grupos de amigos, parejas, hijos con remeras alusivas, padres y madres con cochecitos, señores mayores con carteles de desaparecidos, pibes cantando consignas y los clásicos vendedores de choripan reñidos con los controles bromatológicos.
La columna de La Cámpora fue impresionante, sobre todo teniendo en cuenta que es una organización que año tras año- tal vez desde su fundación hace 16 años- pierde poder de convocatoria y está a punto de desvanecerse. Sus rivales, dentro y fuera del oficialismo, volvieron a pronosticar un fin de ciclo inminente aunque siempre esquivo.
Varios opositores y algunas almas de cristal protestaron por lo que consideran una maniobra del kirchnerismo para apropiarse de una fecha que debería ser de todos. Es una crítica asombrosa- aún para el estándar generoso de la oposición- ya que el repudio al golpe del ’76 es transversal. Que la defensa de los derechos humanos y el juicio al terrorismo de Estado sean políticas de Estado que nos convierten en un caso paradigmático en el mundo es obra de los organismos de derechos humanos y de nuestros partidos políticos tradicionales, desde la UCR de Raúl Alfonsín que inició los juicios hasta el peronismo de Néstor Kirchner que los relanzó. En realidad, nadie se puede apropiar de un hecho colectivo pero sí es posible hacerlo ajeno, como ocurre justamente con quienes hace casi 40 años afirmaban desde el alfonsinismo ser la vida y hoy suscriben a la letanía reaccionaria del “curro de los derechos humanos”.
Otra crítica que solemos escuchar, en particular entre quienes nunca participan de la convocatoria, es que “la marcha se politizó” y eso estaría mal. ¿Politizar el rechazo a un golpe de Estado o el reclamo por Memoria, Verdad y Justicia? Ni Atila se atrevió a tanto.
Frente al aumento del precio de los alimentos (7,5% en el mes de febrero según la última medición del INDEC) el gobierno decidió subir dos puntos las retenciones al aceite de soja y a la harina para desacoplar los precios internos de los externos. La reacción de nuestros periodistas serios, los opositores de Juntos por el Cambio y las grandes corporaciones exportadoras de granos no se hizo esperar y asistimos a un nuevo y maravilloso Nado Sincronizado Independiente (NSI). El ineludible senador Alfredo De Angeli, de Juntos por el Cambio, se opuso con furia a este “nuevo atropello K” pese a que hace 4 años apoyó la suba de retenciones impulsada por el gobierno de Cambiemos. Ocurre que las retenciones son como el colesterol: las hay buenas y las hay francamente malas.
Por su lado, el diputado Ricardo López Murphy el Breve decidió asegurarse un lugar en los sets de televisión y presentó una denuncia penal contra Alberto Fernández por aumentar las retenciones por decreto. Es extraño que no haya presentado ninguna denuncia cuando Mauricio Macri redujo las mismas retenciones en 2015 y las volvió a aumentar en 2018, siempre por decreto. Quien sabe, tal vez estaba distraído imaginando nuevos recortes a las universidades. En todo caso, una denuncia penal y un vaso de agua no se le niegan a nadie.
Esperando el próximo Banderazo en defensa de la imposibilidad de comprar pan o aceite, la oposición debería hacer foco en una gran consigna republicana: subir los precios de los alimentos cuando hay una guerra es un derecho inalienable.
Por último, Romina Manguel anunció con alegría el regreso del programa Animales Sueltos junto a Alejandro Fantino y un gran elenco de operadores. Es mucha la impaciencia por volver a ver a Luis Barrionuevo explicándonos la última operación mediático-judicial para encarcelar kirchneristas o a los colegas de Daniel Santoro descubriendo cómo éste los espiaba.
Eso sí, vamos a extrañar al Dr. D’Alessio.
Imagen: Dos oficiales de La Cámpora operan el dispositivo para llenar de militantes la calle (cortesía Fundación LED para el desarrollo de la Fundación LED)