La semana pasada, la oposición de derecha y de izquierda, con alguna ayuda del oficialismo,logró que el Poder Judicial siga exento del pago de Ganancias- el impuesto más progresivo que tenemos- a partir de una interpretación creativa de la Constitución Nacional, que estipula que el ingreso de los jueces “no podrá ser disminuido”. En realidad, si pagar impuestos equivale a disminuirlo, deberíamos hacernos cargo también de las boletas de luz de Sus Señorías, de los gastos de tintorería e incluso de la cuota del gimnasio, que también disminuyen su salario. Para justificar una exención impositiva que representará casi 240.000 millones de pesos en el presupuesto 2023, muchos repiten la falacia del salario que no esganancia y por lo tanto no debería tributar. ¿El CEO de una gran empresa, por ejemplo, que se lleva varias decenas de millones de pesos por mes como asalariado, tampoco debería pagar un impuesto sobre esa suma? Una duda trepidante.
Desde esta columna proponemos que al Impuesto a las Ganancias sea llamado Impuesto a los Ingresos, como ocurre en muchos otros países (Impuesto Sobre la Renta a las Personas Físicas en España, Impuesto sobre los Ingresos en Francia), y dejemos de debatir falacias para empezar a debatir sobre el mínimo no imponible en contexto de alta inflación ylas escalas progresivas (la alícuota máxima del impuesto está por debajo de la media de la que aplican los países “serios” que tanto elogian nuestros medios serios y los opositores de Juntos por el Cambio, dos colectivos que cada día cuesta más diferenciar).
Pablo Avelluto, ex ministro devenido en ex secretario de Cultura de Cambiemos y actual escritor en las sombras de Mauricio Macri lo comparó con Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen y Juan D. Perón. “Este hombre está jugando en esa liga” afirmó con entusiasmo frente a un entusiasmado Edu Feinmann. Es una afirmación extraña teniendo en cuenta que el propio Macri explica nuestra supuesta decadencia por acción del terrible populismo, es decir, por la irrupción de Alem, Yrigoyen y Perón en un país hasta ese momento manso y próspero.
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En realidad, la relación de Juntos por el Cambio con la historia es de mutua indiferencia. Ocurre que nuestra derecha busca destacarse por los futuros venturosos que ofrece y no por los pasados calamitosos que nos dejó cada vez que sus ideas llegaron al gobierno, por las armas con Martínez de Hoz y Videla o por las urnas con Carlos Menem, Fernando De la Rúa o el propio Macri.
No es el modelo que se equivoca, es la realidad que falla.
Entre las viejas letanías que nuestra derecha propone reciclar está la de reducir al Estado a un costo que sería virtuoso recortar. El caso paradigmático es el de Aerolíneas Argentinas, que vuelve al centro de la escena impulsado por el propio Macri, quién ya adelantó que terminaría incluso con Pablo Biró, (el secretario general de la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas), aunque no aclaró si lo haría con una Gestapo antisindical o con cuentapropistas de la AFI. Según el ex presidente, la línea de bandera sería puro costo y al eliminarla podríamos invertir los recursos liberados en la construcciónde los miles de jardines de infantes que nunca construimos al discontinuar Fútbol para Todos. Si vuelve nuestra derecha, tendremos una larga cadena de jardines de infantes imaginarios.
Analizar una empresa controlada por el Estado con una lógica de rentabilidad puntual olvida contabilizar el valor que esa empresa aporta al país. Ese es el único dato valido, el “excel completo”. Además, como escribe Ezequiel Orlando: “En la pandemia, cuando todos los estados en los países desarrollados se hicieron de una porción o todo el paquete accionario de sus aerolíneas, Argentina no podría haber comenzado la campaña de vacunación en diciembre de 2020 si no contaba con una empresa propia que le garantice independencia del cruel mercado del mejor postor que rigió”.
Con la misma lógica de rentabilidad puntual, en los ´90 decidimos desmantelar la red ferroviaria, un transporte barato para usuarios y pymes que aportaba al desarrollo y la riqueza del país. No nos fue muy bien.
Un testigo afirmó ante la jueza María Eugenia Capuchetti que el diputado Gerardo Milman- matón pro bono de la ex Ministra Pum Pum- sabía del intento de asesinato a CFK dos días antes de ocurrir ya que lo mencionó en una conversación con dos asesoras en un bar cercano al Congreso. Un video comprobódicha reunión y al declarar como testigos, ambas entraron en contradicciones. Los abogados de CFK pidieron revisar los celulares de dichas asesoras, por ahora sin éxito. Al fin y al cabo, ni Milman ni sus asesoras son kirchneristas como para andar importunándolas con una investigación judicial.
En un nuevo Nado Sincronizado Independiente (NSI) nuestros medios serios y la plana mayor de Juntos por el Cambio consideraron ridícula la acusación contra Milman. “Es una cosa tan imposible de creer, tan testigo falso por cuatro” sostuvo Jorge Lanata ante un risueño Nico Wiñazki.
Se ve que los tipos que escuchan una conversación en un café son como el colesterol: los hay buenos- como el que acusó a Amado Boudou de querer quedarse con la empresa Ciccone y permitió condenarlo- y los hay francamente malos, como el que dice haber escuchado a Milman y sus asesoras. Aunque entendemos el escepticismo mediático: la denuncia no tiene la seriedad de aquella otra sobre el comando venezolano-iraní con adiestramiento cubano que asesinó al fiscal Nisman por orden de CFK y luego huyó por la rejilla del baño.
En todo caso, que Milman sea macrista y la víctima del intento de magnicidio sea CFK nos salva de una carta de Leuco, un rictus de Cristina Pérez, un editorial de Novaresio, un tic de Majul, una alucinación de Canosa, un remilgo de Andahazi, una indignación de Feinmann, un frenesí de Plager, una miseria de Pablo Rossi, una imprecación de JonyViale, una cara cansina de Wiñazkiy un eructo de Lanata.
Imagen: La jueza María Eugenia Capuchetti investiga el intento de magnicidio contra CFK (cortesía Fundación LED para el desarrollo de la Fundación LED)