En un nuevo Nado Sincronizado Independiente (NSI), nuestros medios serios exigen al gobierno que escuche el reclamo de la gente. Por supuesto, no se trata de la gente de forma genérica, sino sólo de aquella que participa con entusiasmo de las marchas espontáneas convocadas por esos mismos medios. Más allá de que sería una estafa electoral frenar iniciativas políticas anunciadas durante la campaña presidencial y apoyadas por el voto de la mayoría por miedo al rechazo de una minoría, el gobierno tendría una dificultad no menor si buscara responder a esa exigencia. Entre los gritos de los manifestantes y las consignas enunciadas en sus carteles, cuesta determinar qué reclamos se deberían tomar en cuenta: si frenar el virus del marxismo, echar a las milicias cubanas, darle la razón a Google en vaya uno a saber qué, decirle no a Soros, rechazar la vacuna fabricada por Bill Gates para eludir el chip cortado en concassé en su interior que modificaría nuestro ADN, terminar con el Programa Nacional de Educación Sexual Integral (ESI) ya que propiciaría la homosexualidad o arrancar los ensayos clínicos del dióxido de cloro como tratamiento contra el Coronavirus.
Al parecer, nuestros medios serios no generan sentido común a través de la reiteración de consignas y letanías que le permite su posición dominante, sino que un montón de gente descubre al unísono y de forma espontánea peligros que luego dejan de atormentarla del mismo modo espontáneo y concurrente apenas desaparecen de los medios como por ejemplo los médicos cubanos armados tal vez de respiradores venezolano-íraníes, la liberación tan masiva como imaginaria de violadores, la expropiación de Vicentín, la reforma judicial o ahora el impuesto a las grandes fortunas, que concierne apenas al 0,02% de la población pero que seguramente atormentará a muchos más.
Es decir que en plena pandemia y padeciendo la peor crisis de nuestra historia, con angustias y problemas reales de los cuales preocuparse, la gente- como la llaman los medios serios- opta espontáneamente por compartir inquietudes con los accionistas de Clarín, Techint o Mercado Libre.
Como la curación por las gemas, es sólo cuestión de fe.
Por suerte para esa gente, en pleno aumento de contagios y fallecimientos, cuando la ocupación de camas de terapia intensiva se acerca a la saturación y el personal de la salud da muestras de agotamiento, contamos con un líder que no parece dejarse torcer el brazo por la Infectadura. Horacio Rodríguez Larreta, santo patrono de la pauta, decidió el relajamiento de la cuarentena y, entre otras iniciativas, nos propuso a los porteños volver a practicar surf, poniendo fin así a una restricción que sin duda atormentaba a las mayorías. No sabemos si de esa forma podremos surfear la ola de contagios pero no podemos más que agradecer ese simpático gesto. Como señaló la abogada Natalia Volosin, la Ciudad de Buenos Aires debería abrir bares y cementerios, en ese orden.
Así como nuestros medios serios operaron desde el principio en contra de la cuarentena en nombre de la libertad, desde hace unas semanas denuncian el aumento de contagios y fallecidos en nombre de la vida. Son jugadores de toda la cancha. Luis Novaresio, por ejemplo, nos alerta sobre “el virus del autoritarismo” que podría tener consecuencias aún más nefastas que el Covid-19. Citando a Foucault explicó que es bueno pensar distinto que la mayoría. Que un intelectual de izquierda como Michel Foucault, que analizó las relaciones de poder de la sociedad y su discurso, sea citado por el conductor de Animales Sueltos para denunciar las restricciones sanitarias establecidas durante una pandemia puede parecer extravagante pero no es la comparación más asombrosa que padecimos en estos días. El segmento de la furia anticuarentena es muy exigente, la competencia es feroz.
En una columna lisérgica publicada en Clarín, Gustavo Iaies, director del Centro de Estudios en Políticas Públicas (CEPP), comparó la cuarentena que afecta a los chicos con el encierro padecido por Ana Frank y su familia durante la Segunda Guerra Mundial. En realidad, los chicos no están ni escondidos, ni huyendo, ni corren el riesgo de morir en el campo de concentración de Bergen-Belsen, como ocurrió con Ana. Sólo deben responder a un protocolo sanitario para evitar que puedan contagiarse del virus y contagiar a su familia. ¿Iaies compararía el dolor que generan las vacunas obligatorias del Calendario Nacional de Vacunación con los padecimientos de las víctimas del Dr. Josef Mengele en Auschwitz? Si eso pudiera perjudicar de algún modo al gobierno de Alberto Fernández, tal vez lo pensaría.
En realidad, tanto Novaresio como Iaies padecen uno de los efectos colaterales del antiperonismo (hoy circunstancialmente antikirchnerismo): la sensación de dictadura. Sienten que están en las trincheras del maquis francés, frenando el avance de la Wehrmacht. En ese mundo imaginario, las restricciones sanitarias transportan el virus del autoritarismo y tener que quedarse en casa estudiando a distancia equivale a pasar años escondidos a merced de la Gestapo. No por imaginarios, los padecimientos de esta pobre gente dejan de ser atroces.
Por último, en una polémica entrevista en A Dos Voces, el oficialista Leandro Santoro confesó algo realmente indignante: en lugar de aplicar el programa de la oposición, Alberto Fernández envía al Congreso los proyectos que prometió durante la campaña y anunció en la apertura de sesiones del Congreso.
Ni Atila se atrevió a tanto. Ni Atila.
Imagen: En el Instituto Patria, un oficial de La Cámpora prepara el virus de la intolerancia (cortesía Fundación LED para el desarrollo de la Fundación LED)