Hace noventa y dos años, el 6 de septiembre de 1930, José Félix Uriburu, un general rudimentario y más o menos fascista, derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen y disolvió el Congreso de la Nación. Cuatro días después del golpe, la Corte Suprema le dio un barniz legal al establecer en una acordada la recordada doctrina que asimilaba a gobiernos de facto con gobiernos electos. El procurador general de aquel entonces, Horacio Rodríguez Larreta- tío bisabuelo del actual jefe de Gobierno porteño- puso su firma en el dictamen. Sus señorías pudieron de esa forma seguir gozando de su entorno aterciopelado habitual, lejos de la incomodidad silvestre de la cárcel de la isla Martín García en la que fue confinado el presidente depuesto.
Fue la historia de un golpe anunciado. Los principales diarios de la época, La Nación, La Prensa y Crítica, operaron abiertamente contra el gobierno radical. Crítica, del genial Natalio Botana, publicó unos días antes del golpe: “La situación del país es una bomba que no tardará en estallar”. El diario nacionalista La Fronda calificó por su lado al gobierno como “una horda de beduinos encabezados por un santón neurótico” y denunció el aluvión zoológico que luego los radicales usarían con el peronismo: “La manumisión de los negritos en masa es un fenómeno característico del yrigoyenismo.”
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El político que hoy recordamos como un líder austero y respetable era descripto como “El terror de los zaguanes de Balvanera”, “Terror epitalámico de las normalistas”, “Dios pardo”, “César mestizo, germanófilo y bárbaro”, “Mazorquero del arrabal” y hasta “Hijo natural de Rosas”.
Al observar a la UCR de hoy, disciplinada guardiana del statu quo, cuesta imaginar que pudiera generar tanto odio en el poder real. Ocurre que antes de la llegada del peronismo, los chorros y tiranos eran los radicales.
En 1964, dos años después de ser derrocado y también encarcelado en la isla Martín García, Arturo Frondizi- el mejor presidente que tuvo la Argentina, según Mauricio Macri- publicó “Estrategia y táctica del movimiento nacional”, un manual de militancia
El capítulo cuarto, “La corrupción”, tiene una sorprendente actualidad ya que trata de “la corrupción como pretexto para derribar gobiernos populares”, desde Mariano Moreno hasta él mismo, pasando por Yrigoyen, Lisandro de la Torre o Perón. Cristina es el último eslabón de esa larga lista.
El viernes pasado, la vicepresidenta presentó su alegato en el juicio oral de la causa Vialidad. Con su autoritarismo habitual hizo mención a la Constitución Nacional y al Código Procesal Penal, e incluso citó a Hans Kelsen, filósofo del Derecho y jurista austríaco. Una verdadera provocación.
Denunció el “Derecho Penal de autor” haciendo referencia a la causa judicial por los muertos del 20 de diciembre del 2001: “Según Bonadio, De la Rúa no podía saber lo que ocurrió en la Plaza de Mayo con los muertos, pero según Luciani yo soy responsable de lo que dicen que ocurrió en Santa Cruz, algo que Beraldi probó que fue una fábula.”
Ese maravilloso “Derecho Penal de autor” es el que le permite a Comodoro Py dictaminar que Mauricio Macri no tenía por qué saber qué hacía la AFI, organismo de inteligencia que funciona bajo la conducción política e institucional del Poder Ejecutivo, mientras que CFK sí es responsable por la altura del terraplén de un tramo de ruta de Santa Cruz.
En la única mención al atentado que sufrió frente a su casa, CFK involucró a los fiscales: “Ahora sabemos que la banda de autores materiales del atentado comentaba en sus chats el alegato del fiscal Luciani diciendo que ahora se acababa la joda. Se va creando un clima (...)”. Es cierto que para consolidar ese clima, sólo faltó que en TN o en las jaulas de La Nación Más la trataran de “Mazorquera del arrabal”, “Diosa parda” o “Hija natural de Rosas”.
Nuestros periodistas serios desconfían del intento de asesinato contra CFK y descubren un sinfín de elementos sospechosos que alertan su instinto de auxiliares de fiscalía. Es todo muy raro, repiten en prime time. Es cierto que no existiendo ni un comando venezolano-iraní con adiestramiento cubano que huyó por la rejilla del baño del fiscal Alberto Nisman, ni un testigo oportuno que escuchó algo en un bar, ni tampoco unos cuadernos quemados y luego desquemados, la historia resulta inverosímil.
El mismo día de su derrocamiento, una muchedumbre saqueó la casa de Hipólito Yrigoyen en la calle Brasil en busca del botín- tal vez un PBI o incluso dos- que según los medios el tirano depuesto ocultaba en las paredes. En septiembre del 2018, ochenta y ocho años después de aquel golpe, el recordado juez Claudio Bonadio allanó la casa de CFK en El Calafate y también destrozó paredes buscando el mismo botín con idéntico resultado.
Imagen: El comando venezolano-iraní con adiestramiento cubano antes de huir por la rejilla del baño del fiscal Nisman (cortesía Fundación LED para el desarrollo de la Fundación LED)