Infectadura: el gran salto adelante del periodismo narcótico

Ya hace tiempo que nuestros periodistas serios decidieron prescindir de la realidad en sus análisis pero con la pandemia dieron un gran paso adelante: en las columnas y editoriales sólo describen sus angustias.

31 de mayo, 2020 | 00.05

En marzo, al principio de la cuarentena, los medios serios y la oposición (dos colectivos que cuesta cada vez más diferenciar) propusieron imitar el modelo británico. Cuando el Primer Ministro Boris Johnson dio marcha atrás con la idea fallida de la “inmunidad de rebaño”, esos mismos medios serios encontraron otras fuentes de inspiración. Por extraño que parezca, en algún momento entre marzo y mayo, el modelo de Jair Bolsonaro que hoy acumula 27.000 víctimas fatales por coronavirus también fue un ejemplo a seguir. Al igual que el de Donald Trump que según sus entusiastas tenía la ventaja de combatir la pandemia sin que la economía se resienta, aunque en EEUU ya son 100.000 los fallecidos por coronavirus y el desempleo trepó al 15%, la cifra más alta desde la Gran Depresión. Luego el ejemplo virtuoso fue Chile, al menos hasta el colapso que padeció en estos días su sistema de salud y que asombró incluso al propio ministro del área, un funcionario que padece el Mal de Tony Montana: consumir el narcótico que sólo debería vender.

Ya hace tiempo que nuestros periodistas serios decidieron prescindir de la realidad en sus análisis pero con la pandemia dieron un gran paso adelante: en las columnas y editoriales sólo describen sus angustias. Así, a la vez que nos alertan sobre acechanzas imaginarias como el peligro comunista o el proyecto Venezuela, un clásico que nunca pasa de moda, esos mismos periodistas serios soslayan peligros tangibles como el aumento de contagios en la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano. Una de cal y otra de arena.

La ineludible Laura Di Marco explicó en una valiente columna de La Nación que “el Presidente está diseñando la estrategia frente a la pandemia solo en base al punto de vista de los epidemiólogos” y que “los argentinos votamos a políticos, no a epidemiólogos.” La célebre biógrafa de La Cámpora tiene razón: al menos en mi caso, no voté a Pedro Cahn pero recuerdo con emoción cuando elegí en el cuarto oscuro a Ginés García, a Santiago Cafiero, a Eli Gómez Alcorta, a Martín Guzmán e incluso a Vilma Ibarra. Era una lista sábana con más de 500 candidatos entre ministros, secretarios y asesores.

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En este nuevo Nado Sincronizado Independiente (NSI) cada uno cumple su rol. Baby Etchecopar se encarga de los eructos reaccionarios mientras Luis Novaresio nos propone dudas refinadas sobre ideas zombie. Uno de estos días recibirá en Animales Sueltos a algún experto que afirme que la Tierra es un disco de bronce apoyado sobre cuatro pilares sostenidos por cuatro elefantes parados sobre una tortuga gigante que nada en un océano enorme. “Todas las opiniones son respetables” concluirá Novaresio, con tono mesurado. Por su lado, su colega Nicolás Wiñazki nos habla de sus dilemas familiares, mientras gorilas ilustrados como Fernández Díaz o Morales Solá denuncian un virtual “Estado de sitio” a la vez que señalan que Alberto Fernández dispone de “la suma del poder público.” Inspirados por tanto terraplanismo, Eduardo Feinmann y Luis Rosales, candidato a vicepresidente de José Luis Espert, denunciaron “la dictadura de los infectólogos.”

Lo más asombroso es que, habiendo una dictadura en el país, esta gente no la apoye.

 

Infectólogos obligan a Alberto Fernández a entregarles la suma del poder pública (cortesía Fundación LED para el tratamiento de la Fundación LED)