Con la llegada del último mes del año, comenzamos a escuchar una frase hecha que se va haciendo el estribillo del deseo en estas fiestas. “Que se termine pronto este año para olvidar”. Como si el olvido fuera un acto voluntario, como si pudiéramos oprimir delete en las computadoras imaginarias que gobiernan nuestro psiquismo para hacer borrón y cuenta nueva. ¿Y si lo pensáramos de otra manera? ¿Si hiciéramos el ejercicio de la memoria para hacer una diferencia entre lo que ha sido malo y lo que resultó positivo?
El mayor desafío de estos tiempos, quizá sea pensarnos subjetivamente, en la singularidad de cada uno —y cada una— sin soslayar lo colectivo. Pero entendiendo que a partir de la lógica del no todo encontraremos un modo más interesante para hacer un balance. Porque no hay absolutos en las experiencias personales, porque subirnos a una frase y tatuárnosla en la memoria —a la fuerza— sería un intento fallido en la pausa necesaria a la que nos invitan los finales. No todas las cartas son malas, depende cómo estén acompañadas y a qué estemos jugando.
Tanto se ha dicho sobre lo traumático en la psicología, especialmente en el psicoanálisis. Sin embargo, no por mucho comprender se logra apaciguar el sufrimiento. Reelaborar no es hacer un mero bla bla. Para que se produzca la escritura, hay que sentarse un rato, y convivir con la angustia que genera la página en blanco. Porque escribir es un modo de dar testimonio, un saber hacer que tiene la impronta de cada quien.
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El deseo es el deseo del Otro
Dos anécdotas personales para explicar esta frase de Jacques Lacan. En marzo comencé a asistir al Taller Literario de Daniel Guebel. En el primer encuentro, él me dijo.
—Ya sé sobre qué tendrías que escribir. ¿Te acordás lo que me contaste que te dijo tu mamá cuando le preguntaste por qué no te había dicho nada sobre la religión de tu novia, hoy tu esposa?
Un mes más tarde, había comenzado la escritura de mi novela, y me manda un Whatsapp una amiga.
—¿Podés hablar?
—Te llamo en un rato, estoy en un taller de escritura.
—No sabía que dabas talleres.
—Es que no doy, estaba “como alumno” en el taller de Guebel.
—Pero vos tendrías que dar talleres, a mí me gusta mucho cómo escribís.
Unos días más tarde abrí el primer grupo del Taller para Escribir. Durante el año se conformaron dos grupos más. Unas treinta personas se reunieron junto a mí con el pretexto de escribir y leer. Porque jugar con las palabras es lo que nos hace humanos. Y el encuentro con las palabras del otro, es un encuentro con nuestra propia experiencia.
La semana que viene “La madre jodida” —mi primera novela que se puede comprar acá— sale de imprenta. El título no es otra cosa que un juego de palabras. Porque el análisis y la escritura son un poco eso, jugar con las palabras. Escribir la novela fue mi modo de recordar, de dar testimonio de mi análisis, de ficcionar algunos asuntos de mi vida que fueron motivo de dolor y sufrimiento, encontrando en el humor la manera de hacer más amable lo insoportable.
Esta es la última columna que voy a escribir este año. Han sido dieciocho entregas quincenales en las que me propuse encontrar una pregunta que habilite la reflexión, el pensamiento, la emergencia de nuevas preguntas. La invitación hoy es a escribir, a hacer el ejercicio de la escritura sin creer que para crear un texto hay que ser escritor. Escribir para recordar —que como diría Freud— es el mejor modo de olvidar. Quizás este, justamente, sea un año para recordar. Hagámoslo por escrito.
Edgardo Kawior es Lic. en Psicología, psicoanalista. Da talleres para escribir. Seguilo en Instagram / Twitter / You Tube / licenciadokawior@gmail.com
Ilustración: Ro Ferrer