La furia con la que la oposición recibió el acto del viernes 10 que tuvo a Lula, el Pepe Mujica y a la dupla presidencial sobre el escenario frente a una Plaza de Mayo colmada, refleja lo mucho que la envenena asimilar que el gobierno peronista está recobrando la iniciativa política después del paréntesis letal de la pandemia.
Mejor incluso que algunos oficialistas puestos a debatir si era o no momento de celebraciones, son los factores de poder real los que perciben por anticipado la formidable energía que la sístole-diástole entre el palacio y la calle le puede dar a una administración que todavía tiene por delante dos años de gestión, y que va a coronar además con la meta simbólica de 40 años democracia consecutiva en el país.
La presencia de algo de la comandancia diezmada de los años felices de la Patria Grande puso al acto en una zona palpitante, con emociones quizá no tan evidentes en la última plaza convocada por la CGT en apoyo al presidente, ceremonia que prescindió de elocuencias históricas e ideológicas, que sí se hicieron presentes con desbordante alegría en esta jornada que se convirtió en un hito.
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Un hito porque estaban allí Lula y CFK, hablándole a la concurrencia, dos jefes de Estado sobrevivientes del Plan Cóndor II, del “lawfare” con patrocinio desde Washington, que buscó sepultar a la dirigencia popular que comandó, con más aciertos que errores, el momento más alto de la democracia latinoamericana en la historia reciente, con índices de inclusión social que por primera vez en mucho tiempo quebraron la tendencia a la desigualdad.
Merecido homenaje le hicieron ambos, Lula y CFK, a Hugo Chávez Frias y a Néstor Kirchner, y a todos los presidentes que frustraron el proyecto anexionista de los Estados Unidos para la región en aquella cumbre del ALCA en Mar del Plata, inaugurando un periodo de integración y autonomía que permitió soñar en su momento hasta con un banco y una moneda común.
Según la planificación estratégica de los que consideran a América Latina como su patio trasero, Lula y CFK, en vez de estar sobre el escenario dando discursos, debían haber estado en prisión. El primero lo estuvo, más de 500 días. La segunda, se sabe, fue acusada de “jefa” de cinco “asociaciones ilícitas”, una integrada con sus hijos, otra con todo (o casi todo) el funcionariado de su gobierno, en causas que hoy se van cayendo una a una por “inexistencia de delito”.
Merece un párrafo destacado Alberto Fernández. Sin dudas, su mejor versión como gobernante es la que lo muestra avivando el sueño de la Patria Grande. Evo Morales le debe la vida, Lula le agradeció por su visita cuando estaba en una celda y en la cumbre con Joe Biden del mismo viernes denunció a la OEA como promotora del Golpe de Estado en Bolivia y el intento de magnicidio de Evo.
Además, el haber recuperado la posibilidad de denunciar desde un escenario oficial las recetas recesivas del FMI fue una enorme bocanada de oxígeno en una fecha donde, nada menos, se celebran los derechos humanos y las libertades democráticas, la mayoría de las veces conculcadas por gobiernos y modelos que sólo pretenden concentrar la riqueza en cada vez menos manos.
Fue CFK la que sugirió que los dólares para pagar la deuda tomada por el macrismo hay que ir a buscarlos entre los evasores de impuestos que giran la plata a guaridas fiscales protegidas por los países del G7 que, a su vez, son los que controlan al exigente board del FMI.
Se podrá discutir qué tan viable es la propuesta de la actual vice, pero es reconfortante confirmar que, además de la sumisión que propone la oposición y hasta un pequeño sector del FdT, alguien pensó alguna alternativa a la miseria administrada desde un Excell que postulan los diarios de la AEA como ineludible solución al endeudamiento.
“Quedáte tranquila, Cristina”, respondió el presidente a las advertencias de CFK sobre los riesgos de un mal acuerdo que termine por abortar el tenue crecimiento de la economía nacional, mientras pronunciaba una frase con destino de zócalo televisivo: “La Argentina del ajuste es historia”.
Centenares de miles de testigos tomaron muy en serio su promesa.