Cristina dijo ante los representantes metalúrgicos que para hablar de política hay que usar los números. Es decir, es necesario utilizar puntos de referencia objetivos; de otro modo, en el mundo atravesado por las pasiones políticas y las devociones históricas, priman, los amores y los odios y la memoria tiende a emanciparse peligrosamente de la verdad. ¿Existe la verdad en política? Por lo pronto existe la mentira: los actores entran y salen de la fotografía, de la “política grande” según lo que establece la mirada predominante en cada época. Por ejemplo, durante muchas décadas el peronismo era innombrable en la escena pública, su sola evocación podía terminar con el evocador en la cárcel. Dicho sea de paso, entre el año 1955 y 1976 (con la breve “interrupción” entre 1973-76, se llamaba “democráticos” a los regímenes surgidos de la proscripción del movimiento de Perón.
Una vez que reconocemos la necesidad de usar números para pensar la política, surge el interrogante: ¿Cuáles números? En ese punto los senderos se bifurcan: están los datos demográficos, las tasas de ganancia del gran capital, los salarios de los trabajadores, el nivel de la desocupación y la precarización de los sectores más débiles de la sociedad. Son grandes números, que aproximan a la realidad, pero no la agotan. Por esa necesaria variedad de los índices numéricos, la política necesita orientaciones de valor: qué números tienen importancia fundamental, cuáles deben ser conservados o mejorados, cuáles son urgentes, cuáles no…Eso es lo que se supone que se dirime en la escena política. Los números que exige Cristina poner en la mesa son los de las necesidades de los más vulnerables y del desarrollo independiente del país: ese es el “partido” de CFK y sus seguidores. En ese partido no hay discusión sobre liderazgos, la líder es la propia ex presidente por razón de la historia.
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Claro que en el régimen democrático-liberal, el número central es el resultado electoral. Por eso en las páginas del principal emporio mediático del país, los números de las encuestas de opinión se han convertido en su sección más vistosa: es lo que se podría llamar su “secretaría de propaganda”. Esos números hoy casi no interesan desde el punto de vista del resultado electoral efectivo: mucha agua tendrá que correr bajo los puentes hasta que nos encontremos con el cómputo de la votación. Casi no tiene sentido el pronóstico de hoy, aún en el supuesto de que fuera una evaluación objetiva y científica del momento actual y no una sopa de números destinada a la formación de la opinión. La divulgación de encuestas en el día de hoy solamente talla en los microclimas políticos que conforman justamente el territorio en los que los pronósticos intervienen a esta altura: la creación de climas en los cuarteles partidarios en los que se dirimen las tácticas, las estrategias y los candidatos que librarán la justa electoral que, podría decirse, ya ha empezado.
“Haré lo que sea necesario…” dijo Cristina en Pilar respecto a su rol en las próximas elecciones. Antes ya había dicho en su discurso que no se arrepiente de su decisión en mayo de 2019 a favor de la candidatura presidencial de Alberto Fernández. En esta columna expresamos más de una vez la sorpresa por la falta de referencias públicas actuales de la vicepresidenta a un acontecimiento que no tiene ningún antecedente mundial: la “designación” del candidato a la presidencia por una ex presidenta que, además, se postula a sí misma para el cargo de vice. En aquel histórico video, CFK habló de los cambios mundiales, regionales y nacionales “para peor”, como soporte conceptual de la propuesta. Es decir, la decisión se basó en la hoy tan denostada “relación de fuerzas”, concepto de cuño marxista-gramsciano que hoy creen algunos que es un simple subterfugio para ocultar el conformismo y la resignación. Con el triunfo de Lula -aún costoso y dramático como fue- esa relación de fuerzas se ha desplazado, aunque esté lejos de parecerse a la realidad regional de principios de siglo. Sería un grave error entender el eventual compromiso electoral como un dictado de un cálculo de orden personal. Las personas en el lugar simbólico que hoy ocupa Cristina no tienen lugar para separar su individualidad humana de su ser político, de modo que su decisión tendrá un contenido excluyentemente táctico-estratégico.
Estamos hablando de una persona que acaba de sobrevivir milagrosamente a un intento de asesinato. Antes de ese episodio fue acumulándose un conjunto de “acciones judiciales” convergentes en el objetivo de proscribirla y, eventualmente, hacerla prisionera. El propio cuerpo de CFK es portador de un gran enigma de la política argentina, ¿Volverá a generalizarse la violencia y la proscripción para bloquear las posibilidades del máximo liderazgo de la política nacional? Es imposible predecir el futuro. Saber, por ejemplo, cómo sería la campaña electoral de la lideresa o adentrarse en el tipo de discurso que podría sostenerla. Cristina es un discurso político escrito en su propia historia, en su propio cuerpo. Es, en sí misma, un programa político para Argentina, más allá de que la coyuntura obliga a actualizarlo permanentemente. El fallido magnicidio coloca a su víctima en un sitio simbólico profundo de la política argentina, de modo que la presunción que exhibe la industria de la “opinión pública” a propósito de las “previsiones electorales” es una anécdota irrelevante. En el momento en que se formalice su candidatura habremos entrado francamente en una nueva atmósfera política, tan imprevisible como cualquier otra, pero de un dinamismo claramente más intenso que el actual.
La inédita reivindicación del discurso de mayo de 2009 tiene una importancia estratégica extraordinaria. Es la colocación política precisa del gesto que abrió paso a una dinámica política que nos ha llevado hasta la actual situación. Hacerse cargo del “momento fundacional” del gobierno actual es un gesto clave. No hay salto espectacular en el tiempo que pudiera legitimar su candidatura pasando por encima de la experiencia de estos años, no hay reivindicación de “los años felices” pasando por encima de lo que hoy ocurre. No hay una recuperación mitológica del espíritu de la plaza masiva en la que Cristina le habló a su pueblo en las vísperas de la asunción de Macri que pueda prescindir de una colocación de lo ocurrido en aquel mayo. El gobierno actual es el heredero de los años del primer kirchnerismo, de la derrota de 2015 y de las peripecias del actual presidente; hay una continuidad histórica que debe ser interpretada y no puede ser reemplazada por el ejercicio del mito. Mito que es necesario para la construcción política pero que no puede reemplazar al curso vivo de los acontecimientos. Pasamos por los años de una Argentina nuevamente (y salvajemente) agredida por un endeudamiento ilegal, inmoral y antipatriótico como el acordado con el FMI por el gobierno macrista. Pasamos por una pandemia que produjo muerte y angustias entre nosotros como en todo el mundo. Reaparecieron expresiones “nuevas” de las políticas de derecha que recurren al arcón de lo más podrido de esa tradición histórica: tienen en su portada horcas, cajones mortuorios, violencia verbal y violencia criminal como la que hoy debería investigarse con más apego al estado de derecho que los que hoy ostentan los jueces del círculo futbolístico de Macri. No puede juzgarse al actual gobierno sin este contexto. No debería interpretarse el “período de Alberto” como una otredad respecto del proceso político que se abrió con la asunción de Néstor en 2003. Al fin y al cabo, en el propio discurso ya muy mencionado de CFK en estas líneas, estaba contemplado un tiempo distinto en el país después de la experiencia macrista. A eso hay que sumarle las actuales peripecias de un mundo en guerra y atravesado por amenazas inéditas que incluyen la posibilidad de la destrucción nuclear.
La reivindicación del frente, la valoración de la unidad como clave de la victoria, los avances en el terreno de la producción y el crecimiento, como aporte de esta etapa, y la necesidad de una amplia unidad serán una clave de la campaña. Para eso se necesita con premura un plan enérgico de transición hacia la plena recuperación del poder adquisitivo perdido por los trabajadores y el pueblo. Esos parecen ser hoy los números principales.