El peronismo acaba de celebrar su fecha fundacional con tres actos distintos, representativos cada uno de ellos de los tres sectores más significativos en la actualidad del movimiento creado por Perón. En la Plaza de Mayo se reunió una masiva manifestación convocada por el sindicalismo combativo y el sector político más cercano al liderazgo de Cristina Kirchner. En el club Obras Sanitarias se reunió el grupo sindical predominante hoy en la estructura de la CGT. En La Matanza, estuvieron los dirigentes y activistas de los movimientos sociales.
Ciertamente la división política ante una fecha tan cara al sentimiento popular y en un momento doloroso y difícil para los trabajadores no podía dejar de merecer la crítica: son muchos los que hubieran preferido un acto único, capaz de sobreponerse a las visibles diferencias políticas existentes y de facilitar la emergencia de una respuesta popular orgánica de todo el movimiento en defensa del salario y la dignidad de los trabajadores. El deseo popular cuenta -o debería contar- a la hora de evaluar un hecho político de la magnitud histórica que tiene la evocación del movimiento en el cual se referencian los principales respaldos del actual gobierno nacional. Pero una vez dados los hechos hace falta pensarlos en su desarrollo y en su perspectiva.
La manifestación largamente más numerosa fue la que se congregó en la Plaza de Mayo. Y no fue solamente el número (y el entusiasmo) lo que distinguió su desarrollo: la difusión de un documento político sobre la actual situación argentina y portador de una propuesta programática para la actual etapa política fue, innegablemente, un sello de identidad del acto. El documento, por otro lado, tiene un significado simbólico y material en la historia del peronismo. Hunde sus raíces conceptuales en los pronunciamientos obreros de La Falda (1957), Huerta Grande (1960) y el de la CGT de los Argentinos (1969), en tres momentos diferentes de la resistencia a los regímenes -militares y civiles fraudulentos- posteriores al derrocamiento de Perón. Claramente reivindicativo de la experiencia del peronismo en la lucha contra sucesivas experiencias de enajenación del patrimonio, represión del movimiento popular y avasallamiento de los derechos de los trabajadores, el texto luce claramente como una respuesta a la actual ofensiva de la derecha neoliberal en contra del Estado, del derecho laboral y de la legalidad democrática, claramente agravada por la acción en el mismo sentido de vastos y decisivos sectores del poder judicial.
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Hay en el documento una clara propuesta alternativa para el futuro inmediato del país; una reafirmación de los postulados históricos del movimiento político cuyo aniversario se celebraba. La radicalidad de las propuestas respecto de los principales problemas de la economía y la sociedad argentina debe ser bienvenida: vivimos una etapa en la que parecería que solamente la derecha puede presentar planes de reestructuración profundos (y brutales) de la sociedad argentina) y el campo popular debería elegir entre la radicalidad de sectores de muy escasa base social o la “moderación”. Frente al actual viraje de Macri hacia la verdad respecto de su proyecto para el país (diferente al perverso ocultamiento que rodeó su campaña electoral finalmente triunfante de 2014) el documento de la plaza luce como un claro contrapunto entre proyectos para el país. Sus firmantes son dirigentes sindicales insospechables de utópicos: todos están al frente de fuertes organizaciones sindicales y muchos de ellos tienen lugares importantes en el Congreso y en el frente que hoy gobierna el país.
El sector que ocupa los principales lugares de conducción en la central obrera protagonizó un hecho muy llamativo: en medio de una gravísima situación social cuya base se encuentra en el proceso de gobierno de Macri y la coalición de derecha, su pronunciamiento político principal consistió en la demanda de que los dirigentes de la CGT sean más y mejor tenidos en cuenta para ocupar cargos legislativos y de gobierno. Es decir, el centro lo ocupó algo así como un reclamo corporativo, carente de cualquier explicitación y fundamentación de cuáles serían las iniciativas que tales dirigentes impulsarían en el gobierno o en el congreso. No está mal el reclamo, pero es muy discutible la prioridad elegida en un momento dramático para la vida de los trabajadores y trabajadoras y es muy notoria la ausencia de sustento programático (para qué se necesita a los dirigentes sindicales en esos lugares). A eso se le podría agregar el balance de cuál fue el fruto de la presencia sindical en el Congreso en los tiempos de Macri. Por su parte, los movimientos sociales (en el marco de una importante movilización) expresaron su apoyo al gobierno nacional y reclamaron la formalización del conjunto de trabajadores de la economía social, además de proclamar la candidatura del espacio para la elección en el municipio de La Matanza.
Sería lamentable que el juicio sobre estos actos estuviera exclusivamente dirigido a reconocer o negar las respectivas legitimidades de sus protagonistas. Cada sector es portador, a su manera, de una tradición de los sectores populares del país. En la Plaza de Mayo, esa tradición quedó escenificada en el espacio y el tiempo que ocuparon las propuestas programáticas, inspiradas -como ya se dijo- en algunos de los momentos más luminosos de la lucha por los derechos de los trabajadores. Fue el acto de quienes creen posible y necesario retomar en lo político y social las experiencias de los gobiernos kirchneristas, a los que se considera como el punto más alto de la recuperación de la identidad peronista desde la muerte del fundador del movimiento. Está claro que este planteo programático -si quiere no ser solamente eso- deberá hacerse cargo de la estrategia, la táctica y los tiempos necesarios para llevarlos al éxito electoral y a su puesta en práctica desde el gobierno. No parecería recomendable que la clara identidad y coherencia que exhibe este sector apareciera divorciada de la voluntad de acercar posiciones con otras voces que, desde diferentes perspectivas coinciden en la necesidad de frenar la restauración neoliberal.
Acaso convendría reflexionar paralelamente y en profundidad en la flexibilidad que enseña la experiencia peronista, hablando, claro está, de la que se inspiró claramente en el legado de su fundador. En el Perón que emergió en el centro de la escena política aquel lejano 17 de octubre no había solamente un proyecto de país sino también la conciencia de que solo con un alto grado de unidad, de flexibilidad y de organización podía ponerse en práctica ese rumbo. La experiencia de todo el trayecto, y particularmente del actual período, muestra claramente que la unidad es necesaria pero no suficiente. Y también que la subestimación de la necesidad de la unidad suele pavimentar el camino de la derrota. La pluralidad y la amplitud no son ocurrencias recientes, sino que viven en el interior del peronismo y son consustanciales a sus experiencias exitosas. Por el contrario, de un lado los sectarismos en los tiempos del regreso del líder y del otro su contracara, ciertos acomodamientos actuales a una “unidad” de escritorio, carente de calor popular y de reivindicación de derechos, han tenido su oportunidad. Y han fracasado.
Por un lado, los sindicatos, sea quien sea quien los dirija, son una barrera -acaso la principal- contra los abusos de los poderosos contra los trabajadores. Argentina tiene en eso una diferencia específica con relación a muchos países de la región y del mundo: en todas las épocas posteriores al nacimiento del sindicalismo peronista, las clases dominantes quisieron terminar con su experiencia, siempre fracasaron. Los sindicatos son una fuerza moral y material, más allá de quienes ejerzan su conducción. Y, al mismo tiempo, los militantes y dirigentes sindicales saben perfectamente que encerrados en una visión corporativa y autosuficiente sus conquistas siempre corren enormes riesgos.