Se crea en el texto bíblico o no, el ritual motivado por las pascuas nos invita a la reflexión sobre dos de los institutos primordiales de la “Pasión de Cristo” (los eventos que suceden entre la última cena y su retorno de entre los muertos): la crucifixión y la resurrección.
La crucifixión, aunque suene anacrónico, en el fondo da cuenta de una experiencia humana que pueden vivenciar algunas personas aún en nuestros días: ser entregadas al sacrificio en pos de un objetivo mayor.
Es bastante sencillo advertirlo si dejamos lo mítico de lado y atendemos a la narración de los sucesos: luego de ser entregado por Judas a cambio de treinta piezas de plata,Jesús se topa con Poncio Pilato. Este gobernador (y juez), al no poder corroborar que haya cometido los delitos por los que se lo acusaba, decide remitir la “causa” a otra jurisdicción (Lucas 23:7). Allí la recibe Herodes, quien tampoco lo encuentra culpable y devuelve la causa al primero (Lucas 23:11).
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Tras el derrotero burocrático, para evitar condenar a muerte a quien no hallaba responsable de delitos, Pilato apela a la tradición según la cual “acostumbraba poner en libertad a un preso, el que el pueblo quisiera” (Mateo 27:15): ofrece liberar a Jesús, acusado de alborotador y creerse dios, o a Barrabás, un homicida y sedicioso. La escena es relatada del siguiente modo:
- “El gobernador les preguntó: `¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?´ Y ellos dijeron: `¡A Barrabás!´. Pilato les preguntó: `¿Qué debo hacer entonces con Jesús, al que llaman el Mesías?´ Y todos le dijeron: `¡Que lo crucifiquen!´ Y el gobernador les dijo: `Pero ¿qué mal ha hecho?´ Pero ellos gritaban aún más, y decían: `¡Que lo crucifiquen! Al ver Pilato que no conseguía nada, sino que se armaba más alboroto, pidió agua, se lavó las manos en presencia del pueblo, y dijo: `Allá ustedes. Yo me declaro inocente de la muerte de este justo´. […] Entonces les soltó a Barrabás, y luego de azotar a Jesús lo entregó para que lo crucificaran” (Mateo 27: 21-24).
Sabemos cómo termina la historia. Jesús fue crucificado junto a dos ladrones. Curioso que incluso uno de ellos participaba del agravio al futuro líder de los cristianos injuriándolo desde lo alto de su propia cruz (Lucas 23:39).
Lo importante de la narración no es la cruz como modo de castigo, o el suceso en tanto acontecimiento histórico, sino lo que representa y evidencia: Jesús fue sacrificado al amparo de la ley, por un sistema legal y un juez injusto que, aunque no lo halló culpable, creyó estar persiguiendo un objetivo mayor a un bajo costo. Lo condenó a morir en la cruz ya que ello resultaba el medio necesario para calmar a la masa sedienta de venganza (muchedumbre que incluso estaba compuesta por otro crucificado).
Jesús fue el precio a pagar para obtener tal beneficio. Y esa es la experiencia base que emparenta con la realidad de millones que han sido empobrecidos en el ejercicio de sus derechos: ser el precio. El precio del progreso, del desarrollo, del mercado, de la historia.
Visto así, advertimos que hay crímenes que se cometen en cumplimiento de la ley mediante la utilización de la retórica sacrificial.
La ley puede prohibir matar, pero legaliza dejar morir: permite que alguien caiga en la miseria, la exclusión y la muerte, sin que ello sea considerado homicidio si resulta ser el precio a pagar en pos del “progreso”.
Los crímenes se disfrazan de “sacrificios necesarios”, legales, y moldean la realidad de infinidad de personas que pagan el precio con su vida. Es que cuando lo sacralizado es menos la vida y más la mercancía, el contrato se vuelve ley suprema, independientemente de que su cumplimiento le cueste la vida a uno de los contratantes.
Bien podría insistirse en que la narración bíblica es solo un “mito”, pero cierto es que estos no dejan de ser narraciones racionales, en base a símbolos, que revelan experiencias humanas frente distintas situaciones y que nos aportan categorías conceptuales para comprender -y transformar- la realidad.
Así, mitigar la situación de muerte prematura e injusta debe configurar y regir, para quien adhiera a una ética del favorecimiento de la vida, la herramienta interpretativa de todo análisis previo a la toma de una decisión.
Por otra parte, la segunda institución relevante de la narración bíblica que evoca los feriados de esta semana es la de la resurrección.
Si bien parecería que esta no perdura en nuestros días, ello no resulta tan así cuando nos damos cuenta de que la resurrección es la reparación al dolor y a la muerte injusta.Es el dispositivo que subsana la violencia sacrificial.
Allí la pregunta: ¿con qué dispositivo contamos para subsanar la violencia sacrificial sobre la que reposa nuestro presente? Su respuesta: La correcta administración de justicia.
Es que el equivalente profano a la resurrección de los muertos, mientras no podamos devolver la vida, es la rememoración y la reparación de las injusticias causadas a aquellos que fueron entregados, a modo sacrificial, para edificar sobre sus padecimientos nuestro presente.Rememorar para que no se repita. Reparar para no estar aprovechándonos del dolor ajeno.
Pues nunca habrá progreso si quienes han pagado con su sufrimiento el precio de nuestros derechos no tienen ellos mismos derecho a la dicha. Usar el sufrimiento ajeno a nuestro favor sería convalidar, y continuar, la violencia sacrificial de un modelo que nos vuelve insensibles para naturalizar la destrucción (de vidas, tierras, aguas) como medio de acumulación.
La memoria permite des-ocultar el injusto sufrimiento y nos devela la realidad: no somos el resultado de un lineal avance de la razón hacia el progreso ilimitado de la humanidad, sino también de una razón que desacraliza la vida y deja morir en nombre de ese “progreso”.
Al final, al tomar una decisión uno siempre es libre de elegir “lavarse las manos” y dejar hacer a los crucificadores en nombre de los nuevos dioses, o bien optar por impedir que nuevos sujetos sean crucificados en los altares de turno y reparar el daño causado a aquellos cuyas vidas ya se ha entregado como precio.
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