El Papa Francisco explicó muchas veces su visión sobre el “ecumenismo”, sobre el diálogo “interreligioso”. Dijo siempre que su aporte al diálogo tiene que partir de su condición de católico. Solamente desde allí su voz adquiere un significado dentro del conjunto. La unidad -dice- se enriquece en la diferencia, en el diálogo, en la mutua escucha y en la síntesis. ¿Tiene valor este “consejo metodológico” papal a la hora de pensar la unidad política necesaria en nuestro país para recuperar una brújula popular en medio de una ofensiva inédita de la derecha local e internacional? Planteado el tema fuera de la coyuntura real parece un ejercicio retórico con muy poca probabilidad de tomar cuerpo político. Pero los hechos de los últimos días relacionados con la reorganización nacional del peronismo le dan un andamiaje concreto a la cuestión. Si se logra sacar la discusión sobre una nueva conducción nacional peronista de su faceta inmediata y coyuntural -envuelta como está de ribetes de espectacularidad y de cálculos sectoriales- podríamos estar ante un acontecimiento político de una potencialidad muy importante.
El peronismo ha resuelto institucionalizar su conducción nacional y el nombre que ha emergido para la conducción de ese proceso es ni más ni menos que el de Cristina Kirchner. Un nombre que no suele estar asociado con los cargos formales y la autoridad orgánica en el interior del partido justicialista. Por supuesto que no se puede pensar la cuestión con abstracción del conjunto de cuestiones (políticas, emocionales y judiciales) que envuelven claramente la situación. Sin embargo, no habría que diluir lo que probablemente sea su significado fundamental: el peso político que puede tener la conducción del PJ por la ex presidenta. Podría pensarse en la decisión como un movimiento importante -y acaso decisivo- para un período trascendente de la vida del país.
La emergencia del ultraliberalismo al frente del gobierno nacional es un hecho nuevo que debe ser observado, pensado y tratado como tal. No es lo clásico en la política argentina que la ruta política del neoliberalismo gire en torno de su variante más extrema en términos programáticos y más reñida con la práctica político- institucional de los últimos cuarenta años a partir de la salida de la última dictadura. El fundamentalismo neoliberal pronorteamericano y violento se presenta a sí mismo sin maniobra alguna de auto ocultamiento: su “promesa” explícita es la destrucción del estado nacional (con excepción de su faceta represiva y violenta) y la libertad más absoluta para el gran capital. Sin restricciones laborales ni humanitarias de ninguna naturaleza, plenamente integrado al sector del mundo plenamente incluido en la hegemonía norteamericana y de la OTAN, hostil a cualquier impulso independientista y de defensa de las soberanías nacionales. Ni las dictaduras militares y cívico-militares que en el país han sido se han planteado de modo tan claro y enérgico esos objetivos. Es decir, que no estamos ante una reedición de experiencias políticas ya vividas sino de un objetivo refundacional de la Argentina y de un proceso que tiene la ambición -declarada muchas veces y en distintos foros- de formar parte de una experiencia absolutamente distinta, para la cual, según creen sus protagonistas, se han dado las condiciones necesarias.
Las características grotescas del ocasional líder no deberían ocultar la seriedad, la gravedad y la peligrosidad del movimiento que encabeza. Hay una parte de la política argentina -señaladamente el oficial-radicalismo- que cree estar viviendo una repetición un poco caricatural del macrismo. Pero no estaría mal tener en cuenta que podría tratarse de algo distinto: no una “alternancia” partidaria sino una refundación violenta con pretensiones de irreversibilidad.
Una vez más -para decirlo con las palabras de un importante ensayista-historiador liberal, Tulio Halperin Donghi-el sueño del “fin de la Argentina peronista” que creyó ver su concreción en la experiencia menemista (no casualmente vemos hoy una reivindicación oficial entusiasta y persistente de ese período, por parte del presidente y su séquito). Sería suicida “normalizar” la situación asimilándola a otras experiencias: el grupo gobernante tiene en su interior un núcleo extremista e irresponsable. Y cuenta con un respaldo importante en sectores empresarios privilegiados (locales y globales) que hace rato sueñan con esa ruta política. Es probable que tomar nota de esto que cada vez es más evidente sea una necesidad urgente para la política argentina. Porque la idea de sobrevivir y hasta de sacar ventajas de esta deriva puede contribuir a un derrumbe de extrema gravedad.
Las razones de la decisión de intensificar su protagonismo por parte de Cristina son, seguramente, múltiples y variadas. Pero las razones individuales toman la forma de estrategias y tácticas políticas cuando maduran las condiciones para la acción. Y es posible que tomar en cuenta el contexto en el que se toman las decisiones faciliten la eficacia en su concreción. Cristina nunca fue devota de las rutinas institucionales del justicialismo. Puede llamar la atención que en este caso lo sea de modo tan enérgico y audaz. Pero la cuestión no es de interpretaciones personales: lo que aparece claro es que Cristina está dispuesta a terciar en una instancia histórica que considera crítica.
¿Para qué sirve la presidencia del PJ? Hoy circula con mucha naturalidad la idea de que no tiene ninguna importancia. El argumento a favor del dictamen es que hace mucho que no sirve para nada importante. Pero está claro que las instituciones no son formas estancadas, permanentemente iguales a sí mismas. Que las instituciones son herramientas. Son armas. Y que, finalmente, son -junto con la movilización popular- el corazón de la democracia. ¿Corresponde lamentarse de que el contexto de esta decisión sea una interna entre partidarios de Cristina y el gobernador de la más importante provincia argentina, Axel Kiciloff? Los contextos son una fatalidad. No hay modo de actuar en política que pueda “despejarlos” como si se tratara de una operación matemática. Y en este caso el problema forma parte de la oportunidad. Está a prueba la madurez y la visión estratégica de unos y otros.
El país necesita una muy amplia unidad política -abierta, heterogénea, amenazada por múltiples presiones-. El peronismo hoy es clara e indiscutiblemente la principal fuerza de oposición. A su alrededor existen muchas expresiones que no avalan la política oficial, pero desconfían del peronismo. Se necesitan gestos de inteligencia y de sensibilidad. Se necesita unidad en la diversidad. Los peligros que enfrenta la patria lo justifican.