Orden, progreso y plata dulce

28 de noviembre, 2024 | 00.05

La mayoría de la población quería fundamentalmente dos cosas, un poco de estabilidad macroeconómica y otro poco de orden. El actual oficialismo, al menos por ahora, le está dando las dos cosas y por eso los índices de confianza vuelan y las encuestas siguen muy favorables al gobierno, que completará su primer año en estado de embriaguez. Encima el dólar sigue en baja y las clases medias se preparan, junto a los más acomodados, para vacacionar en el exterior. Vuelve el “deme dos”, pero recargado. Y aquí es donde a quien escribe le cae la ficha etaria. A los más jóvenes hay que explicarles que el “deme dos” remite a la historia de los primeros años ’80, cuando la revaluación cambiaria inducida por la política económica de la última dictadura generó tanto efecto riqueza que Ezeiza era una fiesta. Los aviones de argentinos regresaban de Miami sobrecargados de compras. Por el lado del arte una gran síntesis de aquellos años fue “José Mercado”, el tema que Serú Girán grabó en 1981.

La historia se repitió en los ’90, cuando el enamoramiento con la Convertibilidad también generó años de dólar barato. Otro dato que también es necesario contarle a los sub 30, entre quienes predominan los votantes de La Libertad Avanza. Fue un nuevo ciclo de dólar barato que, como la dictadura, prolongó la estabilidad macroeconómica a fuerza de ingreso de dólares, primero por las privatizaciones y luego por endeudamiento. Se trató de casos muy particulares de “enfermedad holandesa”, porque la sobrevaluación de la moneda local no fue producto del boom exportador de un sector, sean tulipanes o hidrocarburos, sino por endeudamiento externo.

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La era Milei no siguió hasta ahora el mismo patrón, la bola de dólares la trajo el blanqueo de capitales, lo que puso en primer plano que el problema de escasez de divisas era sólo del Estado. Cuando en la ecuación de divisas se incluye a los privados el país parece ser acreedor neto del resto del mundo y no un gran deudor. Sorpresas que da la vida, o no tanto. Efectivamente, la economía “barrani” era más grande de lo que describían las crónicas. El blanqueo consiguió más dólares que cualquier crédito imaginable en el actual contexto, una pelota de decenas de miles de millones de dólares que abarrotaron los bancos y que ya comenzó a derramarse, vía créditos y colocación de instrumentos financieros, al resto de la economía. Ello no quiere decir, lector, que la bonanza llegue a su salario. Como ya lo sabe y como lo muestra la ininterrumpida caída del consumo que registra el INDEC, la fiesta mileísta ocurre en otra parte, empezando por el mundo de las finanzas, aunque seguramente no se quedará solo allí.

Remitirse a la política económica de la última dictadura y a la convertibilidad puede llevar a prever una secuencia lógica que termina en crisis y estallido. De nuevo, José Alfredo Martínez de Hoz fue ministro de economía del Proceso durante 5 años, entre marzo de 1976 y el mismo mes de 1981. La Convertibilidad duró una década. Así que la sobrevaluación actual puede ser un evidente “equilibrio inestable”, pero que podría mantenerse por muchos años. No hay razones para creer en un potencial estallido, porque depende de la entrada de dólares que, a su vez, depende de varios factores. El primero es el aumento de las exportaciones. El segundo es un elemento que parece no haber sido lo suficientemente ponderado, la buena voluntad del capital.

Se suele repetir que el mileismo hace lo que quiere en el Congreso con apenas poco más que una treintena de diputados y un número ínfimo de senadores. Semejante afirmación es un exceso de formalismo. El mileísmo no es Milei, es el proyecto de una clase social: el gran capital. Se trata del mismo gran capital que tuvo la capacidad de bloquear las reformas de los gobiernos nacional populares y que hoy controla el Congreso vía la suma de legisladores de LLA, la UCR, los restos del PRO, diversas bancadas provinciales y, vía gobernadores, también del peronismo.

Y lo que ocurre en el Congreso se expresa también en el clima de “los mercados”. Cada triunfo legislativo del oficialismo es leído por los dueños del dinero como pasos en la consolidación del nuevo proyecto político. En economías abiertas, con movilidad internacional de capitales, la dirección del pulgar de los mercados es un factor intangible fundamental para los movimientos bien tangibles del dinero. Si el mileísmo mantiene la hegemonía política, y por ahora no hay nada que indique que no lo hará, los capitales seguirán fluyendo y, casi con seguridad y RIGI de por medio, no lo harán solo a los mercados financieros.

El reparo que suele esgrimirse es que los capitales no entran a economías cuyos mercados internos se achican, pero esto es mirar el presente con ojos del pasado. Los capitales ingresarán al país para explotar sectores que no dependen del ciclo económico interno. En un planeta cuyo gran centro fabril ya se ubica en Asia, Argentina y la región seguirán acoplándose al mercado mundial como proveedores de materias primas y servicios. En el caso local, a los productos primarios del agro, las manufacturas de origen agropecuario y los servicios de la economía del conocimiento se le sumarán más hidrocarburos y más productos mineros. Nótese además que se trata de sectores que no son especialmente sensibles al nivel del tipo de cambio.

El horizonte posible es el de un modelo de dólar barato sostenido, a mediano plazo, por ingreso de capitales a sectores exportadores y en las exportaciones que estos capitales ayuden a desarrollar. El pulgar para arriba de “los mercados” ayudará a financiar la transición, tanto vía organismos internacionales como, potencialmente, privados. En contrapartida se sabe que los modelos de dólar barato arrasan con la producción industrial. Por eso a los analistas siempre les resultó sorprendente el comportamiento de las centrales fabriles, al parecer más ideológico que práctico. Al grueso de los industriales locales les tira más el espíritu de clase que el bolsillo, sino no se entendería.

La primera síntesis provisoria es que, al igual que ocurrió durante la última dictadura y el menemismo, la economía local se encuentra frente a la consolidación de una nueva reconfiguración de su estructura productiva y, en consecuencia, de su estructura social. Esta transformación está en línea con el lugar que el capitalismo global espera de países como Argentina. La segunda síntesis es un interrogante, qué sucederá con todo lo subsidiario de esta transformación, ya que incluso una economía exportadora primaria necesita infraestructura y servicios y, en consecuencia, un Estado consistente y eficaz, algo que en el siglo XIX comprendió muy bien la generación del ’80, pero que sus presuntos émulos contemporáneos no ven. La tercera conclusión provisoria es un dato relativamente nuevo en tanto desmiente la presunta actitud combativa de las clases subalternas locales: se encuentra en vías de consolidación una nueva hegemonía política en la que quienes se quedarán afuera del modelo no solo no protestan, sino que siguen llenos de esperanza, que es lo último que se pierde justo antes de descubrir que no se tiene nada.