Puede ser tranquilizador pensar que Javier Milei es solamente un marginal construido a fuerza de miles de horas en los medios de comunicación con el objetivo de correr la agenda a la derecha. O que se trata del emergente de un momento puntual, como puede haber sido el de Francisco de Narváez ganándole las elecciones nada menos que a Néstor Kirchner. También es tranquilizador creer que solamente es la expresión de la bronca con un sistema que no resuelve algunos de los problemas básicos del Estado y, fundamentalmente, que no resuelve la inestabilidad macroeconómica, la inflación agotadora. Según la burbuja en la que el lector se meta encontrará distintas interpretaciones para explicar a un personaje que realmente asusta, no porque constituya en sí mismo una poderosa fuente del mal, sino porque es la expresión latente de un posible salto al vacío. Los planetas podrían alinearse de modo tal que la sociedad argentina se autoinflija otro daño absolutamente innecesario ¿o alguien en su sano juicio cree que Milei podría gobernar?
Es probable, adicionalmente, que todas las explicaciones sobre el fenómeno tengan algún componente de verdad, hasta las más lejanas, como la analogía con el resurgimiento de las ultraderechas en todo el mundo o el hartazgo con el elitismo del progresismo moralista, del wokismo californiano trasplantado a Palermo. Sin embargo, también es probable que no se esté considerando otra burbuja de análisis, muy diferente a las de la clase social o el nivel educativo: la burbuja etaria. Cuando en su exposición en La Plata de esta semana la Vicepresidenta rememoró la Convertibilidad, debió asumir que la década del ’90 sólo habita en la memoria de los más mayorcitos. Para quienes tienen menos de 40, 1991, el año de la sanción de la ley de Convertibilidad, son tiempos remotos. Pero la cuestión etaria no termina aquí, para una inmensa porción de la población, digamos los sub 30, la propia “época de oro” del kirchnerismo, las dos primeras presidencias, es decir los tiempos anteriores a la reaparición de la restricción externa, también pertenecen al pasado remoto.
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Una mayoría importante de los votantes de 2023 sólo recuerdan el “tercer kirchnerismo”, al macrismo y al actual gobierno del Frente de Todos. Y otra mayoría dentro de la mayoría, tampoco distingue mucho los matices. No todos son politizados, como seguramente lo son la casi totalidad de los lectores de estas líneas. La memoria “política” del universo de los “jóvenes”, entonces, llega a la etapa de la guerra de los medios contra el kirchnerismo, cuando comenzaban a deteriorarse los indicadores de la economía y a subir la inflación. Incluye la posterior debacle macrista tras la “primavera” de los primeros dos años y vive el actual gobierno con pandemia, guerra, internas y otro salto inflacionario. Difícilmente se los pueda asustar con la crisis de 2001-2002, o se los pueda conmover con los logros de la etapa 2003-2011.
Luego está la realidad que ya fue contada, se trata de una población que no está necesariamente en contra del Estado, pero que siente que el Estado le da servicios de seguridad, salud y educación deficientes. De una población que no es antipolítica, pero que observa a una clase dirigente, a ambos lados del espectro, embarcada en una interna permanente, pero sobre todo que no le ofrece un “relato” dentro del cual sentirse contenidos. Como señala el analista José Natanson, la apuesta por Milei no es mera antipolítica, sino la demanda de un “shock” que sacuda todo lo que se ve, que sacuda a la (mal llamada) “casta” política y a un Estado que sienten que no brinda respuestas. Y sobre todo que sacuda a la inflación y a los precios. No importa que en realidad Milei carezca de una solución real a estos problemas, sus potenciales votantes tienen más claro lo que ya no quieren que lo que quieren. El fenómeno Milei es sobre todo un fenómeno de déficit de representación de la política tradicional.
Entre las fuerzas del Frente de Todos, mientras tanto y con algunos años de retraso, comienza a hablarse de la necesidad de consensuar un plan de gobierno, algo que no se consideró indispensable en 2019, cuando el objetivo fue primero ganar. Quizá se pensó que alcanzaba con copiar el esquema anterior a 2015 sin hacer autocrítica y sin incorporar la explicación de los cambios económicos vividos a partir de la segunda década del siglo. El objetivo no pareció ser “volver mejores”, sino sólo “volver”. Y además “volver” sin una guía clara de conducción de la misma diversidad que había generado las rupturas internas de 2013, cuando lo que sería el massismo salió del gobierno, y de 2015, cuando no faltaron quienes le corrieron el cuerpo a la campaña presidencial de Daniel Scioli. Todo esto se dice fácil con el diario del lunes, pero quizá fue la misma diversidad, de entonces y del presente, la que limitó en 2019 consensuar un plan previo. Lo bueno es que finalmente se hable de la necesidad de tener un programa con miras al futuro y para reenamorar a los votantes en fuga, algo que el adversario no sólo tiene siempre listo, sino que “vía Melconián-Fundación Mediterránea”, hasta con los cuadros clave agazapados para tomar el aparato de Estado y firmar 3000 resoluciones en el primer mes de gobierno.
El problema es qué viene primero, el plan que vuelva a enamorar y ofrezca soluciones y un proyecto de país o el liderazgo, el plan o el candidato. La Vicepresidenta, que ya no sabe cómo decirle a su militancia que no quiere ser candidata, comenzó a esbozar en La Plata algunos lineamientos para un potencial plan, pero sin un liderazgo unificado la tarea parece ímproba. Hasta que no se defina un candidato la situación permanecerá en pausa o deteriorándose. En democracia, sólo los votos pueden poner orden. Un candidato de consenso cupular no alineará las diferencias.
Pero más allá de la posibilidad del actual oficialismo de rearmarse a tiempo, el fenómeno Milei señala una suma de datos nuevos. El principal es que existe una porción de la población que quiere otra cosa, que anhela un shock disruptivo. Son muchas las transformaciones ocurridas en la última década en el mundo del trabajo como para creer que son suficientes las promesas de regreso a un pasado glorioso que no se recuerda. Los más politizados detectan que, más allá del trato que se dispensen en el presente, al final del camino Milei y el Macrismo-radicalismo terminarán jugando en el mismo equipo. Los menos politizados, los que no votan marcadamente por ideología, son los que solamente quieren algo distinto, son lo que explican que el apoyo a Milei haya comenzado a crecer entre muchos que en 2019 votaron al Frente de Todos. Quizá por eso la Vicepresidenta lo subió al ring. Lo único claro el último día de abril es que el final sigue abierto. Y el salto al vacío también.