La impotencia como estrategia

El fracaso del Frente de Todos no solo expuso la falta de un proyecto común y liderazgo, sino que derivó en la fragmentación del peronismo y el ascenso de nuevas fuerzas políticas. En un contexto donde la economía comienza a estabilizarse tras un ajuste impiadoso, la oposición parece apostar a la espera como estrategia, mientras se enfrenta al desafío de repensar su modelo político y teórico para reconectarse con la realidad del siglo XXI.

24 de noviembre, 2024 | 00.05

Lo único que unió al fallido Frente de Todos fue la memoria del paraíso perdido. Sucedió porque la experiencia macrista fue tan mala y terminó tan mal que volver atrás parecía un salto adelante. El problema fue que el bricolaje de todos los archipiélagos panperonistas y el subsiguiente reparto del aparato de Estado una vez ganadas las elecciones fue una pésima fórmula para gobernar. No hubo proyecto común ni liderazgo político, factores de los que un plan de desarrollo es subsidiario y no al revés. No es que se formula el plan y luego se busca el liderazgo, aunque Sturzenegger y la fundación Mediterránea parezcan pensar lo contrario. Finalmente, el resultado de la alquimia que permitió ganar las elecciones de 2019 fue el fracaso del gobierno, el ascenso de Milei en 2023 y una nueva deriva de los viejos archipiélagos.

Lo más notable, sin embargo, es que tras la potencia de los hechos y la magnitud del fracaso no solo nadie se hace cargo, sino que las viejas figuras creen que la experiencia de 2019 puede repetirse. Sin embargo, hace bastante que la bolsa de gatos del peronismo no se reproduce, y tampoco está clara la existencia de un proyecto superador para ofrecerle a la sociedad. Repetir consignas y hablar de “la doctrina” no solo tiene gusto a poco, sino a rancio. El marco teórico creado a mediados del siglo XX durante la segunda posguerra es realmente anacrónico para abordar las transformaciones estructurales del capitalismo tecnológico y globalizado de la tercera década del siglo XXI. El mundo del trabajo y de la producción son, literalmente, otro planeta. Lo mismo sucede con los actores sociales. Hay quienes todavía creen en la existencia diferenciada de un “capital nacional”, al que se lo presupone más “bueno y pequeño”, o que la CGT es la representación misma de los trabajadores y no una superestructura burocratizada dedicada al manejo de la riqueza hereditaria de sus aparatos. Acusar de “neodesarrollista” (sí, el desarrollo como acusación) a cualquiera que plantee una actualización refleja el deterioro intelectual del clima de época.

Por ello la palabra que mejor define a la actual oposición es “impotencia”. Como se volvió de la mano del fracaso de Macri, se cree que en el presente solo resta esperar el fracaso de Milei, a quien de paso le toca hacer el “trabajo sucio” de ordenar la macroeconomía, tarea que en su afán de dar solamente buenas noticias los gobiernos nacional populares evitaron. La norma parecería ser “más espera propia, más trabajo sucio del adversario”. Salvo CFK, compelida a reaparecer por la persecución judicial y para evitar que los restos de su liderazgo se le escurran entre las manos, el grueso de la dirigencia se volcó al bajo perfil o, mejor dicho, al perfil expectante. Y ello sin caer en la analogía evidente entre el actual limado camporista a Axel Kicillof y el ejercido contra Alberto Fernández, salvando las distancias.

El problema de fondo de estos diagnósticos de espera es que el modelo podría perfectamente no estallar. Hoy comienzan a suceder muchas de las previsiones que se hacían en 2022 y 2023 cuando se pensaba el futuro de la economía. Perdidas las elecciones de 2021 comenzó a señalarse la necesidad de un plan de estabilización, es decir de un ajuste de la macroeconomía. Para quienes creen que gobernar es sólo dar buenas noticias y que las leyes económicas dependen exclusivamente de la voluntad política, “ajuste” era la peor palabra. Y si además se afirmaba que, luego de una etapa inicial, el ajuste era “reactivante”, directamente se fulminaba el anatema de atentar contra la redistribución del ingreso. 

Lo que hoy se observa es que la economía, luego de un ajuste impiadoso realizado exclusivamente por el lado del gasto, comienza a dar señales de estabilización. Que, como se preveía en años anteriores, se sienten los efectos del cambio de signo de la balanza energética. A ello se suma el invalorable aporte de “la confianza de los mercados”, es decir la confianza del capital. El blanqueo trajo una lluvia de decenas de miles de millones de dólares que disipó los nubarrones de las reservas internacionales netas negativas y no solo eso, permitió una sostenida revaluación del tipo de cambio. El Estado puede estar falto de dólares, pero al sector privado le sobran. Sí, Argentina año verde, los precios se frenaron y el dólar bajó. Y si tal cosa sucede inevitablemente comienzan a recuperarse los salarios y la actividad.

Se puede decir que el shock inicial fue muy doloroso y recayó en los más débiles, que aumentó la pobreza, que la recuperación es heterogénea, que todavía no se sabe de dónde vendrán los dólares que el Estado necesita para afrontar futuros vencimientos de deuda e, incluso, es posible dudar sobre cómo se seguirá financiando la sobrevaluación cambiaria. La incertidumbre existe, pero también la posibilidad de un circulo virtuoso: que las exportaciones locales sigan aumentando y se consiga financiamiento externo, que el riesgo país baje lo suficiente como para renovar vencimientos y que el RIGI comience a dar sus frutos. El círculo permitiría avanzar a un escenario de lento crecimiento e igualmente lenta mejora de los indicadores sociales en el marco de una reconfiguración social y de la estructura productiva, pero que en el corto y el mediano plazo sería suficiente para que el oficialismo gane elecciones y siga construyendo poder. Visto desde el campo nacional y popular puede ser triste decirlo, pero la economía local solo necesitaba un poco de orden para arrancar, el detestado “ajuste reactivante”.

No se está avanzando hacia el mejor de los mundos. Aunque no existen dos experiencias históricas iguales, los años ’90 son un buen ejemplo de lo que en términos sociales y productivos puede provocar la suma de estabilidad macroeconómica y sobrevaluación cambiaria. Pero lo que no debería esperarse, y menos la esperas como forma de acción política, es un estallido social a la vuelta de la esquina. Esta vez la forma de “volver” no será siquiera parecida a la de 2019. Será necesaria una revisión teórica que explique y asuma la insustentabilidad del modelo económico precedente a partir de 2011, que reconozca las razones por las que se perdieron las elecciones de 2015 y 2023, que deje surgir y ayude a construir nuevos liderazgos y que supere la histórica balcanización interna de ese colectivo amplio y diverso que todavía continúa llamándose peronismo.