Para una parte muy importante de la sociedad, tan grande como la que fue expresada en todo el país por las multitudes que conmemoraron el último 24 de marzo, Milei era lo indecible, un fenómeno tan horrible que resultaba preferible no mirarlo a los ojos, provocaba escozor. Hoy, lo indecible es una realidad y llegó para quedarse. Son las reglas del juego, “el presidente Javier Milei”, así de feo, fue elegido por cuatro años, para empezar. Y contra la opinión dominante en militancias diversas su continuidad no está supeditada a su éxito económico, que parece esquivo. Su fortaleza no responde solo a la suma del apoyo de una amplia franja de los sectores populares y de la casi totalidad de los poderes económicos, locales y globales, que lo observan embelesados. Su fortaleza reside en que combate contra todo lo que sus votantes de la segunda vuelta, y quizá un poco más, todavía consideran la causa de más de una década de frustraciones: la “casta” política y su refugio, el Estado.
No importa el contenido de verdad de qué o quiénes fueron los verdaderos culpables de Milei presidente, importa que la economía se mantiene estancada desde 2012 y que los sucesivos gobiernos 2015-23, aunque muy distintos, no fueron capaces de revertirlo. Tampoco importa que el macrismo haya votado a LLA en segunda vuelta, no es parte de su triunfo, aunque haya aportado algunos cuadros. La sociedad le dijo no al macrismo-radicalismo y no al peronismo-kirchnerismo. Le dijo que no a las fuerzas políticas que gobernaron en las últimas décadas. Y para que no queden dudas, le dijo sí al que solo propuso romper todo y con video de explosiones de fondo, por si faltara ser más gráficos.
En consecuencia, hoy la sociedad asiste, y una parte lo hace gozosa, a la destrucción prometida. Cualquiera que conozca un poco el Estado sabe que lo que se rompe fácil, cerrando, despidiendo y desarmando, es muy difícil de reconstruir. Por el camino no solo se pierde patrimonio público, sino el mucho más intangible know how, los cuadros capaces de llevar adelante las políticas y la producción real. La historia lo demuestra, los cambios en la economía inducidos por las tres experiencias neoliberales previas, la dictadura, el menemismo y el macrismo, fueron irreversibles. En el tránsito, la ideología fue sumando capas sedimentarias de convicción. Hoy las mayorías sociales vuelven a estar seguras de que los problemas se solucionan destruyendo al Estado. En la misma línea, la oposición apenas se atreve a balbucear: “quizá algo había que hacer con el Estado”. Más gusto a poco no se consigue.
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Mientras tanto, las disputas internas, que estuvieron en la raíz del fracaso del último gobierno, pretenden vestirse de disputas ideológicas. No lo fueron, solo hubo luchas de poder terrenales. Cuando hay ausencia de nuevos liderazgos conviene discutir políticas y no personas, pero el riesgo de no poner nombres es dejar pasar relatos equivocados que luego resulta muy difícil superar. Y lo que sucedió en el gobierno de Alberto Fernández fue que la parte del Frente de Todos conducida por CFK siempre consideró que el gobierno le pertenecía porque “los votos son de Cristina”. El resultado fue que no se conformaron con ocupar buena parte de los cargos del aparato de Estado, sino que, como lo graficó el ex ministro Matías Kulfas esta misma semana, se dedicaron al sistemático bloqueo interno. La vicepresidente “no era escuchada”, pero se cansó de cambiar ministros. El ex ministro de Defensa, Agustín Rossi, debió irse cuando quiso enfrentar en las PASO a la candidata de Cristina en Santa Fe. Juan Manzur llegó a la jefatura de Gabinete a propuesta de CFK. Kulfas fue objeto de la crítica desde antes de asumir. Fue la primera opción de Alberto Fernández para Economía, pero recibió el veto kirchnerista y terminó en Desarrollo Productivo. El gobierno fue parcelado de la peor manera, horizontalmente. Luego, a Kulfas se lo acusaba de ser el responsable de la falta de combate contra la inflación, como si las subas de precios fuesen el producto de la gestión de la secretaría de Comercio bajo su órbita. Finalmente, el cristinismo también ubicó en Comercio a uno de sus cuadros, Roberto Feletti, con previsible nulo efecto sobre la inflación, que es un problema macroeconómico que se resuelve en otro lado. Pero el combate kirchnerista al ministro de Desarrollo productivo nunca se detuvo, como lo reconoció abiertamente, también esta misma semana, Juan Grabois, que jugó la interna con Sergio Massa, autorizado por CFK.
El problema con el parcelamiento horizontal fue que no sólo había vigilancia, sino bloqueo de políticas. Al ministro Martín Guzmán no lo dejaron ni reemplazar al más gris de los subsecretarios que impedía activa y abiertamente el reordenamiento de las tarifas. Hoy se reconoce que hubiese sido bueno, en un contexto de restricción externa, cuidar un poco más el déficit interno, pero se luchó a capa y espada para defender los subsidios energéticos a las clases medias y altas, subsidios que se habían convertido en una fracción creciente, es decir no constante, del Presupuesto. Guzmán atravesó un largo vaciamiento de poder que se inició con acusaciones de retacear el gasto y siguió con cuestionamientos a las renegociaciones de la deuda con privados y con el FMI. Después de perdidas las elecciones de 2021, cuando comenzó a vislumbrarse el principio del fin, apareció el nuevo “relato” del cristinismo que enarbolaba una suerte de resistencia heroica al acuerdo con el Fondo, el que incluyó la renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del bloque a comienzos de 2022 y culminó en que buena parte del bloque oficialista votara en contra del acuerdo que había conseguido su propio gobierno. A Guzmán se lo acusó hasta de haber engañado al presidente y su vice sobre la renegociación de la deuda, acusación que incluyó el giro semántico y absurdo de decir que había prometido una “reestructuración” y procedió con una “refinanciación”. Vale recordar que durante toda la renegociación el ex ministro mantenía reuniones periódicas con el presidente y la vice para informarlos sobre los avances y dejaba todo el detalle en carpetitas celestes. Finalmente a Guzmán también lo acusaron internamente de ser “empleado del FMI”. Sin embargo, hoy se dice sin ruborizarse que las internas no tuvieron nada que ver con una administración trabada. La culpa fue toda de los otros. Seguramente, en una nueva aplicación del antídoto negador de los hechos, recordar lo sucedido con algunos ministros será interpretado como una defensa de los ex funcionarios, lo que no sea el punto.
En un reportaje concedido esta semana, Máximo Kirchner reafirmó la línea de la resistencia heroica. Sostuvo que la presidencia de Milei es la consecuencia “del rechazo de la sociedad a que las fuerzas mayoritarias hayan aprobado el acuerdo con el FMI”. Sus declaraciones coinciden con nuevos trascendidos de los funcionarios del propio Fondo que “corren por izquierda” al gobierno de LLA. El FMI está preocupado de que Milei se pase de rosca con el ajuste y después le echen la culpa. Incluso es el mismo Fondo el que funciona de ancla para evitar las medidas más dañinas prometidas por el mileísmo, como la dolarización. Si esto hubiese sido escrito como sátira hace pocos meses resultaría increíble.
Pero volvamos a la resistencia heroica. Si Milei es producto del rechazo social al acuerdo con el Fondo, haber rechazado el acuerdo es estar en el máximo de la sintonía popular. Y de paso permite desmarcarse del fracaso del gobierno al que se llenó de funcionarios y se le cambiaron los ministros. Según Máximo Kirchner, otro habría sido el cantar si el presidente Fernández, en vez de decirle a la sociedad que el acuerdo era bueno, le hubiese explicado que era muy malo.
El detalle es que la historia fue bien distinta. El pacto tácito cuando en 2019 se conformó el Frente de Todos era que las condiciones en que se asumiría el gobierno implicaban que el principal desafío sería la renegociación del inmenso endeudamiento heredado. Renegociación, no ruptura. El macrismo había tomado 100 mil millones de deuda nueva en sus primeros dos años de gobierno y había traído de vuelta al FMI en el tercero. Encima el Fondo le sumó un gigantesco crédito de otros 57 mil millones de dólares, de los que se entregaron alrededor de 45 mil, dinero que, dadas las condiciones macroeconómicas, prácticamente no tocó la Argentina, pasó de largo. Cuando en mayo de 2018 Macri anunció el regreso al organismo, el público iniciado supo inmediatamente que el FMI volvería a ser el centro del debate económico por muchísimos años. Y en 2019 el Frente de Todos sabía que su principal desafío sería la renegociación de pasivos, algo que Guzmán logró incluso obteniendo plazos de gracia en los pagos, con privados y con el Fondo.
Las principales críticas del cristinismo a Guzmán fueron dos, que no logró plazos de repago más largos, de 20 años o más, y que tampoco logró que se quiten los sobrecargos en las tasas de interés. Se destaca que cambiar los plazos máximos que establece el Fondo para el repago de sus créditos no es algo que decidan los negociadores, sino los países miembros. Luego, vale recordar que hace sólo un año, cuando Alberto Fernández se reunió con Joe Biden, el por entonces ministro Sergio Massa, cerradamente apoyado por el cristinismo, decidió que no se le discutirían al FMI las sobretasas. Dejamos provisoriamente un manto de silencio sobre lo ocurrido en materia de ajuste del Gasto, pero el relato heroico choca solo.