Hay cosas que los actores económicos conocen por su práctica cotidiana y no por ninguna explicación teórica. La devaluación del dólar informal impacta en los precios. No quiere decir que si el “blue” o el “bolsa” aumentan un 50 por ciento, como de hecho sucedió en las últimas semanas, los precios en pesos de todas las cosas aumentarán en la misma proporción, lo que sí ocurre es que aumentan fuerte las expectativas de devaluación y, con ellas, las perspectivas sobre el aumento del valor de reposición de los stocks. El resultado final de este proceso es más inflación. Ello es así porque el capital comercial no establece precios de venta en función de los costos de adquisición de las mercancías que vende, sino evaluando los costos de reposición de sus stocks.
Lo que pasó en los días posteriores al cambio de ministro de Economía fue que no había precios porque no había valor para el dólar. Y no se hace referencia aquí a la cotización del oficial, sino de los paralelos. Los precios recién aparecieron cuando comenzaron a estabilizarse las cotizaciones paralelas, un proceso que todavía no parece haberse completado. Lo que ya hubo en las últimas semanas, como fue inmediatamente detectado por todos quienes siguen sistemáticamente los precios, fue un rápido proceso de remarcaciones.
El dato de la aceleración inflacionaria tiene el poder de neutralizar todos los buenos datos de la economía. Desde que comenzó a superarse la pandemia sucedieron dos cosas. El PIB no dejó de crecer y el desempleo no dejó de caer. Lo que se esperaría en un contexto semejante es que mejoren los ingresos de la población, pero lo que se produjo en cambio fue lo contrario, una caída de ingresos debida, precisamente, a la alta inflación.
Si bien el grueso de las transacciones cambiarias se produce en el mercado oficial y sólo alrededor de una de cada diez operaciones ocurren en los mercados paralelos, también es cierto que en el mercado oficial se necesitan establecer cada vez más restricciones. Algo hace ruido allí. Un economista del sector financiero lo expresó a El Destape de manera gráfica: “Para qué meterse a operar sobre una botonera de quince mil botones cuando se podría resolver con un sólo botón”. Los quince mil botones son las restricciones comerciales y cambiarias crecientes y el botón individual es la devaluación. Una respuesta posible es que apretar ese único botón podría perder rápidamente su eficacia, lo que conduce a la necesidad de elaborar un plan de estabilización integral.
La buena teoría económica enseña que la inflación no es producto del déficit fiscal. Sin embargo, bajo un régimen de alta inflación como el actual, el déficit la retroalimenta. En un contexto en el que la moneda local no funciona como reserva de valor, la monetización del déficit presiona sobre el tipo de cambio, lo que significa que el déficit fiscal “sí es” inflacionario. La razón de que esto funcione así es la escasez de reservas.
En el presente está sucediendo lo que se predecía cuando estalló la guerra en Ucrania. Los aumentos en los precios de la energía dispararon las importaciones y neutralizaron el superávit comercial. Con bajas reservas y sin superávit externo sostener el nivel del tipo de cambio se vuelve una tarea ímproba. Es verdad que el problema parece estructuralmente transitorio, pero es también un hecho del presente. Las perspectivas de mediano plazo son que la economía generará los dólares suficientes. Primero porque la demanda de importaciones de energía es estacional y segundo porque existe la posibilidad cierta de transformarse, gasoductos mediante, en exportadores netos. Pero en el corto plazo el superávit futuro es sólo una promesa. En el presente los dólares excedentes para la estabilización cambiaria no están, panorama al que se suman los problemas políticos y financieros.
A este panorama se refería seguramente la directora gerente del FMI cuando habló de soluciones “dolorosas” para la situación argentina. La economía local necesita salir del régimen de alta inflación en el que ingresó, lo que demandará el diseño de un plan de estabilización. La estabilización se encuentra inevitablemente asociada a un freno de la actividad para reestablecer un sendero de acumulación de reservas. No hay atajos. La alternativa es que la estabilización se produzca de manera “automática” por la vía de una devaluación desordenada.
Es necesario recapitular y asumir la materialidad de los problemas. Si hay un momento para cada cosa, el del presente no es ni el de la redistribución ni el de mayores déficits. La prioridad es salir de la alta inflación y estabilizar. El ciclo de los primeros 12 años kirchneristas se agotó porque la economía se quedó sin stocks, sin reservas internacionales. Luego el macrismo no sólo no resolvió el problema, sino que lo agravó tremendamente por la vía del endeudamiento. La actual administración consiguió el “élan vital” para seguir adelante, renegoció la inmensa deuda heredada y sumó períodos de gracia en los pagos. Se supone que el actual período de gracia debía servir para ordenarse macroeconómicamente y ponerse en marcha. Es un hecho que padecer una pandemia y un mundo en guerra fue haber tenido mala suerte, pero el actual cambio en las condiciones globales, con un planeta ahora demandante de alimentos y energía, es también una gran oportunidad. Sin embargo, la oportunidad podría ser una nueva frustración si primero no se atraviesa el amplio valle de la estabilización. No se trata sólo del actual gobierno, sino del futuro de la economía.