Ya antes del triunfo de Javier Milei, Axel Kicillof enfureció al camporismo, o mejor dicho a Máximo Kirchner y a su mamá, cuando señaló, muy tibiamente, que quizá no había que seguir tocando la misma canción, esa que sabemos todos, sino componer una nueva. Fue un llamado bastante tranquilo a la necesidad de una revisión ideológica que, en el camino, puso en primer plano algo no inmediatamente evidente, que la renovación ideológica supone también una renovación política.
Las razones para ambas renovaciones no devienen del “ansia de novedades”, sino de las sucesivas derrotas del peronismo, situación que se exacerbó frente a la peor de todas: gobierna Milei. Las recientes exageraciones bíblicas de CFK en referencia al gobernador de la provincia de Buenos Aires blanquearon que el terremoto de la renovación está en marcha y que, ante tantas decepciones mutuas, queda poco espacio para deponer las armas. Hay liderazgos emergentes y liderazgos declinantes, lo que es un hecho con prescindencia de la nueva titularidad de la cáscara vacía del PJ. Y especialmente, hay una forma de construcción política, la de la subordinación y el látigo, la del monopolio de la lapicera, que no va más.
Resulta notable que una fuerza como el kirchnerismo más cristinista, que no se caracterizó precisamente por ser leal con sus leales, insista en la palabra “lealtad”. Quien mejor graficó la paradoja fue, tiempo atrás, uno de los conductores históricos de los bloques de senadores kirchneristas durante “la era dorada”, Miguel Ángel Pichetto. “La lealtad –dijo– es un camino de doble vía”, una frase para recordar. Kicillof señaló lo mismo cuando habló de que la lógica política “del sometimiento o la traición” condujo a malos resultados. Hoy padece las reacciones por haberse plantado, pero en la práctica ya inició el camino de cortar el hilito umbilical que todavía lo vinculaba a su madre política. El poder de la conducción, como termina de demostrarlo la experiencia del Frente de Todos, no puede ser bicéfalo.
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Si el cristinismo cree que puede repetir el fallido de poner gerentes en los poderes ejecutivos, con Axel no será posible. La historia existe, efectivamente el gobernador fue en su momento bendecido por la ex presidenta para avanzar en su carrera política. Aunque estuvo a la altura de las circunstancias, claramente los cargos técnicos y legislativos que ocupó respondieron al “dedo de Cristina”. Sin embargo, sus dos triunfos en las elecciones en la PBA fueron todos suyos. Su perfil no es, ni será en adelante, el de un simple gerente. Finalmente, para ser percibido como presidenciable, la sociedad no debe verlo como “el pollo de Cristina”, y mucho más tras la experiencia de Alberto Fernández. No se trata de lealtades o deslealtades, lo que está en juego es una simple construcción de poder.
El balance preliminar es que hay pocas dudas sobre la necesidad de la renovación política, lo que todavía no aparece con alguna claridad es la nueva canción, la nueva melodía ideológica. Pueden encontrarse algunas notas sueltas, pero todavía están lejos de constituir un todo armónico. Estas notas son las que dicen, por ejemplo, que en una economía sin moneda el déficit fiscal importa. No se trata de neofiscalismo, sino de comprender que no se puede separar eternamente el déficit presupuestario de su financiamiento en el largo plazo.
Una segunda nota es que las restricciones cambiarias como instrumento para evitar devaluaciones, el llamado cepo, tienen un costo altísimo en materia de pérdida de inversiones, lo que se traduce en estancamiento del crecimiento.
Al cristinismo le encanta recordar los indicadores máximos alcanzados en materia de distribución del ingreso, pero detesta que se le recuerde la insustentabilidad de su modelo, lo que se volvió especialmente evidente en el período 2011-15. Ya en 2011 los indicadores habían comenzado a dar la vuelta. Concretamente, el PIB per cápita se encuentra en retroceso desde entonces, hace ya más de una década. Es este estancamiento el que tornó inviable la mejora en la distribución. Al respecto existe la evidencia histórica. Los países que mejoran los ingresos de la población son los que aumentan su producto. En las cuentas nacionales el ingreso es la contracara contable del producto. Y esto ocurre incluso con prescindencia de la distribución. Quizá el ejemplo más notable sea China, que sacó a cientos de millones de personas de la pobreza, es una máquina de crear nuevas clases medias, pero su distribución del ingreso se concentra y empeora.
Una tercera nota es que la inflación importa y no está separada del resultado fiscal, aunque el mecanismo de transmisión sea el cambiario, en tanto el déficit se dolariza. Si ello se combina con una economía estancada con insuficiencia de divisas porque exporta poco, el resultado es el registrado: aparición de la restricción externa, dolarización del déficit, aumento del tipo de cambio, inflación y estancamiento económico. La profundización de estos procesos desde al menos 2011 no fue solamente culpa del “neoliberalismo”.
No se trata aquí de repetir tópicos ya transitados, sino de abandonar, como primer paso para componer las nuevas canciones, la idealización de la melodía disonante. Lo que falló durante los últimos gobiernos peronistas fue el modelo de desarrollo. Y las respuestas políticas a estas fallas fueron especialmente pobres, desde las excusas pseudo ambientales contra el crecimiento de sectores específicos, por ejemplo los discursos contra la minería, contra la producción de carne porcina para la exportación o contra la salmonicultura en Tierra del Fuego, hasta la atribución de las tensiones inflacionarias a la existencia de empresarios avariciosos, con características distintas a los del resto del mundo, que además eran oligopólicos y causantes de la inflación.
En el camino se dejaron de lado máximas tan elementales del movimiento peronista como que “gobernar es crear trabajo”. Se exacerbó el discurso antiempresa como otra excusa para no ocuparse de la macroeconomía del desarrollo. Se desdeñó la explotación de los recursos naturales en base a una supuesta elección por la industria, cuando en el presente todas las actividades, incluso las mal llamadas “extractivas” o “reprimarizantes”, son en realidad actividades que funcionan en la vanguardia tecnológica, que tienen por detrás a la alta industria y a la economía del conocimiento. Así sucede tanto con la biotecnología, la maquinaria y la informática aplicadas al agro, o con la robotización de la mal llamada “megaminería”. Dicho sea de paso, también se puso en cuestión otro componente esencial del desarrollo capitalista como las economías de escala, con la consecuente idealización de las pequeñas escalas con mano de obra intensiva. La caricatura, y solo la caricatura, fue la gente del movimiento de Juan Grabois intentando la horticultura manual en un campo “recuperado” en tiempos de agricultura de precisión. No se trata de desmerecer la tarea de los movimientos sociales, sino de comprender que no representan un modelo de producción, sino el emergente de que el modelo productivo no funciona.
Los nuevos compositores deben entonces tomar nota, comprender los cambios en el funcionamiento del capitalismo global y brindar una respuesta sobre cuál es la mejor forma de acoplamiento local a una economía mundial dominada por la libre movilidad de capitales y la hegemonía de la producción industrial asiática. Esto significa, por ejemplo, que hay sectores como la electrónica de consumo o la producción de baterías, en los que al país le resultará prácticamente imposible competir, tanto por escala como por retraso relativo. Dicho de otra manera, las políticas productivas no pueden pensarse en el vacío, sino sobre las capacidades de producción reales, sobre lo que el país efectivamente puede ofrecerle competitivamente al resto del mundo. Los sectores con potencialidad son abundantes: la biotecnología, las áreas nuclear y satelital, la economía del conocimiento, las producciones agrarias y agroindustriales regionales, la minería y los hidrocarburos, solo para empezar. Luego, el PIB y su crecimiento importan, las escalas no son malas. Exportar es bueno y la sustitución de importaciones al estilo mediados del siglo XX, es decir centrada en el mercado interno, ya no es viable. Finalmente, la macroeconomía ordenada y un brazo ejecutor estatal eficiente y con capacidad para desarrollar la infraestructura también son condiciones necesarias indispensables.
Es esperable que los encargados de componer las nuevas melodías estén trabajando sobre estos acordes comunes, acordes que para sonar bien necesitarán de alianzas políticas mucho más amplias que las que hoy puede ofrecer el sectarismo camporista. La sociedad debe percibir que el peronismo representa una alternativa real y superadora de las supercherías libertarias, ya próximas a mostrar su agotamiento.