Al "Donde hay una necesidad, hay un derecho" de la kween Cristina, ayer Adorno opuso el evangelio del presidente Niley: "No hay necesidad de un derecho" en ningún contexto y por eso, con coherencia y claridad, fue y prohibió el uso del lenguaje inclusivo y del femenino innecesario en toda comunicación del Estado nacional. Asistimos al retorno del Medioevo en tónica de farsa, según indicara otro pensador alemán en su libelo 18 Brumario.
En el discurso inaugural de su presidencia, Niley anunció que gobernaría para los “argentinos de bien”: mujeres tomadas por una especie de hybris de defensa de los derechos del varón o con aspiracional mantenida; hombres deseosos de retornar al hogar y encontrar égloga de limpieza total y orden, niñes dormides y una esposa hot y monógama, que tenga ojos solo para él y ganas de cojer tras 16 horas de actividad non stop. Pero sobre todo: que lo reconozca amo y señor, en todo mejor. En lo posible: tetona. Y, siempre -por favor- a favor de la muerte materna por aborto ilegal.
No es novedosa esta “libertad” que se sostiene prohibiendo cosas. Pero sí conlleva un cambio de intensidad: ya Rodríguez Larreta y su ministra de Educación, Soledad Acuña, habían dictado la prohibición del inclusivo en CABA en junio de 2022. En la concepción de poder que maneja el Gobierno -similar a la teoría del derrame: de arriba hacia abajo-, la única libertad digerible es la libertad del poder, de les poderoses: la del presidente trolleando gobernadores por la red social del que sueña su amigui, la del gobernador de Jujuy encarcelando ciudadanos por… hacer lo mismo -aunque con más ironía y elegancia- que el primer mandatario.
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Quien tenga poder hoy está en un paraje selectísimo en el que no debe rendir cuentas a nadie: ni a la sociedad, ni al quedirán, ni a quienes les votaron. Son libres… mientras se mantengan dentro de la estructura jerárquica piramidal de explotación orientada por el capital. En la lógica banalizada con que interpretan la realidad, la única opción posible es o ames o esclaves. En ese sentido, tributan una lógica mafiosa en la que a medida que se sube en la cadena alimentaria se gana la libertad de ejercer violencia sobre quienes no tienen cómo defenderse: i molluschi.
Este punto de vista rabiosamente cenital en la política local actual está conducido por un conjunto de gente que aborrece la horizontalidad, el diálogo (o discusión) y el consenso tal como lo dejó claro el bululú de la ministra de Seguridad en la pantalla de LN+. Puesta a explicar qué es el consenso, terminó preguntando(se) en loop desorientado: "¿Qué es el consenso? ¿Qué es el consenso?", en una especie de duda filosófica existencial sin respuesta.
Todo intercambio debe ser mediado por el capital en este neoliberalismo espectacular y psicotizante de tradición fascista (Rocco Carbone expone algunas de sus características aquí), incluso el que media entre nosotres y nuestros cuerpos, identidades, etc. Todo debe ser capitalizable, explotado. Nada debe quedar al margen de este mercado absoluto y total. Ni siquiera la estatalidad. Es la vuelta de una fe religiosa en el progreso tecnológico, un espasmo orgásmico de la matriz de pensamiento del hombre-cazador: no reproducir la vida, no cuidarla, solo tomarla allí donde esté, donde otres hayan logrado hacerla crecer. Una matriz de pensamiento, y de vida, parasitaria.