¿Alguien dijo pelea de chicas?

04 de julio, 2020 | 19.00

Los contenidos de ficción televisivos y las producciones culturales sirven como catalizadoras de cuestiones sociales que los sujetos llevamos tan naturalizadas como invisibles. Y en ese sentido los espacios de humor tienen un mayor margen para trasladar elementos de la vida cotidiana a un plano más social o político, y problematizarlos. En un famoso capítulo de la icónica sitcom Seinfeld, el personaje de Elaine, interpretado por Julia Louis-Dreyfus, tiene un entredicho con una compañera de trabajo y esa situacuón parece entusiasmar a los hombres.  “Qué es tan atractivo para los hombres de una ‘catfight’?”, le consulta a Jerry con cierto hartazgo. Kramer, que en la escena estaba dejando la habítación, reacciona al escuchar la palabra, se da vuelta y se incorpora a la conversación como interesado: “Catfight”?, dice. Jerry, con mucha honestidad y un dejo de excitación contesta: " Los hombres piensan que si las mujeres se están agarrando y arañándose unas a otras, existe una chance de que puedan besarse”.

La traducción literal al español de "Catfight" es pelea de gatos. Sin embargo el término es utilizado por los norteamericanos para definir las peleas entre mujeres. Lo más grave es que no se trata solamente de una expresión coloquial o parte de una jerga, sino que es un término institucionalizado e incorporado, por ejemplo, al propio diccionario de Oxford, una de las universidades más importantes del mundo.  La lógica de imposición en el sentido común de la vieja idea de rivalidad entre mujeres, como parte del imaginario popular masculino, se sistematiza en los mecanismos de realización simbólica desplegados por las propias instituciones educativa. Pierre Bourdieu sostiene que “lo que hace el poder de las palabras y de las palabras de orden, poder de mantener el orden o de subvertirlo, es la creencia en la legitimidad de las palabras y de quien las pronuncia, creencia cuya producción no es competencia de las palabras” . 

A partir de los procesos de socialización, en los que aprehendemos   cómo nos relacionamos con otras personas hemos internalizado, junto con el lenguaje, los mandatos de la cultura sobre lo femenino y lo masculino. Esa trama cultural ha producido ciertas conductas que hoy estan en revisión gracias a los feminismos que se proponen transformarlas en comportamientos más coscientes y menos dañinos. Marta Lamas, en su texto “Mujeres juntas…?” explica que “la lógica cultural de la feminidad impulsa una dinámica de rivalidad destructiva entre mujeres, muy distinta a la competencia abierta que promueve la socialización masculina”. Durante la infancia los hombres, a diferencia de las mujeres y otras identidades, suelen ser educados e impulsados a participar de actividades colectivas, equipos deportivos, bandas de música. Estas posiciones les permiten incorporar la confrontación abierta. Pero en el caso de las mujeres el enojo, el desacuerdo, el pensamiento crítico se proyectan como eventos destructivos de la armoniosa figura conciliadora femenina y familiera que se nos ha adjudicado.

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Esta semana la periodista y directora de Futurock Julia Mengolini se cruzó con la panelista Yanina Latorre al aire en el programa Los ángeles de la mañana, conducido por Ángel de Brito. Mengolini había sido invitada a participar en un movil para analizar la decisión oficial de extender y profundizar las medidas de aislamiento hasta el 17 de julio. Sin embargo en ese contexto hizo una mención sobre Yanina Latorre, en forma de chicana, a un evento previo que había involucrado a Lola Latorre, la hija de Yanina, y a Señorita Bimbo, comunicadora del medio que dirige, quien la había insultado al aire. La esposa del ex Boca, que hasta ese momento no había intervenido, reaccionó e increpó a Mengolini y la discusión fue ascenciendo a otros temas como feminismo, política, humor y discriminación . El contenido fue opacado por comentarios personales, con cierto grado de violencia y señalamientos imprudentes hacia las formas de trabajar de la otra. Cuando la situación se hizo insostenible  Mengolini dejó el movil.

Puestas en escena como esta son moneda corriente en los programa de panelistas y generalmente son protagonizadas por mujeres. Raramente analizan comportaminetos sociales más allá de lo anecdótico y fácil de encasillar. La performance ordinaria de estos espacios explota dos esteroripos femeninos muy marcados: el de la madre santa que se guarda todo y asume su dolor como propio ante los demás, se victimiza y llora al aire; y el de la mujer que no controla el enojo y la rabia, la tan estigmatizada “insatisfecha” y envidiosa, que salta y grita ante la menor provocación externa. Así se instala el discurso de que “las mujeres se destruyen entre ellas” o que “el peor enemigo de una mujer es otra mujer”, cuando existen evidencias que muestran que la violencia entre hombres es sumamente superior. Pareciera que las mujeres e identidades feminizadas no tuvieramos otros canales aceptables y legítimos, por fuera de este modelo excluyente, para expresarnos y decirnos las cosas.

Poner a las mujeres a discutir entre ellas en estas condiciones es una estrategia fácil y barata para neutralizar el poder de la sororidad . La creación de una idea de rivalidad y la construcción de una imagen publicitaria de las peleas entre mujeres se han usado historicamente en nuestra contra como estrategias patriarcales sutiles, que no vemos. Ninguna mujer o feminista tiene la autoridad suficiente para hablar en nombre de otra con el mismo derecho a  plantear sus ideas, pensamientos o sentimientos. Pero sí debe haber lugar para la duda y el desacuerdo, en el marco del respeto. En una discusión equitativa el desacuerdo se habilita a sí mimso sin necesidad de utilizar recursos de frivolización.  Sin embargo la vorágine mediática y la lógica del señalamiento del otre,  que se ha trasladado de las redes sociales al mundo exterior, nos pone a jugar un juego  de competencia permanente por quién es más que otre (más feminista, más vegane, más inteligente, más progresista, más flaque, más linde) en vez de pensar si estamos siendo cómplices de estas catfight que nos oprimen a todas. Está claro que las reglas del juego no las pusieron mujeres, pero no alcanza solo con entenderlo. Quedarse quieto sabiendo quién gana con todo es una forma de aceptarlas y reproducirlas.



 

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Fabiana Solano

Mi nombre es Fabiana Solano y tengo 34 años. Soy socióloga egresada de la UBA y casi Magister en Comunicación y Cultura (UBA). Digo ‘casi’ porque me falta entregar la bendita/maldita Tesis, situación que trato de estirar con elegancia. Nunca me sentí del todo cómoda con los caminos que me ofrecía el mundo estrictamente académico. Por eso estudié periodismo, y la convergencia de ambas disciplinas me dio algunas herramientas para analizar, transmitir, y explicar la crisis del 2001 en 180 caracteres. Me especializo en culturas y prácticas sociales, desde la perspectiva teórica de los Estudios Culturales. Afortunadamente tengo otras pasiones. Me considero una melómana millennial que aprovecha los beneficios de las múltiples plataformas de streaming pero si tiene que elegir prefiere el ritual del vinilo. Tengo un especial vínculo con el rock británico (siempre Team Beatles, antes de que me pregunten), que se remonta a mis primeros recuerdos sonoros, cuando en mi casa los domingos se escuchaba “Magical Mistery Tour” o “Let It Be”. Además soy arquera del equipo de Futsal Femenino de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), rol que me define mejor y más genuinamente que todo lo que desarrollé hasta acá. Por supuesto que la política ocupa gran parte de mi vida y mis pensamientos. Por eso para mi info de WhatsApp elegí una frase que pedí prestada al gran pensador contemporáneo Álvaro García Linera: “Luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse. Hasta que se acabe la vida, ese es nuestro destino”.