Quizá para contextualizar lo que a continuación viene, se me hace útil citar a Borges: “nuestros pueblos son todos iguales. Incluso en eso de creerse distintos”.
Hace tres años escribí en Bolivia que “aquí hay una oposición políticamente inútil, intelectualmente estéril, y humanamente miserable”. Aún creo que es una buena síntesis, incluso saltando el hecho de que hoy son quienes gobiernan mediante un golpe de Estado.
A este asunto concurren muchas cuestiones, montadas algunas de éstas en errores propios: haber tratado bien a una prensa siempre golpista, fue uno de ellos.
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El segundo error fue trabajar mucho y comunicar poco, y muchas veces, mal, so pretexto de que no hacía falta porque la gente entiende. Cuando alguna vez se le propuso a Evo Morales no entregar siete obras por día, sino tres y ocuparse de modo más efectivo en comunicar, siempre la respuesta fue la misma: ”hay mucho trabajo y hay que cumplir con el pueblo y no quiero hacer ese tipo de política de showcito. Igual la gente sabe. Tu no crees en la gente y ese es tu error” y mezclando en “tu” y el “vos” remató “esta vez vos no sábes de lo que hablas.”
Cuando alguna vez se le preguntó por qué llamaba a los ex presidentes o a los ex cancilleres para informar por donde iba el gobierno, también fue la misma respuesta: “para que sepan y también para que aprendan que se gobierna con todos”.
El 20 de junio del 2012, un viento helado auguraba que todo lo malo podía suceder. Un motín policial en ciernes cobraba volumen. Las mujeres e hijos de los efectivos policiales habían marchado frente al Palacio Quemado reclamando mejoras de salario, que por cierto era bajo. El movimiento duró cuatro días y allí pasó de todo, hasta una marcha de los propios policías, rodeando toda la mañana la plaza Murillo, exhibiendo armas y apuntando hacia la casa de gobierno y pateando las puertas del Congreso.
Cuando la seguridad le dijo a Evo Morales que había que sacarlo hacia la residencia, respondió que no. Que ese era su lugar: “¿Que puede pasar? ¿Que entren y me maten? Veremos…clarito será. Si me matan y el pueblo se subleva…eso quiero ver cómo hacen”.
Casa de gobierno y Congreso reforzaron con personal y armas todos los accesos y estuvieron allí, entre las escaleras y las ventanas, tres días con sus noches, atentos y a punta de café, en un clima de espacio que más parecía tiendas de campaña que las casas de la democracia.
Las miradas decían una sola cosa “ojalá que no, pero si sí, veremos. Clarito será…”.
El olor acre de la pólvora de los estruendos usados durante la protesta, entraba fuerte. Y sí, eran un mal presagio.
Finalmente no fue un golpe, pero instaló el germen de una discordia amarga y subterránea que nunca acabó de sanar y que más bien se reforzó, creando todo tipo de rencores sazonaba con chismes de alcoba que la oposición alimentaba entre risas perversas.
Las mujeres de los policías entraron desde la prensa al debate político. Siempre. Y no por nada fueron una pieza fundamental en el ultimo el golpe de estado.
Desde allí surgió (y no espontáneamente) la idea-slogan de “pueblo opositor”.
La prensa, que siempre denostó a la policía, comenzó a cobijarlos y hasta a reclamar por ellos otra vieja inquina: “a ustedes los arreglan con dos quintos mientras a los militares, que no hacen nada, les dan hasta embajadas”. La gente los pasó de “pacos de mierda” a “hermano verde olivo” sin paso previo.
Desde aquel día, hasta entrado noviembre del año pasado, la frase más escuchada en los pasillos y aun en los salones gubernamentales fue “no hay espacio para un golpe de estado clásico y ni siquiera para uno como el de Dilma. Tenemos dos tercios en ambas cámaras”.
Dicen que quien se acuesta con la soberbia, amanece con la vergüenza.
Los muchos que repetían eso, ignoraban el desgaste permanente que desde la prensa se hizo con la constancia de un zapador de surco en el arado. Todos los días algo. Todos los días, día por día, una instalación de mentira y de ofensa. Todos los días un congreso donde los opositores que casi no tenían representación, armaban un escándalo de mercado, con gritos de feria y carteles que replicados en las pantallas se convertían en el pueblo opositor, muchas veces abonado por gentes del gobierno apareciendo en esas pantallas, casi felices de ir quince minutos sin entender que las siguientes doce horas estaban destinadas a inutilizar con artes de crucigrama, lo dicho por el gobierno.
Siete años son muchos días. Son muchos noticieros, son muchos programas donde cualquiera que quisiera decir algo contra el gobierno, era presentado como experto. Miles de horas de televisión y miles de páginas de diarios, para que cualquiera que tuviera un imaginativo chisme opositor, fuera titulado con la frase “fulano REVELÓ detalles de…”.
Así se construyó el final ya conocido por todos.
Por aquí termino, para que esto no acabe siendo una monserga indigna de tan preciados lectores.
Siempre acabo mis columnas con la frase que las comienzo.
No esta vez.
Ojalá que no.
No quiero.