Mas allá de considerar la importancia que tiene la estructura económica y las relaciones de producción, descritas por Marx, en el desarrollo del capitalismo, algunas ideas, valores y afectos como el odio funcionaron como ideales que ganaron hegemonía cultural y aportaron a la consolidación del sistema capitalista.
Esas ideas, valores y afectos lograron imponerse causando masivas identificaciones, construyendo identidades cerradas, colonizando mentes, cuerpos y sedimentando formas de vida, muchas de ellas siniestras.
En términos de las representaciones y valores tomamos los planteos de Max Weber, sociólogo alemán, que en La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1904) afirmó que fue el movimiento religioso protestante el que fomentó el capitalismo.
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El pensador alemán sostuvo que valores tales como acumulación, ahorro, prosperidad, austeridad, búsqueda de eficiencia y éxito económico sostenidos por la ética protestante calvinista, condicionaron hábitos y conductas sociales, determinando que muchas personas desarrollaran empresas, participaran en el comercio y acumularan riqueza. Weber también atribuyó a la ética protestante un fomento de la producción en masa, ya que al cuestionar los lujos a los que tendía la cúpula eclesiástica, las personas aceptaron los productos uniformes que ofrecía la industrialización.
Las actividades dedicadas a la ganancia económica pasaron a estar dotadas de significado moral y espiritual para esos creyentes. Calvino sostenía la predestinación de las almas como un destino absoluto, en el que Dios escogía algunas personas para la salvación y a otras para la condenación. Dado que la adquisición de dinero era el bien supremo y el éxito económico el signo de la salvación, los protestantes se afanaron en alcanzar la meta económica y el éxito material que les permitía pertenecer al conjunto de los supuestos elegidos para la salvación.
Como mencionamos al comienzo, también algunos afectos tienen la aptitud de incidir en el desarrollo capitalista. Adentrado el siglo XX, el nazismo tuvo la “virtud” de sustituir el antagonismo de la política por la práctica del odio y el prejuicio. El enemigo interno, el judío, transformado por el poder en objeto odiado, fue el depositario de todos los males, funcionando el odio como afecto hostil aglutinador de la masa alemana. El nazismo entre otras cosas, trajo a la civilización la barbarie de un odio sin velo, sin límite y dos nuevas formas del mal estudiadas por Hanna Arendt: el mal radical y la banalidad del mal. Tres patologías sociales que aún siguen vigentes en las democracias neoliberales, que permiten plantear una continuidad entre nazismo y neoliberalismo.
El odio es pulsional, requiere de un límite o una sublimación para que la comunidad sea posible, de lo contrario hay terror. A la explotación capitalista se le agregó una compulsión de odio como causa; así se llevó a cabo la producción industrial de cadáveres, los campos de concentración y las vidas desnudas destinadas a la zoé.
El mal radical remite al intento de los regímenes totalitarios de eliminar todo rasgo humano de los individuos, volverlos prescindibles, intercambiables, desechables. La segunda forma, la banalidad del mal, describe cómo un sistema de poder puede naturalizar el exterminio de seres humanos realizado como un procedimiento burocrático, ejecutado por funcionarios incapaces de pensar en las consecuencias éticas y morales de sus actos.
El odio del nazismo sin velo y las dos nuevas formas del mal ganaron la hegemonía cultural, organizaron las formas de vida y persistieron en las democracias neoliberales que administraron el terror. Posibilitaron el Plan Cóndor en la región, el terrorismo de estado y, ya en este siglo, el lawfare y los golpes institucionales sobre los gobiernos populares. Cuando el organizador que divide el campo social consiste en el odio, la moral reemplaza a la política y los lazos sociales se transforman en fascistas, aunque la forma de gobierno sea democrática.
Desde el nazismo hasta la actualidad, el odio sin límite y sin velo fue un afecto aglutinador que triunfó en la cultura. Se naturalizó desde un fuera del sentido que avanza como odio a los judíos, a los comunistas, los peronistas, chavistas, negros, populistas, chorros, kukas, etc. Dado que se trata de una compulsión sádica, la razón, los argumentos y la información resultan infructuosos para darle batalla al odio y al prejuicio.
Se habla en la actualidad de “neoliberalismo neofascista”, se dice que la derecha exhibe su rostro hostil de manera desinhibida. ¿La derecha muestra hoy su cara más cruel o no quisimos ver el odio consistente que dejó el nazismo?
Aventuramos la hipótesis de que el odio es un aglutinador social que funda identidades conformadas por un mismo modo de gozar, administradas por el mercado. Poniendo el acento en ese afecto aglutinador, se puede afirmar que el neoliberalismo es la continuación del nazismo por otros medios.