“Nadie puede ser feliz sin participar en la felicidad pública, nadie puede ser libre sin la experiencia de la libertad pública, y nadie, finalmente, puede ser feliz o libre sin implicarse y formar parte del poder político”
Hannah Arendt
Está finalizando un año que quedará en los anales de la historia humana como un período de gran sufrimiento. La combinación entre neoliberalismo y pandemia atacó sin misericordia, arrasó la “normalidad” planetaria y causó desastres en todos los aspectos de la cultura global.
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La vida social sometida a la prohibición de besos y abrazos debió reconfigurarse a una virtualidad aplanada en la que el zoom y los whatsapps fueron casi la única modalidad de intercambios. Detrás de las pantallas digitales los cuerpos angustiados padecieron en soledad la amenaza de muerte, enfermedad, pérdidas y muchos de ellos pasaron por la tragedia de tener que morir aislados sin lazos amorosos ni despedidas.
A pesar de los pesares frente a la proximidad de las fiestas comienza a circular la consabida frase “Feliz Navidad”, escuchándose por todos los rincones del país.
¿Por qué decimos Feliz Navidad en este abrumador 2020? Probablemente sea por la inercial fuerza de la costumbre. Sin embargo, existe otra posibilidad, propuesta por Freud: la felicidad y su deseo constituyen una estrategia para aliviar el sufrimiento.
Dos acontecimientos recientes constatan la afirmación del psicoanalista. Después de nueve meses de declarado el aislamiento social transformado luego en distanciamiento, se vislumbra una esperanza de vida, una reparación y una felicidad.
El presidente Alberto Fernández anunció, el 10 de diciembre, que el Gobierno nacional firmó el acuerdo con la Federación Rusa para la llegada al país de la vacuna Sputnik V, que posibilitará inmunizar a 10 millones de personas entre fin de año y febrero del 2021. El anuncio significó el comienzo de la campaña de vacunación masiva contra el coronavirus.
El otro motivo de felicidad para la gran mayoría social lo constituye la alta probabilidad de que el año termine con la aprobación de la ley de despenalización del aborto.
Estos dos importantes sucesos causaron intensa felicidad pública funcionando como límites al sufrimiento generalizado. Todo hace pensar que llegó el momento de deconstruir la palabra felicidad, al menos empezar con esa operación que requieren varias de las palabras que usamos y que deciden formas de vida.
El neoliberalismo voraz y apropiador orientado por la lógica del mercado convirtió todo en mercancía. El violento despojo de derechos y la despolitización del mundo asoció la palabra felicidad a consumo, éxito individual sólo para algunos. La instalación global de la naturalizada fórmula “la felicidad de Coca Cola” fue una metáfora de la triunfante compulsión al consumo, que funcionó como un goce masificado y organizó una forma de vida que, en sentido estricto, operó exclusivamente para la felicidad del capitalista.
La felicidad como derecho
La felicidad hace años se planteó como un derecho para todxs y refería al ser más que al “tener”. El neoliberalismo, dispositivo tanático, despojó a la subjetividad global de ese derecho y lo transmutó en autoexplotación consumista, bajo la lógica del consumidor-consumido.
La Constitución de los Estados Unidos (1787) estableció que la felicidad, la vida y la libertad constituían derechos inalienables.
Saint-Just, jacobino amigo de Robespierre durante la época del Terror de la Revolución francesa, afirmó que la felicidad como un factor de la política, era una idea nueva que entraba en juego en Europa.
Así también la concibió Perón en la conferencia de clausura del Primer Congreso Nacional de Filosofía en Mendoza el 9 de abril de 1949, un mes después de la reforma constitucional realizada durante su primera presidencia. En aquella reforma del mes de marzo, Perón incorporó los derechos laborales y sociales, como la igualdad jurídica del hombre y la mujer, los derechos de la niñez y la ancianidad, la autonomía universitaria y la función social de la propiedad.
En el Congreso de Filosofía, el entonces presidente Perón expresó que la felicidad era el objetivo central del gobierno y se manifestó a favor de una democratización de la felicidad, esto es, un derecho no sólo para quienes poseían los medios sino para todxs. Para llevar adelante esa tarea se requería una justa distribución que implicaba combatir el egoísmo y sustituirlo por una generosa visión ética, capaz de abrir la posibilidad del disfrute a mayores sectores de la sociedad. Para que el derecho a la felicidad sea posible es necesario construir una democracia integrada por miembros politizados sensibles, conscientes de lo social, y no por bestias individualistas poco solidarias.
Esta concepción implicaba resignificar la idea de comunidad y la de Estado. Respecto de la primera, proponía una en la que cada uno se realice a sí mismo al tiempo que todos se realizan, tirando por tierra el falso binarismo excluyente individuo-sociedad. El gobierno, afirmaba Perón, debe posibilitar la realización individual en el seno de una comunidad que le permita dicho crecimiento en un tránsito del yo al nosotros. Esto no significa el exterminio de las individualidades sino armonizar los intereses individuales y los colectivos. La comunidad se presenta como aspiración, como meta donde el individuo tenga algo que ofrecer al bien general y no sólo permanezca como una presencia muda y temerosa. Una comunidad viva, presente, indeclinable, que anhele ser más justa, más buena y más feliz como movimiento permanente. El Estado por su parte, tendrá un rol fundamental interviniendo en la búsqueda de felicidad del pueblo y resolviendo las tensiones entre los intereses individuales y colectivos.
En plena batalla cultural, comenzando la etapa de reconstrucción de los estragos producidos por la pandemia, la propuesta de Perón sobre el Estado y la comunidad constituye una brújula en la urgencia de terminar también con el virus neoliberal que ha triunfado y se expresa como una forma de vida fascista.
Entre las tareas que impone esa batalla se presenta la operación de deconstrucción de las palabras que fueron apropiadas por el poder neoliberal. Habrá que definirlas entre todxs y, de este modo, repolitizarlas.
“Feliz Navidad”, además de indicar un sentido religioso cristiano y no de la religión capitalista del consumo, puede implicar también una religiosidad laica causada por un deseo de comunidad.
“Feliz Navidad” puede convertirse en una consigna política, una actividad y una búsqueda colectiva que incluya el amor y la igualdad. Navidad sin presos políticos. Navidad sin personas en situación de calle.
Una felicidad compañera no se “tiene”, sino que acontece.
Nora Merlin
Psicoanalista
Magister en Ciencias Políticas
Autora de La reinvención democrática. Un giro afectivo.