Cristóbal Cellarius fue la primera persona en postular que la Historia se dividía en edades. Eran grandes conjuntos vivenciales que agrupaban experiencias, hegemonías y maneras de pensar el mundo. Dijo entonces que la escritura dio origen a la Edad Antigua; la caída romana, a la Edad Media y algunos debaten si fue Colón o los romanos de Oriente quienes dan paso a la Edad Moderna, sólo para después llegar a los franceses y sus contemporaneidades.
Hobsbawm también habló del “corto siglo XX“ en referencia al nudo de conflictos que definió una era, prescindiendo de elementos más arbitrarios y rudimentarios como son los años, los meses y los días. La historia nacional no es excepción: toda fecha caprichosa llega después, marca de atrás a los hitos y eras que tienen su propio ritmo, as u manera llegan tarde. Por eso un 2001 fue nuestro nuevo milenio, y un día como hoy sentimos un terror indecible que no corresponde a ningún calendario. Es el terror de identificar que entre las muchas emociones hay una certeza: la de saber que la humanidad perdió su última evidencia terrenal de lo insólito, lo imposible, lo mágico. Es el fin de la Edad de los Héroes en nuestra mitología nacional.
La Argentina quizás no haya gozado de los beneficios simbólicos de una monarquía constitucional, no tuvimos el emperador inca que quería Belgrano ni una realeza careta en la cual distraernos; tuvimos algo mucho más poderoso: el último de los inmortales nació en Fiorito y quienes tuvimos el honor de ser sus contemporáneos ahora sentimos una orfandad en el alma, una ausencia, pero atada a una responsabilidad; el deber histórico de haber sido testigos del milagro.
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Hoy somos un vecino de Moisés chusmeando de costado la zarza ardiente en el desierto, somos un amigo de Jesús colado en su casamiento, donde de pedo vemos convertir agua en vino; somos el primo de Hércules, a quien acompañamos mientras estrangulaba al león de Nemea; somos todos y todas testigos de Maradona. En tres generaciones, quizás en cuatro, sus hazañas serán igual de increíbles que las de Aquiles o Ulises, quizás algún día se dude incluso de sui fue real, de si todas esas historias pudieran entrar en un solo cuerpo, historiadores quizás discutan que las fechas no cierran, que es imposible, que sus hazañas no entran en las dimensiones de una vida normal, y tendrán razón.
Se dirá que no fue una persona, que fue un símbolo, con historias atribuidas y sincretismos secretos, que fue una forma de medir un tiempo y un pueblo, y tampoco esto será del todo mentira. Se dirá que nadie puede cargar con tantas cruces ni redimir tantos pecados, ni hacer tantos milagros; que su historia es sencillamente imposible, que es un mito, una leyenda y, nuevamente, tampoco será esto mentira.
Porque si la República Argentina pudiera concretarse en un solo ser humano, con su tragedia y su épica, con lo insólito, lo terrible y lo hermoso, se vería exactamente como el Diego, por eso es el más grande argentino. Porque le convidaron arrepentirse y que no pierda a cambio de un rinconcito en sus altares, y por no aceptar hoy tiene altares en todos los rinconcitos del mundo, por eso se lo ama y odia por igual, por ser el más nuestro de nosotros.
*Este editorial fue sustraído del comienzo de Caricias Significativas. Jueves de 23:00 a 1:00 por El Destape Radio (FM 107.3).*