Se cumple poco más de una semana desde la asunción de la nueva ministra de Economía, Silvina Batakis, quien tomó el cargo luego de la sorpresiva y en cierto sentido intempestiva renuncia de su antecesor, Martín Guzmán. Tardó casi una semana en confirmar a su equipo económico y el lunes pasado brindó su primera conferencia oficial. En esta nota intentaremos dar cuenta del significado de los anuncios realizados, pero sobre todo del mensaje emitido más allá de las medidas concretas.
Si bien en la conferencia hubo anuncios de medidas, como un revalúo inmobiliario, la modificación de un artículo de la Ley de Administración Financiera para revisar las partidas presupuestarias enviadas a los distintos organismos y el compromiso de no ampliar la planta del Estado (tres medidas dirigidas a reducir el déficit fiscal, dos por el lado del gasto y una por el de la recaudación), lo principal no estuvo en ellas –por el momento, relativamente vagas en su implementación, con más contenido simbólico en términos de mostrar la voluntad de un sendero de reducción del déficit fiscal- sino en las continuidades: la ratificación del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional elaborado y suscrito por Guzmán, incluso sin revisión de las distintas metas trimestrales y de la segmentación de tarifas de servicios públicos, también incluida en el acuerdo con el FMI, la cual comenzaría a regir a fines de esta semana.
La primera semana de Batakis al frente de la cartera económica comenzó comenzado con turbulencias: el lunes 4 de julio subió con fuerza el dólar informal, en gran medida por el feriado en Estados Unidos, ante el cual el contado con liquidación, referencia del informal, no estaba operando. Si bien el dólar informal mostró una sobre-reacción que se fue desinflando, el cierre de la semana mostró subas tanto de él como de los dólares financieros (CCL y MEP) y del riesgo país, así como caídas en el valor de las acciones argentinas y bonos soberanos. Esto implicó una suba de la brecha cambiaria que agitó las aguas del mercado financiero y generó incertidumbres en la economía real.
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¿Por qué sucedió esto? Más allá de que habiendo cepo las variables que quedan al margen de él siempre muestran extrema volatilidad –ni hablar del dólar informal, mercado muy pequeño, en un día en el que no opera el CCL- podemos esbozar una hipótesis basada en dos elementos:
1. Independientemente de la salida de Guzmán, durante la última semana de junio se reforzó el cerrojo sobre las importaciones, sobre la base tanto de sospechas y denuncias de sobrefacturación de las mismas como mecanismo de formación de activos externos al valor del dólar oficial por algunas empresas como de la necesidad de cerrar el trimestre con un saldo positivo de acumulación de reservas internacionales para cumplir con la meta del acuerdo con el FMI y garantizar el próximo desembolso. De mantenerse este esquema –o profundizarse- habría sectores productivos que, impedidos de acceder a dólares oficiales para importar insumos, en un contexto de crecimiento de la demanda podrían virar su adquisición a los dólares financieros, subiendo tanto la demanda de los mismos como los precios internos.
2. Ahora sí con referencia a la salida de Guzmán, una de las obsesiones que tuvo en su gestión fue mantener relativamente controlada la brecha cambiaria. Entendiendo la necesidad de un cepo que evite una devaluación del dólar oficial y garantice que el comercio exterior se realice a su valor, con su consecuencia sobre precios internos y otras variables que de ellos dependen (como el salario real o la tasa de pobreza), Guzmán y su equipo se preocuparon mucho por evitar que la brecha entre el dólar oficial y los dólares financieros se desbande, en tanto, de suceder, podrían aumentar las expectativas de devaluación del dólar oficial o incentivarse la subfacturación y el retardo de exportaciones –incluso, vía contrabando- o la sobrefacturación y el adelanto de importaciones. Tal fue el compromiso de Guzmán con ello que frenó la expansión del IFE más allá de fines de 2020 bajo la premisa de que todo peso que ande dando vueltas indefectiblemente termina en el dólar, cuando las consecuencias económicas de la pandemia no habían cesado aun. Al mismo tiempo, garantizó la oferta de dólares en el mercado del contado con liquidación, y para eso se usaron reservas del Banco Central. Solo así se explica que el superávit comercial récord de 2021, en un contexto de cepo cambiario y luego de las exitosas –en términos de plazos de repago- renegociaciones con los acreedores privados y con el FMI, no haya permitido una acumulación de reservas que permita pasar un 2022 menos turbulento. Quizás la salida de Guzmán genere la sensación de que esta preocupación pasará a un segundo plano, efectivizándose subas del valor del dólar en el mercado financiero.
Sobre este diagnóstico, los puntos salientes de la conferencia de prensa de Batakis tienen más que ver con un tipo de mensaje que con un cambio de rumbo concreto:
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Los anuncios en materia de déficit fiscal –algunos realmente preocupantes, como el congelamiento de la planta del Estado, lo que implica, en tiempos en los que efectivamente se necesita personal para implementar políticas transformadoras, ampliar los mecanismos de contratación informal del sector público, como los contratos a plazo vía monotributo- han de ser entendidos como una señal amistosa al “mercado” (enfatizamos en las comillas).
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Aunque suene contradictorio, la idea de que “el Estado no tiene que ahorrar” y la defensa de las políticas contracíclicas –por ejemplo, durante la pandemia- también han de ser entendidas como una señal amistosa, en este caso a los sectores productivos mercadointernistas: en caso de crisis, el gobierno se ocupará de sostener la demanda. Batakis misma enfatizó en que se reunió con empresarios.
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Un elemento central fue la presencia de todo el equipo económico en la mesa, incluyendo a la AFIP, al Banco Central y a los ministerios de Turismo, Agricultura y Desarrollo Productivo. La gestión de Guzmán se ocupó principalmente de intentar resolver el desastre financiero y en materia de endeudamiento del gobierno anterior, relegando las cuestiones productivas en la cartera conducida por Matías Kulfas, sin demasiada articulación entre ambas, como si el ministerio de Economía no tuviera nada que decir sobre la producción. Que Batakis se posicione en el centro de una mesa unificada es un fuerte mensaje de centralidad política.
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Las palabras de Batakis hicieron mucho hincapié en aspectos productivos y refirieron al problema central de la economía argentina: la escasez de dólares. En particular, enfatizó en que la solución a ello no está en la regulación macroeconómica, los incentivos adecuados o la “lluvia de inversiones” que prometían los economistas del gobierno anterior, sino en reformas estructurales. En este sentido, el reconocimiento del Plan de Desarrollo Federal, que Batakis venía encabezando desde su cargo en el Ministerio del Interior, y la venia de los gobernadores oficialistas dan cuenta de un mensaje que va en el mismo sentido: una conducción económica que no se limita a lo financiero y que no va a gestionar aislada del resto del gobierno.
Gobernar para agradar al mercado puede ser peligroso. Ya lo dijo Aldo Ferrer, cuando cuestionaba que en el neoliberalismo la política económica se redujo a dar señales amistosas y se abandonó la planificación estratégica. Pero lo cierto es que en una economía globalizada, con finanzas turbulentas pero con estructuras de poder que dependen mucho de ellas y son muy susceptibles a pequeños estornudos, las señales no deben ser ignoradas en la agenda de la gestión. En términos de economistas, las expectativas sí importan. Pero también en términos de economistas, estas son endógenas a lo que suceda en la economía real. No está mal dar señales, intentar aportar calma, frenar movimientos especulativos, reducir la incertidumbre, pero quedarse en eso puede ser nocivo.
Esperamos, en las próximas semanas, anuncios más profundos, más contundentes, que den cuenta no solo de la intención de cambiar el rumbo sino, sobre todo, de una voluntad y capacidad de acción que de cuenta de la posibilidad de hacerlo, incluso si eso implica enfrentarse a poderes fácticos. La puesta en agenda del salario básico universal, que implicaría una reforma sustancial de la política social, podría ser un buen primer paso. Sin resultados concretos, no hay mensaje auspicioso que pueda sostenerse. Y cuando las papas queman, tampoco es deseable ser conciliador con quien las está prendiendo fuego.