Hay una regla no escrita de la disputa política: siempre es mejor que la culpa sea del otro, sea de su ineficacia, de su maldad o de las dos cosas juntas. En términos políticos es casi una necesidad y también el material de base para escribir o reescribir la historia. Parece claro que la población, que es la que cada dos años ratifica o rectifica el rumbo con su voto, debe estar al tanto del reparto de responsabilidades. A esta altura, si se excluye a los muy despistados y a la ceguera ideológica, todos conocen las responsabilidades del macrismo en la toma desaforada de deuda, en meter al país de nuevo bajo la férula del FMI y en la destrucción del salario. También se sabe que para muchos actores de las sociedades civil y política semejantes aberraciones fueron una virtud. Por eso existe todavía un núcleo duro de los votantes que creen que la deuda se tomó para cubrir pasivos anteriores “de Cristina” o que consideran que quedar bajo el escrutinio fondomonetarista es una garantía para no sacar los pies del plato del capitalismo realmente existente. Todo ello, aunque cualquiera que conozca la historia y vislumbre el funcionamiento del mundo real advierta que endeudamiento desaforado y volver al Fondo fueron dos caras de la misma desgracia.
Suele decirse que el problema de la economía local es la falta de consenso sobre el modelo de desarrollo, lo que se expresa en el comportamiento pendular de la política económica. El punto es que cuando cualquiera de los dos modelos en pugna, el neoliberal y el nacional popular, pierden el poder se produce una alternancia política que, contra el discurso dominante, no tiene nada de virtuosa. Sucede que en los regímenes presidencialistas los gobernantes tienen capacidad para operar no sólo sobre el presente, sino también sobre el pasado y el futuro. Por ejemplo, un gobernante opera sobre el pasado cuando privatiza o destruye patrimonio público acumulado en generaciones anteriores y opera sobre el futuro cuando genera una deuda que deberán afrontar las generaciones venideras y sus gobiernos. Por eso el principal “éxito” del macrismo, que en sus cuatro años de mandato fue una máquina de gobernar, fue consolidar transformaciones de largo plazo que dejaron atada la economía a la lógica del capital financiero internacional. Dicho de otra manera, a diferencia de fines de 2005, la posibilidad de pagarle al FMI toda la deuda y decirle adiós no está disponible. A ello se agrega que la discusión con el Fondo, más allá de las formas, nunca tuvo nada de técnica ¿o acaso no es el mismo organismo que le extendió al gobierno macrista un cheque por más de diez veces al límite máximo que marcaba la cuotaparte del país y con vencimientos concentrados en 2022 y 2023? El crédito del FMI a Macri fue una decisión política como lo son exactamente todas las acciones del Fondo. Y las fechas de los vencimientos fueron establecidas para renegociar, es decir para mantener en el tiempo la relación acreedor privilegiado - deudor.
La presunta disputa técnica sobre compromisos de políticas económicas es de hecho una farsa, una forma de jugar el juego. Lo que verdaderamente está en disputa es el reparto del excedente de dólares que la economía es potencialmente capaz de generar. El dilema es entre bienestar de las mayorías y pagos al exterior. La regla de funcionamiento de esta dinámica es sencilla. Una economía que se contrae se hace más inestable políticamente. El ajuste, es decir la caída de salarios, ya se produjo, y no parece haber margen para apretar más el torniquete. Para generar más divisas la economía necesita crecer, pero a su vez para crecer necesita dólares. Si el Fondo propusiese un ajuste más draconiano la contracción económica generaría inestabilidad política, pero también menos dólares. La clave para quien tiene la potestad de condicionar la política económica consiste entonces en permitir un cierto margen de crecimiento. El equilibrio es no crecer tanto como para que la expansión chupe todos los dólares excedentes, ni tan poco como para abrir la caja de Pandora de la inestabilidad política. La velocidad la regula el nivel de Gasto. Al mismo tiempo una economía con reservas internacionales netas en cero no tiene más opciones que arreglar con el organismo si quiere evitar una crisis de proporciones.
El ex ministro de Economía y ex vicepresidente Amado Boudou, no sólo fue un perseguido político, sino quién en su momento decidió completar el canje de deuda iniciado por Néstor Kirchner. Sabía que por entonces ese era el paso previo indispensable para que volver a los mercados de deuda para financiar el desarrollo, margen que el macrismo dilapidaría. Hoy Boudou no se opone a que exista un acuerdo, sino que propone que los recursos para pagar lo adeudado surjan de una estructura tributaria más progresiva: retenciones e impuesto a las grandes fortunas. Se cita aquí a Boudou porque es una propuesta concreta, luego puede discutirse su posibilidad y analizarse las correlaciones de fuerza, pero es una actitud distinta a otros sectores del Frente que se oponen sin explicitar el camino alternativo.
Cualquier economista intelectualmente honesto sabe que para hacer frente a una ruptura sin provocar una crisis de proporciones sería necesario, como mínimo, reservas internacionales bastante más abultadas. Lo que siempre evalúa un hacedor de política responsable son los escenarios alternativos. Arreglar con el FMI en los términos que hasta ahora trascendieron significaría crear las condiciones necesarias para la estabilidad macroeconómica. Dicho en términos más triviales, es la condición para iniciar un sendero descendente para la inflación. No arreglar significaría hiperinflación y recesión por la simple razón de que el precio del dólar, dado el nivel de reservas y el shock de expectativas sobre los actores reales, se dispararía.
Cuando se mira adentro del paquete tampoco se encuentran exigencias de políticas irracionales. ¿Alguien cree seriamente que se puede hacer crecer el precio de las tarifas eternamente por debajo de la inflación? ¿No se aprendió de los errores del pasado? ¿Se olvidaron de la “sintonía fina” del tercer gobierno kirchnerista, cuando Clarín denunciaba que se proponía un “tarifazo”? Subsidios crecientes a las tarifas como porcentaje del PIB es simplemente inviable. Significa un mal uso de los recursos presupuestarios. No se trata de aumentar tarifas como objetivo, sino simplemente de no retrasarlas.
El segundo punto que se cuestiona es la suba de la tasa de interés de referencia, algo que resulta todavía más inentendible y también un error teórico ya cometido por los gobiernos nacional-populares de este siglo. Las tasas de interés reales negativas funcionan como el mejor incentivo para que los excedentes económicos se dolaricen, la peor noticia para una economía con tendencia a la restricción externa. Si se quiere fortalecer la función de reserva de valor del peso, cuya pérdida es la razón del carácter bimonetario de la economía, tener tasas reales positivas es el primer paso. De nuevo, una condición necesaria, no suficiente. Y no debería ser necesario aclarar que tasas reales positivas no es sinónimo de bicicleta financiera. Los matices existen.
El tercer punto cuestionado es la consistencia de largo plazo del acuerdo, que para ser justos depende de una multitud de variables. Aquí la pregunta retórica puede sonar algo disruptiva ¿alguien conoce un acuerdo con el FMI que haya sido consistente en el mediano y largo plazo? Lo que demanda del presente es generar las condiciones para sostener el crecimiento en el corto plazo. La condición necesaria es mantener controlado el tipo de cambio para iniciar un proceso de estabilización. Sólo cuando esto esté resuelto se podrá pensar con consistencia en el mediano y largo plazo.
La conclusión preliminar es que no alcanza con llorar sobre la leche derramada. El FMI está aquí y lo trajo de regreso un gobierno legítimo. Oponerse responsablemente a una renegociación con el organismo debería presuponer decir taxativamente qué se propone a cambio, una exigencia que no parece muy descabellada.