Lula y los límites del desarrollo latinoamericano

01 de octubre, 2022 | 22.37

  Este domingo son las elecciones presidenciales en Brasil. Redondeando los números de las encuestas, las proyecciones son 50 por ciento para Lula y 35 para el todavía presidente Jair Bolsonaro. Lo que indican estos guarismos es que la única duda sobre el resultado es si el líder del PT, que es además el principal líder carismático de la historia de Brasil junto con Getúlio Vargas, ganará en primera o en segunda vuelta. Dicho de otra manera, salvo que medie algún cataclismo, no hay dudas de que Lula será el próximo presidente. Agréguese que, a pesar de los vínculos militares del actual presidente, no parece haber espacio, local e internacional, para una nueva ruptura del orden constitucional.

  Desde Argentina, más allá del exagerado entusiasmo que el seguro resultado genera en algunos sectores del Frente de Todos, lo que interesa pensar es cuál puede ser el efecto regional de que el líder centrista reemplace al presidente ultraderechista. Y si bien la realidad de Brasil es muy distinta a la de Argentina –y no solo por tamaño: Brasil tiene moneda, no está altamente endeudado en divisas, no regresó al FMI, le sobran reservas internacionales y no se encuentra bajo un régimen de alta inflación– la campaña electoral mostró abundantes similitudes con la realidad local.

  La primera es que el núcleo duro bolsonarista se parece mucho al “gorilismo” vernáculo. Bolsonaro representa básicamente los valores de la derecha identitaria, pero también el antilulismo y el anti PTismo, lo que en términos más abarcativos significa clasismo y aporofobia. La analogía con el antiperonismo es prácticamente total. Sólo así puede entenderse el núcleo duro de votantes que conserva Bolsonaro luego de un gobierno realmente mediocre, en el que el PIB permaneció estancado más allá de la pandemia, que si se espera algún crecimiento en 2022 es sólo por el ciclo electoral, y cuyas acciones más recordables en materia económica fueron una dura e innecesaria flexibilización laboral, la privatización de porciones de negocios de Petrobras y la destrucción del BNDES. La única medida positiva para las mayorías fue una a la que el bolsonarismo inicialmente se opuso, pero que fue forzada por el Congreso, el “auxilio” a los más pobres durante la pandemia, una ayuda que se mantuvo porque se descubrió que mejoraba la popularidad gubernamental, es decir, por el nunca mejor ponderado “populismo de derecha”.

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 A Lula, además, no se lo asocia con el fracaso de Dilma Rouseff y el giro neoliberal del último gobierno del PT, lo que se tradujo en que los trabajadores no llorasen el golpe institucional contra la ex mandataria y que las escasas movilizaciones a su favor fueran muy poco concurridas, incluso la realizada para evitar el encarcelamiento del propio Lula en una de las escenas más dolorosas del apogeo del lawfare en la región. La segunda analogía entonces, es que a Lula, al igual que a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, se los recuerda por la sensible mejora de los indicadores sociales durante su gestión, especialmente por los millones de brasileños que salieron de la pobreza.

  La tercera analogía incluye por supuesto a la guerra judicial con la que se combate a los gobiernos populares de América Latina y se manifestó en el tono de la campaña electoral. Con pocos elementos para defender su propio gobierno, como sucediera aquí con el macrismo, el bolsonarismo se dedicó a acusar a Lula de “ex presidiario” y a continuar hablando de la supuesta generalizada corrupción durante sus gestiones. En contraposición las propuestas de Lula sobre cuál será su modelo económico estuvieron ausentes de la campaña, que principalmente se basó en la nostalgia por las mejoras sociales conseguidas durante sus gobiernos, al igual que sucediera con la campaña del Frente de Todos en 2019.

  La cuarta analogía es que una buena parte del voto a Lula responderá al rechazo que hoy provoca Bolsonaro en la sociedad brasileña. Como ocurriera con Mauricio Macri en 2019, cualquier cosa es mejor que el candidato oficialista.

  La última analogía, aunque pueden encontrarse más, son los límites reales que tendrá Lula para llevar adelante verdaderas transformaciones. Como fue señalado estos límites no serán tan potentes como los que heredó el Frente de Todos –deuda, FMI y reservas– pero si lo suficientemente fuertes. Además del poder económico, con quien Lula no planea ningún ataque frontal en tanto siempre fue un líder centrista, estará el poder legislativo, que se renueva por mitades y en el que, aun consiguiendo muy buenos resultados en la primera vuelta, se verá obligado a la constante construcción de alianzas. En pocas palabras, el nuevo período de Lula no se iniciará como un gobierno fuerte, la potencial construcción de mayorías será en el mejor de los casos un proceso lento.

  Lo que sí puede esperarse, como dato positivo, es una nueva construcción de alianzas regionales, con una profundización del cambio de clima ideológico y algún freno a la influencia estadounidense, no mucho más.

  Pensando en el verdadero desarrollo de la región en términos de cambios en la inserción internacional, el panorama es menos auspicioso. Parece evidente que los gobiernos regionales pendulan entre lo que podría definirse como límites “por arriba y por abajo”. Por arriba porque no existen entre las clases dominantes regionales sujetos que demanden procesos de desarrollo como los que existieron hasta la década del ’70. Las elites locales, fuertemente vinculadas a las grandes firmas multinacionales que conducen la economía planetaria, están conformes con el actual modelo inserción internacional y no aspiran a ninguna transformación de las estructuras productivas, es decir de las canastas exportadoras e importadoras. Dicho de manera rápida, el desarrollo no tiene un sujeto que lo demande y lo conduzca. El límite por arriba es el que encuentran los gobiernos populares. Y el límite por abajo, el que frena a los gobiernos más conservadores, es la resistencia de los más desfavorecidos, a los que siempre se necesita para ganar elecciones y mantenerse en el poder.-